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La palabra profética más segura

“No tenemos que creer que la Biblia es la Palabra de Dios para comenzar a leerla, pero lo creeremos cuando terminemos de hacerlo”

Decía Daniel Wallace que: “Hemos de tratar la Biblia como cualquier otro libro, para mostrar que no es como cualquier otro libro”. La Biblia no exige, pues, que hagamos de ella, de entrada, algo “sagrado” e incuestionable. Más bien, nos invita a acercarnos a ella como lo haríamos a cualquier otro libro, con una actitud crítica que esté dispuesta a estudiarla y someter sus contenidos de manera desprejuiciada a la prueba de la historia y de la experiencia propia, para descubrir al final de este proceso que, en realidad, la Biblia no es de ningún modo un libro cualquiera, sino uno muy singular. Tanto que no hay otro que se le compare, de modo que esa misma singularidad termina jugando a favor de la autoridad que ella siempre ha reclamado sobre nuestras vidas. La convicción de que la Biblia es la Palabra de Dios debe ser, entonces, una conclusión, es decir el punto de llegada de un itinerario previamente recorrido, y no un axioma asumido desde el principio como punto de partida y colocado a salvo de cualquier cuestionamiento. Dios nunca ha temido este tipo de acercamientos a su Palabra, sino que, por el contrario, los ha estimulado, pues sabe bien que su Palabra siempre pasará la prueba, a diferencia de lo que sucede con los otros libros sagrados de las diferentes religiones de la historia. La Biblia es un libro que nos invita a estudiarlo y no a reverenciarlo, puesto que: “Esto ha venido a confirmarnos la palabra de los profetas, a la cual ustedes hacen bien en prestar atención, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día y salga el lucero de la mañana en sus corazones” (2 Pedro 1:19)

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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