La idea de la salvación va adquiriendo una forma cada vez más concreta y madura en la mentalidad judía a través de los actos liberadores llevados a cabo por Dios a favor de Su pueblo, destacándose por encima de ellos la liberación milagrosa de la esclavitud egipcia, a la que le siguen en su momento todas las manifiestas intervenciones liberadoras de Israel llevadas a cabo por Dios durante la conquista, el establecimiento y la permanencia de la nación en la tierra prometida contra todo pronóstico, como por ejemplo la providencial liberación de Samaria del asedio del poderoso ejército sirio de Ben Adad o la de Jerusalén de la amenaza inminente del avasallante imperio asirio en cabeza de Senaquerib o la de la nación entera del genocidio planeado sobre ella por el malvado Amán durante el periodo de dominio del imperio persa. Los actos liberadores de Dios dan pie, entonces, a la confiada, sentida y repetida apelación a Él hecha por el salmista clamando por liberación en oraciones de este estilo: “¡Ven, oh Dios, a librarme! ¡Ven pronto, Señor, en mi auxilio!” (Salmo 70:1). También durante su ministerio público el Señor Jesucristo realizó liberaciones de posesiones satánicas que se unen a las anteriores para anticipar el acto liberador y salvador culminante de Dios en la historia humana, que es la redención realizada por Cristo con su muerte expiatoria en la cruz y su posterior resurrección victoriosa, un acto de liberación muy particular, pues la redención, a diferencia del resto de gestas liberadoras, implica el pago de un precio de rescate: la propia vida del Señor Jesús
Ven, oh Dios, a librarme
"Todos los actos de liberación llevados a cabo por Dios a favor de Su pueblo en el Antiguo Testamento tipifican la redención de Cristo en el Nuevo”
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