La iglesia ha interpretado la descripción visionaria que el profeta Ezequiel hizo de un río que brotaba del umbral mismo del templo de Dios, trayendo vida a su paso a todos los seres que moran en él y fertilizando sus márgenes para dar lugar a una abundancia de fructíferos árboles en sus riberas; como una alusión a la benéfica y transformadora acción del Espíritu Santo en el creyente que se sumerge de lleno y sin reservas en él y se deja conducir por él. El libro de los salmos, a su vez, desarrolla con más detalle la imagen de los árboles que crecen con fortaleza y resistencia, nutridos por el río del Espíritu Santo de tal modo que, además de estar llamados a rendirnos a la dinámica propia del poder y la guía del Espíritu Santo, también estamos llamados a afirmarnos y alcanzar estabilidad y permanencia, aún en circunstancias adversas, como árboles bien arraigados a la orilla de este río, evocando así a los creyentes que se deleitan en la ley de Dios y meditan continuamente en ella, acciones que traen como resultado que estos creyentes sean:“… como el árbol plantado a la orilla de un río que, cuando llega su tiempo, da fruto y sus hojas jamás se marchitan. ¡Todo cuanto hace prospera!” (Salmo 1:3). La prosperidad verdadera procede entonces de estar plantados en las orillas del río del Espíritu de Dios y de deleitarnos en su ley, teniéndola siempre presente de manera comprensiva y afectiva, con nuestra mente y nuestro corazón, poniendo nuestros principales afectos en ella y viéndola como una expresión del carácter santo, justo y misericordioso de nuestro Señor y Redentor, Jesucristo.
Árboles nutridos por el Espíritu
“La mejor manera de garantizar la verdadera prosperidad en nuestra vida es estar plantado a la orilla del río del Espíritu de Dios”
Gracias Pastor