El peso de la tradición
Como de costumbre, en esta conferencia delimitamos con el título de manera drástica y necesaria el alcance de su contenido, pues el judaísmo como tal reviste una complejidad enorme para poder estudiarlo siquiera de manera panorámica y a vuelo de pájaro, por lo que nos concentraremos en el lugar y el papel particular que el Talmud ocupa dentro de él en aras de una mayor comprensión de sus rasgos actuales y de aspectos bíblicos que conciernen también de manera directa a los cristianos en la práctica de su fe. Para ello es oportuno citar al especialista Carl S. Ehrlich cuando nos informa que: “Con unos trece millones de adeptos, en la actualidad el judaísmo es la menor de las religiones del mundo. Sin embargo, ha tenido una influencia y una distribución geográfica proporcionalmente inversas a su tamaño”, señalando enseguida como respaldo de esta afirmación: “El desarrollo del propio judaísmo y la profunda influencia formativa que éste tuvo sobre las otras dos grandes doctrinas, el cristianismo y el islam”, constituyendo junto con estos dos últimos las religiones representativas de lo que las ciencias de la religión designan como ”monoteísmo profético”, y la raíz de ambos: tanto del monoteísmo cristiano como del islámico.
El cristiano estudioso y devoto en el estudio de la Biblia estará, por lo tanto, familiarizado por fuerza y sin proponérselo expresamente, con muchos aspectos del judaísmo, ya que judíos y cristianos comparten el Antiguo Testamento como texto sagrado y muchos de los contenidos del Nuevo Testamento sólo se entienden correctamente contra el trasfondo que nos brinda el Antiguo Testamento, por lo que la familiaridad del cristiano con muchos aspectos culturales y religiosos del judaísmo a lo largo de su historia no debe sorprendernos sino que, por el contrario, es algo que habría que esperar, dadas las innegables raíces judías del cristianismo y la ya señalada sucesión de continuidad que existe entre judaísmo y cristianismo. En virtud de todo esto, la cristiandad ha confesado y tenido que pedir perdón al judaísmo por haber fomentado a lo largo de la historia el antisemitismo que culminó en el holocausto nazi en el que fueron asesinados en masa 6 millones de judíos, la tercera parte de su población mundial en su momento.
La reconciliación moderna entre cristianismo y judaísmo ha hecho de la iglesia cristiana “amiga de Israel” en su condición de estado y nación políticamente constituida de nuevo a partir de 1948, todo lo cual no deja de ser sensato y consecuente con lo hasta ahora dicho. Sin embargo, ese acercamiento al judaísmo por parte de la iglesia cristiana es algo simplista por el hecho de desconocer el papel que en el judaísmo moderno desempeña el Talmud, casi a la par con el Antiguo Testamento compartido por judíos y cristianos por igual. Ciertamente, a semejanza del papel que los jadices desempeñan en el islam a la hora de interpretar el Corán, al punto de ostentar en la práctica la misma autoridad del Corán ꟷcomo lo veíamos en la conferencia del mes pasadoꟷ, el Talmud desempeña un papel similar en el judaísmo actual a la hora de interpretar la Ley revelada en el Antiguo Testamento. Por eso, en los debates y discusiones entre cristianos y judíos sobre los aspectos que los diferencian, los cristianos suelen dar por sentado de manera algo ingenua que podemos dirimir diferencias y esclarecer las cosas apelando directamente al estudio, consulta y exposición de los contenidos del Antiguo Testamento que tenemos en común, pero para un judío esto no es algo tan sencillo, pues para ellos el Talmud ꟷque los cristianos solemos ignorar y casi desconocer por completoꟷ reviste casi el mismo peso de autoridad que el Antiguo Testamento.
No debemos, pues, confundir el Talmud con la Torá, pues ésta última, en su sentido más restrictivo es lo que se conoce como la Ley, es decir lo que los cristianos llamamos el Pentateuco o los cinco primeros libros de la Biblia: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Ahora bien, en su sentido más amplio, la Torá puede designar incluso a todo el Antiguo Testamento, y en los evangelios y el Nuevo Testamento en general vemos que el Señor Jesucristo y los apóstoles la utilizaron de estas dos maneras, dependiendo del contexto. Sin embargo, para hacer mención de todo el Antiguo Testamento sin ambigüedades de este tipo, los judíos prefieren referirse a él como el Tanaj y reservar el nombre de Torá para lo que nosotros designamos como el Pentateuco. Hecha esta necesaria precisión, Ehrlich continúa diciendo: “El principal texto religioso del judaísmo es la Torá”, sobre todo en su sentido restrictivo (La ley o el Pentateuco), y no tanto en su sentido amplio (el Tanaj), y toda la actividad rabínica gira alrededor de su adecuada interpretación para las diferentes circunstancias cambiantes de la historia de Israel.
Este afán reverente por interpretarla correctamente dio lugar, en primer lugar, a que, citando de nuevo a Ehrlich: “Los rabinos de la época talmúdica (aproximadamente entre los siglos II y VII d. C.) extrajeron de la Torá 613 mandamientos que conforman los pilares de la vida y la tradición judías”. Y en segundo lugar a que los rabinos (o maestros, también llamados sabios, pertenecientes a la secta judía de los fariseos que fue la única que sobrevivió a la destrucción del templo y es el origen del judaísmo rabínico de hoy), desarrollaran, en palabras de Ehrlich: “un sistema de leyes y costumbres a través de una intensa discusión sobre la tradición judía y su adaptación a las circunstancias cambiantes. Estas decisiones rabínicas o «leyes orales», que abarcaban todos los aspectos de la vida religiosa y secular, fueron codificadas hacia el año 200 d. C… en el Mishná…”. Posteriormente: “Los amplios debates rabínicos sobre el Mishná [debates designados, a su vez, como Gemarah]… fueron compilados en el Talmud de Jerusalén (hacia 400 d. C.) y el Talmud de Babilonia (hacia 500 d. C.)”, como resultado de lo cual: “El Talmud… ha obtenido el grado de texto sagrado con una importancia similar a la de la Biblia, según el punto de vista rabínico”.
En términos gráficos, el Talmud es una especie de cerca, seto o vallado necesario para proteger la Torá de equivocadas interpretaciones, pero a su vez ha terminado siendo en algunos casos un obstáculo para conocer la Torá en su sencillez bíblica. Justamente, Ehrlich nos dice que: “Siguiendo el mandato del tratado ‘Pirke Avot’ («Dichos de los padres») de «construir un seto [o un vallado] en torno a la Torá», los rabinos trataron de salvaguardarla con regulaciones y costumbres adicionales” y “añadieron más reglas a los mandatos del Pentateuco”. Ahora bien, para revestir al Talmud de un aura de autoridad similar a la de la Torá en particular y de todo el Antiguo Testamento en general, los judíos se apoyan en la creencia bastante especulativa de que el Talmud recoge la “Torá oral”, a la par que el Pentateuco recogería la “Torá escrita”. Ehrlich sigue explicándonos que: “La tradición rabínica sitúa la así llamada «Torá oral», el legado talmúdico, en el mismo nivel que la Torá escrita. Se cree que ambas fueron entregadas por Dios a Moisés en el monte Sinaí: la Torá escrita fue revelada a todo el pueblo de Israel: la Torá oral fue transmitida de generación en generación por un círculo de iniciados, hasta su compilación escrita muchos siglos después por los rabinos”. Esta es la razón por la cual, para un judío de hoy: “«Torá» puede referirse tanto a las tradiciones bíblicas como a las talmúdicas y, en su sentido más amplio, al conjunto de la ley y costumbres judías”, algo que los cristianos deben tener en cuenta en su diálogo con el judaísmo.
El filólogo Agripino Cabezón Martín, redactor de la revista Tierra Santa define con gran precisión el Talmud de manera concisa, a pesar de su complejidad, de este modo: “Vasta recopilación de tradiciones judías relativas al Antiguo Testamento y a todas las ramas de la vida civil, moral, filosófica, jurídica, médica y religiosa… es la obra principal del judaísmo. Consta de un código de leyes, denominado Mishnah, y de un comentario sobre este, llamado Gemarah. El material del Talmud relativo a las decisiones de los sabios acerca de las cuestiones legales en disputa se conoce como Halakhah; las leyendas, anécdotas y recopilaciones históricas, éticas y didácticas, utilizadas para ilustrar la ley tradicional, reciben el nombre de Haggadah”. Así, pues, en el Talmud convergen y se superponen una variedad de materiales propios de la tradición rabínica judía que comprenden la Mishnah, la Gemarah, las Halakhah y las Haggadah.
Esta vasta diversidad de documentación, estilos y contenidos recogidos en el Talmud alrededor de la interpretación de la Ley tiene como consecuencia comprensible que, como sigue informándonos nuestro citado filólogo: “En su conjunto, el Talmud adolece de falta de método y estructura ordenada; más que un libro es un compendio de materiales y apuntes extensos e inconexos de las reuniones académicas en que se hablaba y se discutía sobre todo asunto, contraponiendo textos, principios y decisiones. Es una peculiar labor hermenéutica que obliga al desarrollo de las facultades de análisis, razonamiento y crítica” en cuyo procedimiento de estudio identifica al menos 18 exigentes y exhaustivos pasos diferentes. De cualquier modo, este especialista también confirma la creencia judía que pretende conferirle al Talmud una autoridad similar a la de la Torá: “se afirmaba que era una ley dada a Moisés en el monte Sinaí, llegando a convertirse en dogma del judaísmo rabínico la idea de que Moisés, al mismo tiempo que la Ley escrita registrada en el Pentateuco, recibió además detalladas explicaciones de las diferentes leyes, que transmitió oralmente a sus sucesores… punto de partida del posterior desarrollo de la Ley tradicional plasmada en el Talmud”.
La autoridad del Talmud llega a ser en algunos círculos del judaísmo superior incluso a la de la Torá bíblica en la que está basada, pues como nos lo informa el Dr. Alfonso Ropero: “Algunos judíos prefieren la Gemará a la Mishnah y a la misma «Ley escrita»; para ellos, esta última es como el agua, la Mishnah como el vino, y la Gemará como el vino con especies”. Esta comparación que pretende ser elogiosa para el Talmud, no deja de ser discutible, pues siempre cabe preguntarse si, más allá del sabor, no es preferible la claridad del agua a la turbiedad del vino, pues cualquier lector conocedor de la Torá que se aventure en el Talmud que pretende, presuntamente, explicarla mejor, no deja de sentir el peso de su aridez y dificultad que en vez de aclarar, parece confundirlo todo y hundir su significado claro en medio de sutilezas difíciles de seguir. De hecho, los rabinos que valoran de este modo el Talmud afirman, al decir del Dr. Ropero, que: “Las «palabras de los escribas»… son más preciosas que las «palabras de la ley», porque estas son pesadas y ligeras, mientras que aquellas son todas pesadas”, en donde el adjetivo “pesado”, podría entenderse también como denso y difícil.
Ahora bien, la intención que se persigue es buena, pues refiriéndose a la haggadá contenida en el Talmud, el Dr. Ropero le concede que ésta es: “esencialmente una relectura de la palabra de Dios con fines pedagógicos y edificantes, una hermenéutica actualizadora que tiene la preocupación de instruir de modo ameno, histórico, narrativo”. Es tanto así, que añade también luego algo que los cristianos no podemos menospreciar: “El conocimiento de las reglas midrásicas de interpretación no solo es fundamental para analizar los diversos ‘midrashim’ que nos ha trasmitido la tradición judía… sino también para valorar la metodología con que el NT interpretó el Antiguo, pues cuando aquel cita a éste, se observa que los apóstoles siguieron los métodos midrásicos al uso”. De cualquier modo, la vastedad y extensión del material recogido en el Talmud no contribuye a incentivar su lectura por parte de los no eruditos ni iniciados en su estudio, que hace de estos contenidos y su comprensión algo reservado a una élite intelectual debidamente adiestrada para leerlos de manera comprensiva, que serían entonces los únicos autorizados para desentrañar el significado correcto de la Ley bíblica en toda circunstancia.
Después de todo, como nos lo informa una vez más Agripino Cabezón Martín: “la Misnah… recoge dictámenes de cinco o seis generaciones de unos 260 doctores de la Ley” por contraste con la misma Biblia en su totalidad, es decir Antiguo y Nuevo Testamento, en cuya composición y redacción, si bien transcurrieron cerca de 40 generaciones diferentes, sus autores humanos fueron tan solo unos 60 aproximadamente. No deja de ser paradójico que el Talmud también se pronuncie sin proponérselo expresamente en contra de esta densidad y aridez intimidatoria que lo caracteriza y que desestimula su lectura por parte de los no especialistas, como nos lo hace saber Ehrlich al informarnos que: “El Talmud cuenta que cuando un hombre quería convertirse pidió que le enseñaran toda la Torá, Hillel [uno de los más respetados rabinos, considerado por los fariseos como su primer erudito y quien alcanzó a ser contemporáneo de Jesucristo durante su infancia y temprana adolescencia] replicó: «No hagas a los demás lo que no desees para ti mismo. El resto son comentarios. Ve y estudia.»” citando así la versión más popular de la regla de oro en el evangelio que el Señor Jesucristo formuló de este modo: “Así que en todo traten ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes. De hecho, esto es la Ley y los Profetas” (Mateo 7:12). Ehrlich añade que: “Rabí Akiva… tal vez el mayor erudito del periodo rabínico, fue un pastor analfabeto hasta los cuarenta años”.
Sin embargo, la densidad del Talmud y su carácter casi totalmente reservado a los especialistas y eruditos puede haber jugado hasta cierto punto a favor del cristianismo, pues Ehrlich nos dice acertadamente que: “Los únicos grupos [judíos] que sobrevivieron a la destrucción del templo en el año 70 d. C. fueron los fariseos y los partidarios de Jesús. Estos últimos dieron origen al cristianismo… mientras que los fariseos, encabezados por Yohanan ben Zakkai, fueron los progenitores del judaísmo rabínico” en este contexto: “muchos no judíos se sentían atraídos por el judaísmo, pero no se convertían a causa de los inconvenientes que suponían requisitos tales como la circuncisión masculina. El cristianismo, [que inicialmente podría definirse como] una rama del judaísmo… no aplicaba las leyes judías con tanto rigor y constituía una alternativa más atractiva para los no judíos seducidos por el monoteísmo ético”, aunque hay que decir que en el primer siglo el Talmud estaba todavía en formación y no existía aún en la forma escrita y acabada que alcanzó en los siglos V y VI después de Cristo.
Sin embargo, el apóstol Pablo en su condición de fariseo convertido a Cristo fue, entre todos los autores judíos del Nuevo Testamento, quien más familiarizado estuvo con los métodos de interpretación rabínicos utilizados por sus paisanos y contemporáneos, plasmados luego en el Talmud, e incluye en sus epístolas algunas muestras de estos métodos, como lo hace con el llamado “argumento a fortiori” que reviste la forma lógica de “si esto es así… con mayor razón aquello” que se refleja en pasajes como Romanos 5:15-21 y que el propio Señor Jesucristo había utilizado en su momento en el evangelio, justamente, en sus confrontaciones con los fariseos, confundiéndolos y dejándolos sin respuesta, como lo hace, por ejemplo, en Juan 10:34-35: “ꟷ¿Y acaso ꟷrespondió Jesúsꟷ no está escrito en su Ley: ‘Yo les he dicho: Ustedes son dioses’? Si Dios llamó ‘dioses’ a aquellos para quienes vino la palabra (y la Escritura no puede ser quebrantada), ¿por qué acusan de blasfemia a quien el Padre santificó para sí y envió al mundo? ¿Tan solo porque dijo: ‘Yo soy el Hijo de Dios’?”. El Dr. Ropero afirma incluso que: “La predicación de Pedro, Pablo y Esteban y toda la epístola a los Hebreos son un claro ejemplo de midrás cristiano”, siendo el midrás que ya habíamos mencionado un poco antes, uno de los más representativos métodos de interpretación de los rabinos utilizado en la redacción y recopilación del Talmud.
Sin perjuicio de la crítica que, desde la óptica cristiana, nos pueda merecer el Talmud, estar medianamente documentado alrededor de su existencia, su estructura y conocer una muestra de sus contenidos ayuda a una mejor comprensión de los contenidos del Nuevo Testamento y en especial de los debates y polémicas alrededor de la Ley entre los fariseos y dirigentes judíos y el Señor Jesucristo recogidos en los evangelios. Así, por ejemplo, Ehrlich nos cuenta que: “Los rabinos de la época talmúdica hicieron una lista de 39 tipos de trabajos prohibidos durante el Sabbath, los cuales se desprendían de la lista de actividades implicadas en la construcción del antiguo templo de Jerusalén. La interpretación de estas antiguas prohibiciones a la luz de las circunstancias cambiantes ha sido una fuente de contiendas entre los judíos durante siglos”, como también lo podemos ver en los evangelios en las discusiones del Señor Jesucristo con los fariseos alrededor del día de reposo y lo que estaba permitido o no hacer en él, brindando así contexto para iluminar y comprender más estas discusiones.
De hecho, la controversia sostenida por el Señor Jesucristo con la tradición judía y su correspondiente sobrevaloración por parte de los fariseos, tiene como trasfondo los contenidos del Talmud que, aunque no se habían aún recopilado por escrito en su forma final, se encontraba ya en elaboración y estudio por parte de los rabinos de la época desde la constitución de la sinagoga en el periodo transcurrido entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. La confrontación del Señor Jesucristo con los fariseos ilustra muy bien lo anterior y gira en muchos casos en torno a la crítica ejercida por el Señor en contra de las minucias y sutilezas menores en la interpretación de la Ley en perjuicio de los asuntos mayores y más importantes de ella. No pasemos por alto que los fariseos eran reputados en la época del Señor Jesucristo como conocedores y cumplidores estrictos y meticulosos de todas las prescripciones legales contenidas en la Ley de Moisés, así como de todas las reglamentaciones orales adicionales añadidas por los rabinos que entrarían en la constitución del Talmud y a las que el Señor Jesucristo se refiere como “la tradición”.
El doctor Ropero aborda esta tradición diciéndonos que: “En tiempos del NT, la tradición es referida por escribas y fariseos como «la tradición de los ancianos» (Mt. 15:2; Mc. 7:3-5), y «la tradición de los padres» (cf. Gal. 1:14) que tenía carácter vinculante, no así para la mayoría de sacerdotes y la totalidad de los saduceos, que no admitían más Ley que la escrita, el Pentateuco”, como nos lo informa también el Nuevo Testamento cuando el Señor responde a los saduceos de este modo: “Jesús contestó: ꟷUstedes andan equivocados porque desconocen las Escrituras y el poder de Dios” (Mateo 22:29), censurándolos, no por no creer en el Talmud, sino por no creer en el resto del Antiguo Testamento sino solamente en el Pentateuco, como lo corrobora luego el libro de los Hechos de los Apóstoles cuando Pablo aprovecha esta circunstancia para dividir a sus acusadores y poner a los fariseos de los que había formado parte en contra de los saduceos: “Pablo, sabiendo que unos de ellos eran saduceos y los demás fariseos, exclamó en el Consejo: ꟷHermanos, yo soy fariseo de pura cepa. Me están juzgando porque he puesto mi esperanza en la resurrección de los muertos. Apenas dijo esto, surgió un altercado entre los fariseos y los saduceos, y la asamblea quedó dividida” (Hechos 23:6-7). Valga citar aquí también lo dicho en el sentido de que: “San Pablo, aunque no se siente deudor de ningún apóstol anterior a él, se inserta ya en la tradición apostólica y apela a ella conforme a las fórmulas de la tradición rabínica: «Os he transmitido lo que yo mismo recibí» (1 Cor. 15:3)”.
Sea como fuere los fariseos talmúdicos, al guardar de manera literal, ꟷy en muchos casos también de manera mecánicaꟷ, hasta la letra menuda de la ley, descuidaban y en muchos casos quebrantaban el espíritu de esta misma ley, justificando afirmaciones de este tipo por parte del apóstol Pablo: “El que no está físicamente circuncidado, pero obedece la ley, te condenará a ti que, a pesar de tener el mandamiento escrito y la circuncisión, quebrantas la ley” (Romanos 2:27). Por eso el Señor Jesucristo los amonestó con fina ironía y refinado humor al acusarlos de ser “¡Guías ciegos! [que] Cuelan el mosquito pero se tragan el camello” (Mateo 23:24), declarando al mismo tiempo que cumplir de manera minuciosa y legítima prescripciones legales como el diezmo, entre otras; no debería ser excusa para descuidar los principios fundamentales del evangelio como la justicia, la misericordia y la fidelidad: “¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas! Dan la décima parte de sus especias: la menta, el anís y el comino. Pero han descuidado los asuntos más importantes de ley, tales como la justicia, la misericordia y la fidelidad…” (Mateo 23:23), en donde la referencia a la menta, el anís y el comino es una referencia a las minuciosas interpretaciones rabínicas contenidas en el Talmud para ese entonces en formación. De hecho, el Señor acusó a los fariseos de poner al mismo nivel y aún por encima de la Ley revelada en la Biblia sus interpretaciones de ella, concediéndoles a estas últimas un peso autoritativo igual o superior al de las Escrituras inspiradas y ya reconocidas como tales para ese entonces.
Dicho de otro modo, durante varias generaciones los fariseos glosaron la revelación de Dios pretendiendo aclararla, pero lo que terminaron fue invalidándola de manera culpable, justificando la siguiente denuncia: “… Así por causa de la tradición anulan ustedes la palabra de Dios” (Mateo 15:6). Las diferentes escuelas rabínicas representadas en esta tradición oral que culmina en el Talmud también brindan trasfondo a las siguientes palabras del Señor: “»¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas! Recorren tierra y mar para ganar un solo adepto, y cuando lo han logrado lo hacen dos veces más merecedor del infierno que ustedes” (Mateo 23:15), pues la tradición rabínica carecía en realidad de celo misionero y lo que hacía era proselitismo para ganar adeptos para su propia escuela de pensamiento y enredaba a la gente con tecnicismos legales que, a la par que colocaban cargas pesadas sobre el pueblo del común, paradójicamente los exoneraban a ellos de manera muy conveniente de estas obligaciones. A estos tecnicismos hizo referencia el Señor con estas palabras de censura: “Atan cargas pesadas y las ponen sobre la espalda de los demás, pero ellos mismos no están dispuestos a mover ni un dedo para levantarlas” (Mateo 23:4). Fue justamente a la sombra de estos tecnicismos que llegaron en muchos casos a: “… dejar a un lado los mandamientos de Dios para mantener sus propias tradiciones!” (Marcos 7:9). Como botones de muestra podemos señalar tres de ellos.
En primer lugar, el voto corbán utilizado hábilmente por algunos para eludir los deberes contemplados en la ley para con los progenitores, comenzando por el conocido mandamiento de honrarlos como corresponde: “Por ejemplo, Moisés dijo: ‘Honra a tu padre y a tu madre’, y: ‘El que maldiga a su padre o a su madre será condenado a muerte’. Ustedes, en cambio, enseñan que un hijo puede decirle a su padre o a su madre: ‘Cualquier ayuda que pudiera haberte dado es corbán’ (es decir, ofrenda dedicada a Dios). En ese caso, el tal hijo ya no está obligado a hacer nada por su padre ni por su madre. Así, por la tradición que se transmiten entre ustedes, anulan la palabra de Dios. Y hacen muchas cosas parecidas” (Marcos 7:10-13). En segundo lugar, encontramos las discusiones rabínicas alrededor de la validez de un juramento. Según los tecnicismos de las fariseos, un juramento podía ser impugnado o declarado sin efecto por nimiedades como las denunciadas por el Señor de este modo: “»¡Ay de ustedes, guías ciegos!, que dicen: “Si alguien jura por el templo, no significa nada; pero si jura por el oro del templo, queda obligado por su juramento.” ¡Ciegos insensatos! ¿Qué es más importante: el oro, o el templo que hace sagrado al oro? También dicen ustedes: “Si alguien jura por el altar, no significa nada; pero si jura por la ofrenda que está sobre él, queda obligado por su juramento.” ¡Ciegos! ¿Qué es más importante: la ofrenda, o el altar que hace sagrada la ofrenda? Por tanto, el que jura por el altar, jura no sólo por el altar sino por todo lo que está sobre él. El que jura por el templo, jura no sólo por el templo sino por quien habita en él. Y el que jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por aquel que lo ocupa” (Mateo 23:16-22)
Por último y aunque ya se mencionaron de manera rápida, debemos detenernos en las discusiones alrededor del día de reposo pues éste, una de las señales más distintivas del pueblo de Israel junto con la circuncisión, también llegó a convertirse en una carga pesada para el pueblo por cuenta de las reglamentaciones recogidas por las tradiciones de las diversas escuelas rabínicas. Por eso el Señor se enfrentó a los argumentos legalistas de los fariseos de su época que creían que el ser humano había sido hecho por causa del sábado y no lo contrario e impugnar en varias ocasiones muchas de estas tradiciones asociadas al sábado, recordándoles el principio de fondo que daba fundamento al día de reposo, a saber: “El sábado [literalmente: “el día de reposo”] se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado…” (Marcos 1:27), pues de la mano de las reglamentaciones elaboradas por los fariseos alrededor del día de reposo también surgieron los tecnicismos que les permitían eludir estas reglamentaciones. Esto puede verse en la expresión bíblica “camino de un día de reposo” que encontramos en Hechos 1:12, frase que se aplicaba en tiempos de Cristo para indicar la distancia que podía recorrer un judío durante el sábado sin quebrantar la ley judía tradicional (entre 890 y 1.200 metros).
Los rabinos fundamentaban este reglamento en la prohibición que encontramos en Éxodo 16:29, donde dice: “… El día séptimo nadie debe salir. Todos deben quedarse donde estén.»” y establecieron que el radio del lugar aludido con la expresión “donde estén” podía extenderse a una distancia de 2.000 codos a partir de la casa de un hombre. Puesto que estas reglamentaciones les producían a los fariseos muchos problemas y dificultades, los rabinos descubrieron la manera de obviarlas mediante un tecnicismo: ampliar la distancia de 2.000 a 4.000 codos, lo que se logró estableciendo que la “residencia” podía ubicarse al final de los primeros 2.000 codos, depositando alimentos allí antes que comenzara el sábado.
Los anteriores ejemplos de la polémica sostenida por el Señor contra los futuros contenidos del Talmud nos permiten comprender mejor las razones por las cuales denunció la incongruencia de los fariseos al no “rajar, ni prestar el hacha”, dirigiéndose a ellos de manera reiterada con estas palabras: “»¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas! Les cierran a los demás el reino de los cielos, y ni entran ustedes ni dejan entrar a los que intentan hacerlo” (Mateo 23:13); “»¡Ay de ustedes, expertos en la ley!, porque se han adueñado de la llave del conocimiento. Ustedes mismos no han entrado, y a los que querían entrar les han cerrado el paso” (Lucas 11:52) y nos recuerda también que, sin desecharla necesariamente, aceptar la tradición a ojo cerrado sin someterla a crítica es exponerse a ponerla por encima del mandamiento de forma culpable, dando así pie al señalamiento del Señor: “En vano me adoran; sus enseñanzas no son más que reglas humanas.’ Ustedes han desechado los mandamientos divinos y se aferran a las tradiciones humanas” (Marcos 7:7-8).
El Talmud también presta otra utilidad incidental al cristianismo: confirmar o corroborar la realidad histórica de Cristo, testimonio que cobra mucho más valor por proceder de una fuente histórica hostil al cristianismo. Agripino Cabezón Martín dice que, si bien: “son pocas las referencias que se hacen a Jesús en el Talmud”, al final son suficientes para corroborar en todo lo fundamental, por vía negativa, el retrato que los evangelios nos ofrecen de Él. Se han identificado unas 15 referencias a Cristo en el Talmud. De estos textos: “sólo tres o cuatro lo nombran de una manera expresa, y, realmente solo un par de ellos transmiten alguna noticia sustancial. Otros aluden a una «cierta persona»… como si nombrarlo expresamente fuera ya concederle demasiado honor; otros llaman a Jesús ‘Yeshúa ben Sthada’ o ‘Yeshúa ben Panthera’ y unos pocos tratan más bien de la madre del Nazareno que de él mismo”.
Interrogado sobre estas referencias a Jesús en el Talmud, el historiador Edwin Yamauchi nos dice: “Los judíos, en general, no abundan en detalles sobre las herejías”, y el cristianismo era considerado por ellos como una herejía. Por eso: “Hay pocos pasajes en el Talmud que mencionan a Jesús, y lo llaman un falso Mesías que practicaba la magia y que fue condenado a muerte justamente. También repiten el rumor de que Jesús nació de un soldado romano y María, dando a entender que hubo algo fuera de lo común en su nacimiento”. Con todo y ello, en forma negativa, estas referencias de los judíos sí corroboran algunos aspectos sobre Jesús contenidos con mucho más detalle y precisión en los evangelios. Así lo expresó el profesor M. Wilcox: “La literatura tradicional judía, aunque apenas menciona a Jesús… apoya la afirmación de los Evangelios de que era un sanador y obrador de milagros, aunque atribuye estas habilidades a la brujería. Además, preserva el recuerdo de que era un maestro y de que tenía discípulos… y que por lo menos en el periodo rabínico temprano no todos los sabios se habían convencido finalmente de que era un ‘hereje’ o un ‘engañador’”.
Esto tal vez ayude a explicar por qué, como nos lo informa Agripino Cabezón Martín: “dentro del cristianismo hubo también defensores del Talmud. El franciscano Pietro Columna Galtinus… abogó por su publicación, que consideraba positiva para el cristianismo… La utilidad del Talmud para la doctrina cristiana y para confundir a los judíos, llevó a Clemente I… a ordenar su traducción”. Por eso, sin dejar de honrar a la totalidad de la Biblia ꟷAntiguo y Nuevo Testamentoꟷ interpretada bajo el magisterio del Espíritu Santo prometido por el Señor, como la principal y única fuente de autoridad para la iglesia, sin colocar nada al lado de ella a su mismo nivel; en relación con el Talmud la Iglesia puede eventualmente acudir a él en ejercicio de la máxima paulina de examinarlo todo y retener lo bueno y en el propósito de emprender un diálogo y, si se quiere, un debate constructivo con el judaísmo en el marco de la instrucción apostólica a estar siempre preparados para responder y presentar defensa, con gentileza, respeto y una limpia conciencia, ante todo aquel que nos pida razón de la esperanza que hay en nosotros, los creyentes en Cristo.







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