Anticristo y anticristiano son términos relacionados pero diferentes. El anticristo es el que está contra Cristo. El anticristiano el que está contra los cristianos, pero no necesariamente contra Cristo. Parecería que esto último no fuera posible, sino que el anticristiano debería ser, con mayor razón también anticristo. Y aunque usualmente así es, siempre es posible que algunas personas lúcidas y reflexivas que se sienten justamente atraídas por el evangelio, se escandalicen de la conducta inconsecuente de los cristianos en la iglesia y se den cuenta al mismo tiempo de que no es a Cristo a quien se debe culpar de esta inconsecuencia, sino todo lo contrario, que es precisamente Él quien la pone en evidencia. Y es que este tipo de inconsecuencias siempre estarán a la orden del día en la iglesia, no sólo porque los cristianos, si bien son mejores personas notoriamente diferentes de lo que eran y seguirían siendo al margen del evangelio, no son ni mucho menos perfectos y pueden todavía pecar y hacerlo incluso de manera grave. Pero, además, porque Dios nos advirtió que, así como: “En el pueblo judío hubo falsos profetas, y también entre ustedes habrá falsos maestros que encubiertamente introducirán herejías destructivas, al extremo de negar al mismo Señor que los rescató. Esto les traerá una pronta destrucción” (2 Pedro 2:1). Y es que en la iglesia se encuentran siempre entremezclados discípulos ejemplares de Cristo con creyentes ya redimidos pero sin un compromiso serio de discipulado, con meros simpatizantes del evangelio aún no convertidos y también infiltrados, como la mala hierba entre el trigo
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