La clasificación más conocida de nuestros pecados distingue entre ellos los de pensamiento, los de palabra, los de obra o acción y los de omisión. Pero también pueden clasificarse, desde otro punto de vista, como pecados conocidos, desconocidos, secretos y ocultos. Los conocidos son los que están a la vista de todo el mundo, incluyéndonos. Los desconocidos son aquellos de los que nosotros no somos conscientes, como un punto ciego, pero los demás sí. Los secretos son los que encubrimos de los demás, pero de los que somos plenamente conscientes. Y los ocultos son los que solo Dios conoce hasta que decida revelárnoslos o hacernos conscientes de ellos de algún modo. No debemos negar los pecados conocidos, sino proceder a confesarlos y corregirlos con prontitud, precisamente por ser de todos conocidos, ni tampoco los desconocidos cuando los demás nos hagan conscientes de ellos. En cuanto a los ocultos, debemos hacer nuestra la oración de David para que Dios nos los revele y poder confesarlos y corregirlos: “¿Cómo puedo conocer todos los pecados escondidos en mi corazón? Límpiame de estas faltas ocultas” (Salmo 19:12 NTV). Los secretos son los más problemáticos, pues por el hecho de que deseamos mantenerlos secretos, esto es un indicio de que no queremos confesarlos ni arrepentirnos de ellos, acumulando un peso de culpa cada vez mayor a lo largo del tiempo. Por eso lo mejor al respecto es seguir el ejemplo de Job: “Jamás he ocultado mi pecado como el común de la gente, ni he mantenido mi culpa en secreto” (Job 31:33)
El pecado oculto y la culpa secreta
"Cuando decidimos mantener ocultos nuestros pecados sin admitirlos, confesarlos y corregirlos añadimos mayor peso de culpa a nuestras conciencias”
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