En medio de su sufrimiento y repetidas apelaciones a Él, Job se quejaba de que Dios no le respondía, a lo cual Eliú replica: “¿Por qué le echas en cara que no responde por ninguno de sus actos? Dios nos habla una y otra vez, aunque no lo percibamos. Algunas veces en sueños, otras veces en visiones nocturnas, cuando caemos en un sopor profundo o cuando dormitamos en el lecho” (Job 33:13-15). Más allá de legitimar los sueños o las visiones con las que Dios, en efecto, se reveló ocasionalmente a los seres humanos en la antigüedad en que su revelación en Su Palabra, la Biblia, no estaba disponible ni concluida como lo está ya para la iglesia desde la era apostólica; lo cierto es que al margen de ello y de la discusión actual sobre la inconveniencia de darle a sueños y visiones el peso que algunos dirigentes eclesiásticos de la órbita pentecostal reclaman para ellos como confiables revelaciones divinas, ahora que ya tenemos disponible la Biblia como su revelación final y autorizada, Dios, ciertamente, no se ha quedado sin testimonio en el mundo ni ha guardado silencio de manera definitiva respecto de nuestros clamores y sentidas apelaciones a Él. Lo que sucede es que, como lo sostiene Eliú, no siempre percibimos las maneras sutiles en que Dios nos está hablando, pues condicionamos sus respuestas a las formas claras y directas en que desearíamos y esperaríamos que lo hiciera y, por estar concentrados de manera cerrada y estrecha en ellas, no percibimos que Dios nos está hablando por otros medios que confirman para nosotros Su Palabra en la Biblia
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