La sal, si bien como ya lo hemos señalado, tenía destacadas propiedades preservantes que evitaban que los alimentos se corrompieran y permitían que duraran mucho tiempo y se pudieran consumir, siendo por esa razón muy valiosa y dando lugar a toda una gama de simbolismos de la sal en los tratos entre los hombres y entre Dios y Su pueblo en cuanto a la permanencia de los pactos y las fidelidades y lealtades implicadas en ellos, como el ya evocado pacto sacerdotal y su vigencia a través de la historia, garantizada por Dios a Aarón y su descendencia: “Yo, el Señor, te entrego todas las contribuciones sagradas que los israelitas me presentan. Son tuyas, y de tus hijos y de tus hijas, como estatuto perpetuo. Este es un pacto perpetuo, sellado en mi presencia con sal. Es un pacto que hago contigo y con tus descendientes” (Números 18:19); curiosamente también cuenta entre sus propiedades con la capacidad de esterilizar la tierra impidiendo que la vegetación crezca en ella. Así, las tierras sembradas de sal quedaban estériles, por lo cual las ciudades condenadas a la destrucción eran sembradas con sal, como lo hizo Abimélec con Siquén: “Abimélec combatió contra la ciudad durante todo aquel día, hasta que la conquistó matando a sus habitantes; arrasó la ciudad y esparció sal sobre ella” (Jueces 9:45). Por esta razón, la sal también evocaba el juicio de Dios en las maldiciones del pacto sobre la improductiva heredad de los desobedientes: “Toda ella será un desperdicio ardiente de sal y de azufre, donde nada podrá plantarse, nada germinará y ni siquiera la hierba crecerá…” (Deuteronomio 29:23)
Arrasada con sal
“La sal era una manera de garantizar la fidelidad de Dios en el pacto con los suyos, pero también de indicar el juicio de Dios sobre los malvados”
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