Las vestiduras de los sacerdotes no sólo eran hermosa, artística y laboriosamente elaboradas, sino que conferían dignidad a su cargo y a sus propias personas con nombre propio, además de poseer un evidente y rico significado simbólico: “Las piedras de ónice se engarzaron en los engastes de filigrana de oro, y en ellas se grabaron, a manera de sello, los nombres de los hijos de Israel. Luego las sujetaron a las hombreras del efod para recordar a los hijos de Israel, como se lo mandó el Señor a Moisés… La placa sagrada se hizo de oro puro, y se grabó en ella, a manera de sello, Santo para el Señor” (Éxodo 39:6-7, 30). Así, el pectoral del sacerdote tenía un importante significado, dando a entender la representación que él llevaba a cabo de todas y cada una de las doce tribus de Israel, representadas en las doce piedras de ónice firmemente engarzadas en él, acudiendo en nombre de todo el pueblo a la presencia de Dios. Y la placa puesta sobre su cabeza evocaba la santidad de Dios que requería también la santidad del pueblo para acercarse a Él en la persona del sacerdote. Esta representación y esta santidad en el mejor de los casos, era siempre imperfecta, pues: “la Ley designa como sumos sacerdotes a hombres débiles” (Hebreos 7:28), y por eso uno de sus propósitos era apuntar a la perfecta representación y santidad exhibida por Cristo a nuestro favor, el verdadero y único mediador eficaz entre Dios y los hombres, como lo afirma el autor sagrado: “Nos convenía tener un sumo sacerdote así: santo, irreprochable, puro, apartado de los pecadores y exaltado sobre los cielos” (Hebreos 7:26)
Un sumo sacerdote así
"La laboriosa belleza artística de sus vestiduras confería a los sacerdotes una dignidad acorde con su responsabilidad ante Dios y ante el pueblo”
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