Para colocar este artículo en contexto debo comenzar por decir que el calvinismo es un sistema de pensamiento que remite sus orígenes al gran reformador francés Juan Calvino quien es junto con el alemán Martín Lutero, el suizo Urlico Zwinglio y el holandés Menno Simons tal vez los cuatros más destacados nombres asociados a la Reforma Protestante. Como tal el calvinismo es una interpretación más o menos acertada de la cosmovisión y la teología cristiana que tiene, por lo mismo, una mayoritaria cantidad de acuerdos y coincidencias con el pensamiento de los otros tres reformadores mencionados e, incluso, con buena parte de la teología católica y ortodoxa, pero también exhibe respecto de ellas en mayor o menor grado diferencias que lo definen y distinguen de ellas.
Hoy por hoy el calvinismo halla continuidad en lo que se conoce como la Teología Reformada dentro del Protestantismo, que abarca a un buen número de los más capaces, preparados y respetados eruditos cristianos protestantes de la actualidad. Pero como tal el calvinismo no deja de ser una opinión teológica más o menos calificada que no puede arrogarse para sí de forma dogmática el rótulo de ser el verdadero cristianismo, pues sus elementos distintivos no forman parte de lo que toda la cristiandad considera el núcleo esencial de la sana doctrina compartida por todas las ramas de la cristiandad, sino de lo que los mismos reformadores llamaron “adiáfora” es decir aspectos periféricos y algo marginales de la teología que no afectan la sana doctrina compartida por todos los cristianos.
Por eso no deja de ser inquietante el hecho de que algunos teólogos reformados de renombre estén reclamando carácter dogmático para los elementos distintivos más polémicos del calvinismo, más allá de suscribirlos personalmente en conciencia como la postura teológica que les parece más convincente para interpretar y conciliar de la mejor manera la revelación bíblica en relación con aspectos particulares y muy controvertidos de la doctrina cristiana. Sobre todo, porque al hacerlo están perdiendo la mesura y están divulgando una versión distorsionada y extremista del calvinismo con la que otros teólogos igualmente preparados y seguidores de Calvino no estarían de acuerdo, y tal vez ni el propio Calvino lo estaría. Así, al divulgar y exponer su postura extrema con actitud dogmática como si fueran, ya no sólo los representantes actuales y autorizados del pensamiento de Calvino, sino también los representantes actuales del auténtico cristianismo; le terminan dando mala prensa a ambos e impidiendo que sean evaluados por los méritos que tienen, sin prevenciones ni prejuicios ligeros y acalorados.
Es por eso que un significativo número de teólogos seguidores del pensamiento de Calvino prefieren hoy identificarse simplemente como “teólogos reformados” para desasociarse de este calvinismo extremo y algo agresivo al que podría designarse como “hipercalvinismo”. Ahora bien, más allá de la cosmovisión o visión del mundo derivada de la Biblia que estos teólogos suscriben y exponen, que se conoce como “cosmovisión reformada” que contiene y desarrolla algunos de los más valiosos aspectos de la cosmovisión bíblica, adaptándolos a la vida de la iglesia de hoy; lo cierto es que a nivel popular el aspecto más discutido del calvinismo y, lamentablemente, el único por el que muchos no calvinistas llegan a conocerlo, es el relativo a su entendimiento de la doctrina cristiana de la predestinación expuesta por el apóstol Pablo en las epístolas de Romanos y Efesios con especialidad.
Una doctrina que siempre ha despertado suspicacias y reservas por parte de los no creyentes, por considerarla ofensivamente injusta, arbitraria y lesiva para el ejercicio de nuestro libre albedrío. Reservas que pueden llevarlos a rechazar tanto al calvinismo en particular, como al cristianismo en general al que el calvinismo dice representar, sin siquiera distinguirlos entre sí ni considerarlos con la atención que merecen; o en su defecto, a acoger el calvinismo y defenderlo de manera irrestricta y apasionada como si fuera, en efecto, la única versión correcta del cristianismo en relación con estos temas, descalificando y condenando cualquier entendimiento diferente de ellos defendido por otros cristianos, siempre dentro del marco de la sana doctrina, como lo es el arminianismo, de hecho, una disidencia del calvinismo en relación con el entendimiento de la doctrina de la predestinación liderada por el teólogo holandés Jacobo Arminio.
Cinco son los puntos que caracterizan al calvinismo histórico en relación con la predestinación, entre los cuales el tal vez más determinante y que califica a un cristiano como “calvinista” en su comprensión de la predestinación ꟷcomo lo es en el caso de quien esto escribeꟷ, es la llamada “elección incondicional” que afirma que quienes llegamos a la fe salvadora rindiendo nuestra vida al Señor Jesucristo lo hacemos fundamentalmente porque Dios nos eligió o predestinó libre y soberanamente para ello, sin condicionar esa elección a que, llegado el momento, nosotros también lo eligiéramos a Él ꟷcomo lo afirma el arminianismoꟷ, sino que más bien, si nosotros llegamos en el curso de nuestra vida a ejercer nuestro libre albedrío para elegirlo a Él, es precisamente porque Él ya nos había elegido para ser salvos desde antes de la fundación del mundo y, sin forzar nuestra voluntad, se aseguró mediante la sutil pero eficaz influencia de Su Espíritu de que en el curso de nuestras vidas, nosotros también termináramos eligiéndolo voluntariamente a Él, pues: “No me escogieron ustedes a mí, sino que yo los escogí a ustedes…” (Juan 15:16)
Los otros cuatro puntos con los que se identifica el calvinismo son más equívocos y discutibles y susceptibles, por lo tanto, a las interpretaciones extremas y distorsionadas que el hipercalvinismo hace de ellos, forzando algunos textos bíblicos a decir cosas que en realidad no dicen. Entre los más discutibles se encuentra la llamada “depravación total” atribuida al ser humano caído que afirma que, dejado a su suerte, éste se encuentra por completo incapacitado para allegarse a Cristo mediante la fe, en una devaluación extrema de la condición y la dignidad humana producto de la imagen y semejanza divina plasmada en nosotros, que hace de la condición pecaminosa universal ostentada por todos los hombres ꟷa la que el teólogo reformado R. C. Sproul prefería referirse no como “depravación total”, sino “corrupción radical” para matizarla un pocoꟷ, un impedimento absoluto que prácticamente nos despoja de la facultad o capacidad misma de elegir a Cristo sin una intervención directa de parte Suya que resuelva esta incapacidad o impotencia. Lo cierto es que si Dios no influye en nosotros, los elegidos, de un modo u otro para inclinar nuestra voluntad a la fe, no es que no tengamos la facultad, la capacidad o el poder de elegirlo a Él, sino que no tendremos la voluntad de hacerlo. No se trata, pues, de no poder, sino de no querer, que es diferente, aunque a la postre el resultado pueda ser el mismo.
Dios, pues, inclina la voluntad de sus elegidos a Cristo con tal maestría, sabiduría y eficaz sutileza que, mediante Su gracia llegamos a valorar y apreciar lo hecho por Él a nuestro favor de un modo que nunca hubiéramos logrado apreciar sin su intervención que nos ilumina y abre los ojos espirituales, quitándonos el velo que nos impide ver y que nos conduce finalmente a rendirnos voluntariamente y de buen grado a Él, a la manera en que un amante insistente, honesto y comprometido logra vencer las resistencias de la amada que en principio lo rechaza al no poder ver las bondades y cualidades superiores de quien la corteja. Cualidades que Él va desplegando delante de ella poco a poco hasta que son evidentes y logran su convencida y plácida rendición. No por nada el profeta decía sin ningún asomo de queja o resentimiento como el del que es coaccionado a ello: “¡Me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir! Fuiste más fuerte que yo y me venciste…” (Jeremías 20:7). Por eso también es equívoco el punto del calvinismo que afirma la “gracia irresistible” de Dios para con sus elegidos, pues la gracia sí puede ser resistida en ejercicio de nuestro albedrío, pero al final es eficaz en el propósito que persigue y termina, tarde o temprano, venciendo nuestras infundadas resistencias.
El punto del calvinismo que se formula como “expiación limitada” tampoco es muy afortunado, pues en realidad la expiación no tiene ninguna limitación de alcance en cuanto a su potencial para salvar a todos los seres humanos sin excepción que decidan creer en Cristo, pues Cristo murió por todos los hombres y no por algunos de ellos. El asunto es que, al establecer no solo la elección o la predestinación, sino también la fe en Cristo como condición necesaria para ser salvo, es evidente que no todos creen, por lo que en sus resultados concretos los efectos benéficos de la expiación se ven limitados y no operan en las vidas de quienes no creen, pero no por alguna limitación inherente a la expiación en sí misma, como si ésta no alcanzará a abarcar a toda la humanidad, sino por la negativa a creer de muchos. De nuevo, al final, el resultado puede ser el mismo, pero las razones y causas detrás de él son diferentes.
Y aunque la llamada “doble predestinación” no forma parte de los cinco puntos del calvinismo clásico, muchos hipercalvinistas la suscriben para dar a entender que Dios elige no solo a quienes se han de salvar al conducirlos a la fe, sino también a quienes se han de condenar, una idea ominosa e indigna de Dios. Es cierto que al elegir a unos, por simple lógica otros serán pasados por alto, pero la elección de Dios es activa únicamente en relación con quienes se han de salvar, pero es completamente pasiva en relación con los pasados por alto. En otras palabras, Dios hace lo necesario para que los elegidos lleguen a la fe, sin violentar ni forzar su albedrío, pero no hace nada especial respecto de los pasados por alto sino que los deja seguir el rumbo natural que toda la humanidad, incluso los elegidos, hubieran seguido de no intervenir la gracia especial de Dios en sus vidas. Así, los elegidos reciben misericordia, mientras que los no elegidos reciben justicia. No hay, pues, lugar para la injusticia por parte de Dios al elegir a unos y pasar por alto a otros.
Después de todo: “… Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca… De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece” (Romanos 9:15, 18), entendiendo este “endurecimiento” en principio no como una influencia activa de Dios para que se endurezcan, sino como la acción por la cual Dios se limita a soltar las amarras y los deja desbocarse como ellos quieren, como lo indica la repetida expresión que encontramos en Romanos 1 en el sentido de que: “Dios los entregó…” (Romanos 1:24, 26, 28) para indicar un proceso de creciente degradación moral por parte de quienes lo rechazan en el que Dios no tiene participación activa, sino que se hace a un lado simplemente para dejar de restringir la creciente degradación moral de la humanidad impenitente.
Con todo lo anterior, este artículo no pretende dirimir ni aclarar todos los complejos aspectos involucrados en estos profundos y espinosos temas, sino únicamente indicar que lo que hoy pretende hacerse pasar por calvinismo en relación con nuestro entendimiento de la doctrina de la predestinación ꟷe incluso hacerse pasar por el auténtico cristianismoꟷ no es en realidad ninguno de los dos, sino un hipercalvinismo que distorsiona el carácter de Dios, degrada de paso la condición humana y termina sirviendo incluso de pretexto para eximir a la iglesia de su deber de compartir el evangelio a todos los hombres y trabajar para llegar a todos los grupos humanos sin excepción, como lo ordenó el propio Señor Jesucristo en la llamada “gran comisión”, cumpliendo así nuestra obligación y dejando en sus manos la selección y el resultado final al respecto.







yo soy presbiteriana. y no concuerdo con su exposición. Es que no aceptamos que la caída trajo distorsión de todas las facultades originales que tenían los primeros seres humano. La depravación esta presente en todos. Esa tendencia a realizar actos infractores. La educación ayuda bastante. Hay cosas profundas que se ven en la terapia clínica. Que solo el poder del Espíritu Santo puede revertir.
Tenemos un principio que dice que en lo esencial acuerdo. En lo diverso respeto. Dios Eterno no juzga como nosotros y no puedo opinar que si elige a unos y desecha a otros es injusto. ¿Qué ocurrió con Esaú y Jacob? Lo que es cierto, es que la salvación, regeneración, nuevo nacimiento y vida eterna. Está ahí para la humanidad entera.
En cuanto al libre albedrío entendemos que tenemos capacidad de elección. Una respuesta a la Palabra de Dios en obediencia o rebeldía. Mi aprecio fraternal.
Magdalena, si bien, como usted lo dice, no tenemos que estar de acuerdo en todo, no veo en su comentario nada que se esté contradiciendo en el artículo o viceversa, a no ser que usted me lo señale expresamente para aclararlo. Lo único es que prefiero el término “corrupción” a “depravación”. Y con usted (y con el calvinismo en general, suscrito por los presbiterianos a quienes respeto y con quienes tengo muchas afinidades y simpatías personales, apoyados en gran medida en Romanos 9) creo que Dios tiene el derecho soberano a escoger a unos y a pasar por alto a otros, sin darnos explicaciones ni pedir disculpas, pues al hacerlo nunca estará obrando injustamente y eso me basta.
La oferta de salvación es para todos, pues todos tiene las facultades (básicamente, una voluntad autodeterminada con capacidad de elegir y responsabilizarse por sus elecciones) para responder favorablemente a ella y eso hace imperativa la evangelización sin discriminación, pero dado que las inclinaciones del ser humano caído (es decir, no ya su capacidad de elegir, sino sus deseos y motivaciones encubiertas y pecaminosas) dejado a su suerte son contrarias a la invitación del evangelio, Dios interviene de manera especial para asegurarse que algunos (sus elegidos), vean claramente las bondades del evangelio, sin el velo que cubre el entendimiento de todo el resto de la humanidad y voluntariamente se rindan a él, para beneficiarse de lo hecho por Él en la cruz y así se asegura, además, de que lo que a Él tanto le costó, no sea apreciado por nadie al no poder ver, sin Su decisiva ayuda e intervención, las maravillosas implicaciones que tiene para quien finalmente lo acoge con fe y humildad.
Las cinco doctrinas cardinales de la teología reformada, comúnmente asociadas con el calvinismo no podemos evaluarlas de forma independiente sino entrelazada.
Comienzan con la depravación total de la humanidad, la naturaleza pecaminosa del hombre lo incapacita para buscar a Dios o creer en Él por sí mismo. A partir de esta premisa, se desarrolla la doctrina de la elección incondicional, sostiene que Dios, por pura misericordia y sin basarse en mérito humano alguno, elige soberanamente a quienes serán salvos. Luego, la expiación limitada, argumenta que la muerte de Cristo en la cruz fue específicamente por los elegidos por el Padre. La gracia irresistible se presenta como la obra del Espíritu Santo que, de manera efectiva y sin ser resistida, atrae a los elegidos a la fe en Cristo, transformando sus corazones y haciéndolos desear lo que antes aborrecían. Finalmente, la perseverancia de los santos, afirma que aquellos que son verdaderamente salvos por la obra conjunta de la Trinidad no pueden perder su salvación, siendo preservados por el poder de Dios hasta el fin.
La aparente paradoja entre la soberanía divina y la responsabilidad humana, es un misterio que debemos aceptar por fe.
El problema Iván, es que si estamos incapacitados para creer, Dios no nos puede hacer responsables de no hacerlo, como lo hace en muchas ocasiones en la Biblia