La epístola a Filemón es una de las más personales del apóstol Pablo. Con todo y a pesar de su corta extensión, contiene información valiosa acerca de la actitud del cristiano hacia la institución de la esclavitud, que se hallaba extendida por todo el imperio romano, y de los alcances del perdón y la reconciliación, temas centrales en el evangelio. Pablo era amigo personal de Filemón, un acomodado dirigente de la iglesia de Colosas en cuya casa esta iglesia se reunía. Uno de los esclavos de Filemón, Onésimo, había huido de él y había llegado providencialmente a Roma, donde Pablo estaba encarcelado por causa del evangelio, convirtiéndose al cristianismo a través de él y llegando a serle muy querido y de gran utilidad en la cárcel. Consciente de su deber de retornar a Onésimo a su amo, Filemón, Pablo se lo envía de regreso con esta epístola que, a pesar de reconocer que Onésimo sigue siendo legalmente su esclavo y su punible condición de fugitivo, le pide que lo reciba ahora como a un hermano en la fe, lo perdone y le dé un trato considerado y justo. Todas estas peticiones que muestran la actitud cristiana de desaprobación hacia la esclavitud a la vez que el respeto a la ley y a la institucionalidad que de cualquier modo ostentaba, no las hace, como podría, apelando a su legítima autoridad apostólica, sino rogándole cortésmente como un favor personal, dándonos ejemplo también en esto: “Por eso, aunque en Cristo tengo la franqueza suficiente para ordenarte lo que debes hacer, prefiero rogártelo en nombre del amor. Yo, Pablo, ya anciano y ahora, además, prisionero de Cristo Jesús” (Filemón 1:8-9)
Autoridad y cordialidad
“El hecho de estar en posición para dar órdenes no significa que al hacerlo no se pueda pedir el favor apelando a la cordialidad”
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