El amor a Dios es el principal mandamiento, pero la obediencia a Su voluntad es la demostración externa, palpable y visible de este amor, como lo declaró el Señor Jesucristo al decir: “¿Quién es el que me ama? El que hace suyos mis mandamientos y los obedece… El que me ama, obedecerá mi palabra… el que no me ama no obedece mis palabras” (Jan 14:21, 23-24). Sin embargo, siempre es posible para los legalistas y moralistas mostrar una conformidad externa y pública con la ley, las buenas costumbres y los mandamientos de Dios en general, sin que esta obediencia provenga del amor a Dios. Así sucedió con el joven rico del evangelio, a quien el Señor dijo: “Si quieres entrar en la vida, obedece los mandamientos. ꟷ¿Cuáles? ꟷpreguntó el hombre. Contestó Jesús: ꟷ‘No mates, no cometas adulterio, no robes, no presentes falso testimonio,honra a tu padre y a tu madre’, y ‘ama a tu prójimo como a ti mismo’” a lo que el joven respondió presuntuosamente diciendo: “ꟷTodos esos los he cumplidoꟷdijo el jovenꟷ. ¿Qué más me falta?” (Mateo 19:17-20). Y ante la indicación del Señor de vender todo lo que tenía para darlo a los pobres y seguirlo, el joven se negó, dejando en evidencia que amaba más a las riquezas que a Dios. Porque en último término, es posible que algunos puedan obedecer medianamente a Dios sin amarlo, pero no es posible amarlo sin disponerse a obedecerlo. Después de todo: “En esto consiste el amor: en que pongamos en práctica sus mandamientos. Y éste es el mandamiento: que vivan en este amor, tal como ustedes lo han escuchado desde el principio” (2 Juan 1:6)
Amor y obediencia
“La obediencia a sus mandamientos no siempre demuestra que amamos a Dios. Con todo quienes lo amamos de todos modos lo obedecemos”
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