La derrota de Israel a manos de la pequeña ciudad de Hai fue desmoralizante y sumió al pueblo en el temor y el desánimo, con mayor razón porque el pueblo no entendía como, después de la deslumbrante victoria contra Jericó y la consecuente demostración de poder desplegado por Dios en contra de ella, pudieran ser derrotados por una fuerza militar tan comparativamente insignificante. Por lo tanto, el pueblo se acobardó en el propósito de continuar la campaña para la toma de posesión de la tierra prometida. Sin embargo, Dios reveló la causa de la derrota y dio instrucciones precisas para corregir la falta que, una vez obedecidas a la letra por el pueblo, restauraron el respaldo divino al pueblo en su campaña de conquista. Sin embargo, el pueblo tenía ya lastimada su confianza y a pesar de estas medidas siguió amedrentado por su fracaso en la toma de Hai y le costaba creer que pudieran derrotar a quien ya los había humillado recientemente cuando lo había intentado. Por eso Dios se dirigió así a Josué: “El Señor exhortó a Josué: «¡No tengas miedo ni te acobardes! Toma contigo a todo el ejército, y ataquen la ciudad de Hai. Yo les daré la victoria sobre su rey y su ejército; se apropiarán de su ciudad y de todo el territorio que la rodea” (Josué 8:1), indicando así, en primera instancia, que no se debe menospreciar al adversario, pues no hay enemigo pequeño. Y en segunda instancia que cuando hay confesión, arrepentimiento y corrección, Dios se pone de nuestro lado y podemos volverlo a intentar y obtener éxito donde ya habíamos fracasado previamente sin Él
Yo les daré la victoria
“Cuando corregimos nuestros pecados y equivocaciones con humildad y arrepentimiento podremos obtener éxito en lo que ya habíamos fracasado previamente”
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