En medio de la impresión de caos y sin sentido que la vida por momentos transmite con sus tragedias, arbitrariedades e injusticias, todo esto puede hacernos perder de vista el trasfondo y caer en el escepticismo, la incredulidad y la desesperanza de quien niega a Dios y Su presencia en Su creación y en nuestras vidas para preservarlas y conducirlas, a pesar de todo, a puerto seguro. En efecto, el problema del mal y del sufrimiento suele ser el argumento más virulentamente esgrimido por los ateos contra Dios, como si fuera la concluyente e indiscutible prueba reina que demuestra su inexistencia. Pero al tomar distancia de todo esto con honestidad, cabeza fría y sin prejuicios para ver el cuadro más amplio, la existencia misma de este enorme y deslumbrante universo y la naturaleza con toda su belleza y funcionalidad, unido a nuestra inherente moralidad que es gracias a la cual podemos percibir y establecer la arbitrariedad y la injusticia cuando éstas se manifiestan, así como también identificar el mal cuando hace aparición, unido a la creencia en Dios innata y universal del ser humano que determina el hecho de que los ateos no nazcan ateos, sino se hagan ateos en el curso de sus vidas, sin mencionar la revelación de Dios en la Biblia; constituye un caso sólido a favor de la creencia y la confianza en Dios a pesar de todo, colocando la carga de la prueba en los ateos y no en los creyentes, pues aparte del problema del mal, el ateísmo no tiene nada de evidente. Por eso: »¿Quién puede probar que es falso lo que digo y reducir mis palabras a la nada?»” (Job 24:25)
La carga de la prueba
"En relación con Dios la carga de la prueba no está en quienes creen en Él sino en quienes no lo hacen, pues el ateísmo no tiene nada de evidente”
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