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Conferencias

El Corán y el Islam

¿Alá es Dios y Mahoma su profeta?

Dentro de los grandes sistemas religiosos de los que la historia humana da cuenta, el islam es uno de los que ha cobrado mayor relevancia en los tiempos recientes, no necesariamente en los mejores o más recomendables términos, debido básicamente a dos circunstancias entrelazadas entre sí. En primer lugar, la globalización que nos ha permitido tener acceso y estar enterados con mucha mayor rapidez y extensión de lo que sucede en otros lugares lejanos del mundo, así como del impacto directo o indirecto que estos acontecimientos pueden tener sobre nosotros en virtud, precisamente, de esa interconexión e interdependencia global en medio de la cual el mundo entero se encuentra inmerso de un modo u otro. Gracias al avanzado sistema de comunicaciones actual podemos saber de manera casi inmediata lo que ocurre en las antípodas, es decir al otro lado del mundo, por lejano que nos parezca geográfica y culturalmente hablando. Así, los países árabes en los que el islam surgió y en los que ha predominado históricamente, se vuelven más cercanos a nosotros, para bien y para mal. Y en segundo lugar, la expansión creciente del islam más allá de la órbita de estos países, siendo también la fe religiosa dominante en muchos países del continente africano e incluso en significativos sectores de Asia oriental, así como la presencia cada vez más numerosa de musulmanes en todos los países europeos y del primer mundo en general, junto con el consecuente establecimiento de mezquitas y comunidades islámicas en todos ellos, que le confieren al islam una innegable y preocupante vigencia.

Matthew S. Gordon, doctor en estudios islámicos de la Universidad de Columbia nos informa que los musulmanes son mayoría en más de cincuenta países y constituyen una minoría importante en muchos otros y que, sin perjuicio de su presencia creciente en Europa y América, la mayoría vive en regiones en vías de desarrollo, como los países de lengua árabe del norte de África y Oriente Próximo y otras naciones de África oriental y occidental, así como del centro, el sur y el sudeste de Asia. Este especialista también llama nuestra atención a un error muy común que consiste en que: “Los no musulmanes con frecuencia cometen el error de pensar que la mayoría de mahometanos [otro nombre para los musulmanes o seguidores del islam] son árabes. Esta idea se desprende del hecho de que casi todos los árabes son musulmanes y de los orígenes árabes de la religión en sí. Además, el árabe es el idioma en que fue revelado el Corán”. Para desmentir este error nos informa también que: “Sin embargo, la mayoría de musulmanes contemporáneos vive fuera de las regiones árabes del Oriente Próximo y el norte de África. El país con una mayor población musulmana es Indonesia, seguido de Pakistán, Bangladesh y la India. La mayor parte de los iraníes y de los turcos son musulmanes” y no los países árabes como podría equivocadamente pensarse. Este especialista nos informa finalmente en este sentido que: “Los países musulmanes controlan aproximadamente dos tercios de las reservas de petróleo del mundo, lo que les proporciona prosperidad y vigor económico, dos factores fundamentales en la reafirmación del islamismo a nivel internacional”.  

La preocupación principal respecto del islam gira alrededor de los movimientos extremistas integristas y fanáticos que hacen significativa y protagónica presencia dentro del islam y que recurren sistemáticamente al terrorismo en la convicción de que la Yihad o guerra santa para combatir al occidente infiel e imponer el islam por la fuerza sobre quienes lo rechazan o son indiferentes a él, es una obligación en conciencia de todo musulmán y procede directamente de los preceptos consignados por Mahoma en el Corán, el libro sagrado por excelencia del islam, al que se considera la revelación de Alá a los hombres en competencia con la afirmación judeocristiana de que la verdadera revelación de Dios a los hombres se da en la Biblia y no en el Corán, sin perjuicio del hecho de que los judíos no acepten, obviamente, el Nuevo Testamento, sino únicamente el Antiguo. Por eso, si bien es cierto que el islam es, junto con el cristianismo y el judaísmo, la tercera de las tres grandes religiones que conforman la clasificación que las ciencias de la religión designan como “monoteísmo profético”, eso no significa, como muchos lo afirman con ignorancia, ligereza e incluso mala intención, que el Dios judeocristiano sea el mismo dios musulmán.

En realidad, es evidente que entre el judaísmo y el cristianismo, sin perjuicio de sus diferencias, existe una clara línea de continuidad. Línea de continuidad que no existe en relación con el islam, pues Mahoma es un iluminado nacionalista árabe que predicó que los judíos pervirtieron la ley de Moisés, y los cristianos el evangelio de Jesucristo y, por esta causa, fue necesaria una nueva revelación (el Corán). La relación entre este monoteísmo y los dos primeros ya mencionados no es, pues, de continuidad, sino de ruptura y oposición. Para este monoteísmo Moisés y Jesucristo son únicamente profetas malinterpretados por sus seguidores, siendo Mahoma el mayor entre todos los profetas, y el que viene a corregir las malas interpretaciones que se hicieron de lo dicho por sus predecesores, incluyendo a Abraham, el primero de sus profetas y padre de los pueblos árabes (a través de sus hijos Ismael y Madián), entre quienes surge originalmente el islamismo. Es bueno tener esto en cuenta pues el punto común entre islamismo y judeocristianismo es la creencia en un solo Dios verdadero (monoteísmo), pero el carácter del Dios judeocristiano revelado en la Biblia y en Jesucristo difiere ostensiblemente del carácter del Alá musulmán revelado en el Corán, por lo que decir que el Dios judío o cristiano es el mismo dios musulmán es una peligrosa inexactitud si con ello se pretende señalar algo más que la simple coincidencia monoteísta.

De hecho, los judeocristianos concordamos en nuestra creencia de que, en el mejor de los casos, los musulmanes han pervertido el carácter del único Dios vivo y verdadero revelado en la Biblia; y en el peor de los casos creemos que lo han reemplazado por un plagiario y pobre sustituto que no difiere en mucho de los ídolos combatidos en las Escrituras. Por eso las eventuales coincidencias entre judeocristianismo e islamismo no deben verse más allá de la mera concepción monoteísta de Dios y nada más. Sobra decir que no pretendemos abarcar en esta conferencia todos los aspectos relativos al islam ni mucho menos, sino tan solo dar una visión panorámica y a vuelo de pájaro de sus documentos sagrados que son desconocidos de manera casi total por fuera del contexto específicamente musulmán o de las naciones con una mayoría de población islámica, que según estimaciones confiables, superan ya los mil millones de personas, en aras de una mayor comprensión de la fe de este gran número de personas y de un diálogo y un debate religioso más ilustrado entre cristianos y musulmanes.

Seguiremos para ello y en lo sucesivo las precisas, sucintas y documentalmente bien sustentadas y claras afirmaciones y argumentaciones al respecto hechas por César Vidal en su libro El camino hacia la cultura, ya sea parafraseándolas y comentándolas un poco o citándolas textualmente cuando así los consideremos conveniente en aras de la claridad y precisión, partiendo del hecho de que la extensión del Corán es de 114 capítulos, denominados suras o azoras que, a su vez, se dividen en versículos llamados ayas o aleyas. Estos 114 suras con sus respectivas aleyas contienen presuntamente el conjunto de revelaciones recibidas por Mahoma a lo largo de 22 años y comunicadas por él a sus contemporáneos, algo que ya marca diferencias abismales con la Biblia que abarca un periodo histórico de 1.600 años y más de cuarenta autores humanos diferentes, circunstancia que coloca a la Biblia en una categoría única entre todos los textos sagrados de las grandes religiones de la historia.

En una primera aproximación a su lectura, las disposiciones del Corán resultan contradictorias y hasta incoherentes: “pareciendo en ocasiones abogar por una cierta tolerancia hacia fieles de otras creencias y, en otras, por una agresividad absoluta”. Esto obedece a que, en su ordenación, estos capítulos no siguen un criterio cronológico como el que encontramos principalmente en buena parte de la Biblia, en especial en casi todo el Antiguo Testamento, los evangelios y los Hechos de los apóstoles, sino que se asemejan más al ordenamiento de las epístolas del Nuevo Testamento, en particular las del apóstol Pablo, que no siguen un criterio cronológico, sino que se ordenan fundamentalmente con base en su extensión. Por eso, como lo dice César Vidal: “cuando se procede a una lectura del Corán no de acuerdo con su orden actual sino con el cronológico, el texto cobra una coherencia que resulta extraordinaria y, especialmente muy iluminadora en cuanto a la actuación de Mahoma”.

Ese orden cronológico es el mismo en el marco del cual, según los especialistas, Mahoma, recibió sus revelaciones y que distingue cuatro periodos dependiendo de la ciudad árabe en que fueron apareciendo estas revelaciones. Los tres primeros fueron en la ciudad de La Meca, sagrada, por tanto, para el islam y abarcan los siguientes lapsos: El primer periodo mecano va del 610 al 615 d. C.; el segundo periodo mecano va del 615 al 619; el tercer periodo mecano va del 619 al 622 y el último, ya en la ciudad de Medina, se conoce entonces como el periodo medinés y va desde el 622 hasta el fallecimiento de Mahoma en el 632 d. C. Las incoherencias y contradicciones en la lectura del Corán surgen, entonces, del hecho de que, en la presentación y ordenamiento del Corán se mezclan indiscriminadamente las suras procedentes de cada uno de estos periodos. Pero cuando se leen en su orden de aparición encontramos que: “las primeras suras transmitidas por Mahoma… contienen una referencia muy sencilla a una fe monoteísta” y la orden recibida por él para predicarla, junto con el hecho del juicio inminente de este dios sobre los idólatras que no se han plegado a su voluntad y han actuado de manera desobediente y rebelde.

Curiosamente: “Aunque las primeras suras [leídas en su orden de aparición y no en su orden de presentación] están centradas en un monoteísmo estricto, no hacen referencia a otros tipos de fe monoteísta (judaísmo y cristianismo) que ya existían en la Arabia del inicio de la predicación de Mahoma”. Hay que esperar hasta la sura 87 para encontrar referencias a que: “la predicación de Mahoma pretende ser confirmación de lo que otros profetas monoteístas anunciaron con anterioridad”, con algunas referencias rápidas y muy parcas a Abraham y Moisés. Pero ya durante el segundo y tercer periodo mecano: “se hace hincapié ꟷahora sí, muy acusadoꟷ en el hecho de que el mensaje islámico ha sido precedido por los del judaísmo y el cristianismo”. Por consiguiente: “Es de suponer que Mahoma tuviera la esperanza de que los fieles de estas religiones se convirtieran a su predicación y, de hecho, a estas épocas pertenecen los textos del Corán más conciliatorios con ambos”. Pero como sigue diciéndonos César Vidal, documentando sus afirmaciones con citas textuales del Corán: “Esta visión, notablemente cercana al cristianismo, no tardaría, sin embargo, en cambiar”.

Las circunstancias que explican este cambio tienen que ver con la recepción que judíos y cristianos dieron a las primeras revelaciones recibidas por Mahoma y la consecuente predicación emprendida por él alrededor de ellas, pues: “En términos generales… estas predicaciones de Mahoma tuvieron poca acogida entre los árabes idólatras, la cual fue prácticamente nula entre los judíos y los cristianos. Los primeros [es decir, los árabes idólatras] no se sentían atraídos por una fe monoteísta que, además, podía desmantelar el negocio religioso que significaba la ciudad de la Meca, santuario de innumerables divinidades. En cuanto a los segundos [es decir, judíos y cristianos], objetaban que, en realidad, Mahoma era un ignorante que no conocía mínimamente ni el judaísmo ni el cristianismo y que, por lo tanto, difícilmente podía significar su consumación”, algo que se ve corroborado por el tratamiento que el Corán hace de episodios bíblicos muy conocidos en los que introduce consideraciones arbitrarias y falsas ajenas a la historia sagrada.

Si bien es cierto que hasta ese momento: “Mahoma oraba en dirección a Jerusalén (como los judíos) y se abstenía de ingerir alimentos como el cerdo (al igual que los judíos). [y que] No era menos verdad que aceptaba a Jesús como mesías, nacido de una virgen y hacedor de milagros (como los cristianos)”, también lo es que a estas alturas: “las diferencias resultaban abismales. Los judíos no podían aceptar una fe que pasaba por alto los relatos del Antiguo Testamento (o los narraba de manera bien distinta), que obviaba las regulaciones del Talmud y que, además, pretendía que tanto Jesús como Mahoma fueran profetas superiores a Moisés. Por su parte, los cristianos encontraban inaceptables las discrepancias entre el relato bíblico y el coránico, pero a la vez consideraban muy dudosa la cristología de Mahoma y, desde luego, no podían aceptar que Jesús, el Hijo de Dios, fuera inferior a él. El enfrentamiento era inevitable y, ciertamente, persiste hasta la actualidad”. Así que, en honor a la verdad: “durante los primeros años, la predicación de Mahoma no se caracterizó por el éxito, sino más bien por un rechazo casi general”.

A raíz de la poca y casi nula recepción de su mensaje entre sus mismos paisanos, en el año 622 d. C. Mahoma debe huir de La Meca a Medina, marcando con esta huida (que se conoce como “la Hégira”), el punto de partida del calendario musulmán y un punto de inflexión también en sus anteriores posturas conciliatorias reflejadas en las suras correspondientes al segundo y tercer periodo mecano del Corán. Así: “En un tiempo inmediato a su huida de La Meca y su establecimiento en Medina, Mahoma dejó de ser el profeta no violento de los años anteriores y se convirtió en un hombre de estado, decidido a fraguar un nuevo orden espiritual, social y político. No deja de ser significativo que aunque las suras medinesas del Corán sean numéricamente muy escasas, cuenten con una extensión comparativamente muy considerable”. En ellas, en especial en la extensa segunda sura, resulta claro que: “el islam dejaba de ser una religión vinculada a las demás incluso por lazos meramente afectivos y, según ellas, imaginarios. Desde ahora, la oración diaria se pronunciaría no en dirección a Jerusalén sino a La Meca… Además, debía quedar bien establecido que tanto judíos como cristianos no eran mirados ya con buenos ojos precisamente por su resistencia a la conversión”. Adicionalmente: “la nueva fe recurriría al uso de la guerra para asegurar su supervivencia y su ulterior expansión. Los tiempos del pacifismo habían pasado definitivamente y ya nunca regresarían”.

La Yihad o guerra santa se vuelve normativa y en esta extensa segunda sura se establecen también las bases de la llamada sharia o ley islámica, pues: “Al mismo tiempo que deja establecida tanto la legitimidad de la guerra como la diferenciación con otras religiones, en esta sura asistimos a todo un esfuerzo legislativo que ya no solo va dirigido a una comunidad religiosa sino a toda una sociedad. Así, se establece qué animales serán impuros… que las minorías religiosas cristiana, judía y sabea deben ser respetadas [algo que cada vez se honra menos, por razones que trataremos más adelante]… o que la ley que debe aplicarse para dirimir daños es la del talión… En buena medida, la sura 2 contiene los trazos fundamentales a partir de los que se desarrollará el derecho islámico”. Es también en esta sura en la que se establece de manera general los que se consideran los cinco pilares de la práctica religiosa islámica que conviene identificar con precisión. El primero consiste en la declaración del credo o confesión de fe fundamental del islam que afirma que: “No hay más Dios que Alá y Mahoma es su profeta”. El segundo (y en opinión de muchos, el de mayor importancia práctica) es el de la oración diaria. El tercero es el de la limosna, que en realidad tiene mayor afinidad con los diezmos bíblicos que con la limosna en su entendimiento popular. El cuarto es el ayuno que tiene lugar cada año durante el ramadán. Y el quinto es la obligación que cada musulmán tiene de llevar a cabo un peregrinaje a La Meca.

En cuanto a la Yihad y dado que no todos los musulmanes ꟷtal vez una mayoría entre ellos, comparte ni se siente cómodo con el recurso a la violencia para imponer su fe o combatir la fe de otrosꟷ Matthew S. Gordon de nuevo nos informa que este concepto ha sido matizado y transmutado un poco de este modo: “En distintos momentos de la historia de la religión islámica se ha expresado la opinión de que la ‘yihad’, un concepto coránico ampliamente comentado en las letras islámicas, constituye el «sexto pilar» del islam. ‘Yihad’ es un término complejo que, en los medios de comunicación y la imaginación popular occidentales, ha sido reducido con demasiada frecuencia a uno de sus múltiples significados, literalmente «guerra santa», el lema de los movimientos islámicos radicales modernos. Sin embargo, en el Corán y en la tradición tiene el significado de «afanarse en el camino de Dios», es decir, esforzarse por conseguir un orden moral perfecto tanto en la sociedad como en la vida de cada individuo. Así pues, exhorta a todos los musulmanes y a la comunidad en general a luchar contra todo aquello que pueda degradar la palabra de Dios y ser causa de discordia. Probablemente el origen del término ‘yihad’ estuvo muy ligado a las primeras conquistas del islam. En tal caso, seguramente significaba la difusión de la fe verdadera, lo que ha dado pie al uso actual de esta palabra por aquellos que poseen una visión belicosa de la tradición islámica”

Sea como fuere, el Corán interpretado literalmente, en especial la sura 2 y las demás procedentes del periodo medinés, el cuarto y último de ellos, da pie a esta interpretación belicosa para difundir la fe, propia del islam. Por eso: “tanto para judíos como para cristianos, la objeción ha mantenido su peso y solidez con el paso de los siglos y se ha insistido en que Mahoma fue cambiando su orientación a tenor de sus propias conveniencias y sin importarle las posibles contradicciones”, como lo muestran no solo los cambios entre el pacifismo inicial por contraste con el llamado final a la yihad, sino también las disposiciones cambiantes relativas a la poligamia islámica que pasaron de las cuatro esposas inicialmente permitidas para los varones musulmanes a las doce que Mahoma llegó a tener, justificadas en una revelación de una sura medinesa, en abierta contradicción no solo con la Biblia, sino con el propio contenido interno cambiante del Corán. Dejaremos de lado el proceso de fijación de la versión escrita oficial y la única autorizada del Corán siempre en idioma árabe, que no estuvo tampoco exento de controversia ante la difusión inicial de cerca de diez versiones ligeramente diferentes entre sí en cuanto a su lectura o recitación oral, existentes durante los dos primeros califatos que sucedieron a Mahoma luego de su muerte, versiones que fueron suprimidas y destruidas en favor del texto recopilado por el califa Abu Bakr para su uso privado a instancias de uno de sus sucesores, el también califa Otmán que se convirtió entonces en el texto canónico del islam.

Pasaremos, entonces, a otros documentos diferentes al Corán que, a pesar de ello, son fundamentales para su interpretación correcta y revisten, por tanto, casi su misma importancia en el islam. Así se refiere a ellas Matthew S. Gordon: “El Corán se complementa con el extenso y complejo relato de la vida de Mahoma, conocido como hadices… los cuales incorporan la ‘sunna’ («tradición»), que recoge cómo pensaba, hablaba y dirigía sus negocios el Profeta. El Corán y los hadices son las dos fuentes más importantes del pensamiento religioso y legal islámico”. Así se refiere, por su parte, César Vidal a estos documentos: “Entre el Corán y su aplicación práctica tanto cotidiana como a lo largo de la historia existe un elemento de enorme importancia denominado ‘jadiz’ o narración. El ‘jadiz’ no cuenta con el mismo valor canónico que el Corán pero, en la práctica, pesa enormemente en la vida de los centenares de millones de musulmanes del mundo. En términos realistas, hay que señalar que su papel en el cambio de la historia no resulta exageradamente inferior al del propio Corán”. Su recopilación comenzó alrededor de dos siglos después de la muerte del profeta, tanto por la rama mayoritaria del islam, que son los que se conocen como sunnitas y su rama minoritaria, que son los chiitas, ramas ambas que tienen hadices que revisten mayor peso y credibilidad para cada una de ellas y que difieren, por lo tanto, entre sí.

Los hadices tienen para el islam similar importancia a la que el Talmud tiene entre los judíos en relación con la Ley o la Toráh, por lo que: “debe insistirse en el hecho de que pretender entender el islam sin haber entrado en el rico mundo del ‘jadiz’ constituye una actitud completamente carente de realismo”. En ellos ya no solo las enseñanzas contenidas en el Corán, sino la misma conducta de Mahoma se vuelve ejemplar y normativa para todos los musulmanes. En efecto, los jadiz o hadices: “parten de la base de que cualquier acto del profeta tiene un carácter no solo ejemplar sino normativo, aunque no se encuentre recogido, como sucede a menudo, en el Corán”. Y en este orden de ideas, la yihad entendida en su sentido literalmente belicoso y agresivo se afianza más en los hadices, al punto que César Vidal es menos indulgente que Matthew S. Gordon para ponderar su significado e importancia en el islam diciendo: “La ‘yihad’ o guerra santa tiene una importancia esencial en el islam predicado por Mahoma. Aunque con posterioridad ha existido en algunos sectores islámicos una tendencia a considerar esa guerra en términos espirituales y a relegar la guerra literal a un significado menor, lo cierto es que esa interpretación no hace justicia ni a las enseñanzas ni a los actos del profeta”.

Continúa diciendo: “Para Mahoma, la guerra en el nombre de Allah era una de las acciones más nobles a las que podía entregarse un musulmán. Sin embargo, no fue extraño que creyentes de peso pronto la convirtieran en la principal… De hecho, detrás de las guerras llevadas a cabo por el islam no se hallaba un esfuerzo defensivo contra naciones enemigas, como a veces se señala, sino más bien una voluntad directa de imponer el islam a todos los pueblos de acuerdo con la enseñanza de Mahoma… La guerra santa o ‘yihad’ pretende, por lo tanto, según la enseñanza del profeta recogidas en distintos ‘jadiz’, someter todo el mundo al islam, de tal manera que esta fe sea aceptada por los vencidos o, al menos, éstos se sometan a tributo. Ya hemos señalado… cómo la apostasía del islam debe ser castigada, según Mahoma, con la muerte. De la misma manera, el islam primitivo enseñó que era legítima la práctica de la conversión bajo amenaza de muerte… No resulta sorprendente que partiendo de bases similares, Mahoma considerara legítimo el atentado individual contra el opuesto al islam e incluso ordenara su comisión”.

Estas prescripciones podían llegar a ser tan severas que en uno de estos jadiz: “Al-Bujari ha recogido igualmente cómo podía sufrir la muerte aquel que manifestaba no su apostasía sino su cansancio frente a ciertas ceremonias de la fe islámica”. Y si la conducta de Mahoma es ejemplar y normativa, no podemos dejar de señalar que: “el mismo profeta dirigió campañas en las que los que se negaban a convertirse o a pagar tributo eran asesinados en masa si se trataba de hombres, o convertidos en esclavos si eran mujeres o niños… De hecho, la ‘yihad’ o guerra santa tenía un papel tan importante en el islam que no resulta extraño que Mahoma anunciara a los participantes en la misma recompensas de tipo material y espiritual”. Por eso, las conclusiones de Vidal al respecto comienzan por decir que: “Poco puede dudarse de que los ‘jadiz’ relativos a Mahoma han cambiado la historia. De ellos se desprende una cosmovisión que ya está presente en el Corán pero que se hace mucho más clara, explícita y detallada. Si el Corán podría permitir diversas interpretaciones, los ‘jadiz’ señalan cuál debe ser la principal: la del profeta tal como fue transmitida por personajes cercanos a él”.

En concreto: “la cosmovisión reflejada en los ‘jadiz’ resulta completa, vigorosa, masculinista y militante, y sus resultados directos han sido evidentes a lo largo de los siglos”. Y ya que hemos mencionado la masculinidad claramente machista de su cosmovisión, vale la pena hacer también algunas consideraciones al respecto. El Corán comparte en este aspecto algunos elementos ya presentes en la Biblia judeocristiana ꟷsobre todo en el Antiguo Testamentoꟷ, pero radicalizados al extremo y puestos a salvo de cualquier interpretación o matización crítica hacia ellos. Es así como: “el profeta maldijo la homosexualidad y a los que la practicaban”. Y en relación con su menosprecio de la mujer, los jadiz afirman que sus características físicas y biológicas las hacen deficientes en cuanto a la práctica de la religión y en cuanto a su presunta inteligencia inferior, al punto de que: “Mahoma llegó a afirmar también que la mayor parte de los habitantes del infierno son mujeres” añadiendo un poco más adelante: “Partiendo de esa base, no resulta extraño que la mujer sea en el derecho y la sociedad islámicos un ser tutelado perpetuamente. Así, su matrimonio es arreglado por sus padres y su silencio acerca del futuro marido debe ser interpretado como consentimiento”.

Un silencio que es más fácil de obtener en virtud de que: “buena parte de los matrimonios musulmanes se realizan con mujeres de muy corta edad” que se sienten aun más inhibidas por sus padres y su familia que una mujer adulta para disentir o protestar en algún sentido. Esta práctica esta respaldada por otro jadiz que narra el hecho de que el propio Mahoma consumó el matrimonio con una de sus esposas cuando ésta contaba con sólo nueve años de edad, práctica que es considerada delictiva en la cultura occidental de fundamento cristiano, en donde incluso las naciones más liberadas, descristianizadas y “progresistas” establecen los 14 años o más como la edad para el consentimiento sexual por parte de un menor, hombre o mujer. Valga decir que en Colombia incluso se está buscando incrementarla a los 16 años. Ya hemos mencionado también que el Corán autoriza al varón a tener hasta cuatro esposas a la vez, sin que esta conducta cuente con paralelos en la mujer, con la excepción de Mahoma, para quien este límite no tenía aplicación.

Además: “Los problemas causados naturalmente por la poligamia se afrontan mediante dos recursos, el divorcio y el castigo físico de la mujer. El divorcio queda siempre en manos del varón y nunca en las de la mujer… no resulta extraño que, en realidad, le sea lícito al esposo divorciarse por el mero desagrado que le produce su cónyuge y sin un motivo reglado como en otras normativas”. Para agravar este cuadro: “Por lo que se refiere al castigo corporal causado por el marido a la mujer, ya contaba con precedentes en el Corán [y no sólo en los jadiz]. De hecho, la sura 4, 34, establece que el marido puede golpear a su esposa si ésta no se comporta como le complace o es desobediente”.

La conclusión de Cesar Vidal alrededor del islam y el Corán no deja de ser inquietante: “En los albores del tercer milenio, el islam ha quedado circunscrito al Tercer Mundo, ya que su presencia en el primer mundo o es meramente testimonial o se conecta fundamentalmente no tanto con las conversiones de occidentales como con inmigrantes que profesan esa fe. Sin embargo, su potencialidad permanece casi intacta e incluso se presenta más desafiante que nunca en algunos terrenos. Frente a la mermada natalidad occidental, ostenta una pujanza demográfica extraordinaria sustentada en las disposiciones del profeta Mahoma en relación con la familia, la sexualidad y la mujer”. Más exactamente, el Corán y el islam promueve: “el establecimiento de un sistema familiar que garantizaba la supervivencia de una sociedad guerrera y el suministro de futuros soldados por una fuerte natalidad enraizada en la poligamia, la nupcialidad temprana de las mujeres y el sometimiento de éstas a la voluntad del marido”.

Sigue planteando en estos términos el desafío que el islam presenta a la sociedad occidental: “Frente al culto al consumo o a la igualdad social ente hombres y mujeres, puede levantar la bandera de la lucha por la religión hasta la victoria o la de la permanente sumisión femenina. Frente al escepticismo y las libertades occidentales, esgrime un culto a la revelación coránica, cuyo abandono se paga con la muerte. Frente a los complicados entresijos de la acción diplomática internacional, puede recurrir no sólo a la utilización de la guerra como un instrumento religioso sino incluso a la realización de atentados individuales como el que puso fin a la vida del presidente egipcio Sadat, como los que asolan desde hace años el territorio de Israel o como los que estremecieron el orbe el 11-S”.

Y finaliza diciendo: “De la expansión islámica de los primeros siglos a las Cruzadas (provocadas por las matanzas islámicas de peregrinos cristianos y fundamentada en la idea musulmana de la guerra santa), de la sublevación del Mahdi a la creación del imperio turco, del integrismo islámico a la revolución iraní, del conflicto árabe-israelí a las guerras del Líbano, de la guerra Irán-Irak al terrorismo musulmán nos encontramos con unas raíces fuertes, profundas y extensas, que se hunden y toman su vida de los ejemplos y enseñanzas del profeta Mahoma recogidos en los ‘jadiz’. No cabe duda que una visión así… ha cambiado la historia pero, además, tiene fuerza suficiente para volverla a cambiar en el futuro”, si el cristianismo no se revitaliza y pierde su empuje y vigor anterior que moldeó a la sociedad occidental, actualmente cada vez más descristianizada y vulnerable al fanatismo inherente al islam y en gran medida impotente o abocada a nuevas guerras político-religiosas si la iglesia no asume su papel y responsabilidad de renovar en oración y acción sensible, sabia e inteligente, en comunión con Cristo y su Espíritu, la moral, la mística, la misericordia, el impulso misionero y la piedad cristianas abandonadas en gran medida por el pensamiento secular occidental que se resiste a reconocerle todo lo que le debe al cristianismo y descuidados incluso en la iglesia, infiltrada en gran medida con valores ajenos al cristianismo original con sus ideales consumistas y exitistas que hacen de la búsqueda del evangelio del sueño americano la meta de la vida cristiana.  

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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