La siempre provechosa disciplina intelectual conocida como “apologética” o defensa racional de la fe es de tal naturaleza que, sin estar argumentalmente equivocada, puede volverse fría y demasiado especializada y alejada de las problemáticas cotidianas de la iglesia y del creyente común, cayendo así en la tentación del erudito, que es el envanecerse con su conocimiento, haciendo alarde de él como si fuera la última palabra al respecto, cuando en realidad, como lo denuncia Job refiriéndose a sus amigos y su molesta pretensión de tener la respuesta acertada para todas sus angustias e inquietudes existenciales: “¡Han memorizado proverbios sin sentido! ¡Se defienden con apologías endebles!” (Job 13:12). En efecto, una apología del evangelio pierde sentido y es más endeble, paradójicamente, cuanto más pretenda ser concluyente y final, sin conectarse de manera sensible y comprensiva con las problemáticas particulares de los oyentes, pues sus dudas hacia el evangelio suelen ser más emocionales que racionales y detrás de las dudas racionales con las que objetan contra él en la superficie, a manera de fachada, se encuentran sentidas y dolorosas dudas emocionales que debemos conocer, abordándolas de manera compasiva y empática, compartiendo nuestras propias experiencias al respecto e identificándonos así con los oyentes, pues en la apologética la actitud correcta del apologista puede desmontar mejor las prevenciones hacia el evangelio que los argumentos racionales a su favor, por correctos y acertados que puedan ser
Apologías endebles
"Para hacer apología del evangelio con propiedad no sirven mucho las fórmulas prefabricadas que no se han puesto a prueba en la vida del apologista”
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