El atrio o patio exterior del santuario en el desierto o del templo de Jerusalén indistintamente, era una parte fundamental de su diseño y delimitación: “Después hicieron el atrio. El lado sur medía cuarenta y cinco metros de largo, y tenía cortinas de lino fino, veinte postes y veinte bases de bronce, con ganchos y empalmes de plata en los postes. El lado norte medía también cuarenta y cinco metros de largo, y tenía veinte postes y veinte bases de bronce, con ganchos y empalmes de plata en los postes” (Éxodo 38:9-11). Y su importancia radica no solo en ser la antesala y la salvaguarda que protege y restringe el acceso al lugar santo y el lugar santísimo propiamente, sino que el atrio es ya en sí mismo un lugar de privilegio y santidad en el que se llevaban a cabo los lavamientos rituales de los levitas y sacerdotes en la gran fuente de bronce que se hallaba en él y también todos los sacrificios del elaborado ritual sacrificial contemplado por la ley en el altar de los sacrificios. La santidad del atrio hace que en el imponente templo de Herodes que se hallaba en pie en el Nuevo Testamento, éste se desdoble en cuatro atrios diferentes, de afuera hacia adentro, cada uno con acceso más restringido: el de los gentiles, el de las mujeres, el de los varones y el de los sacerdotes, que sería el más interno y en el que se hallarían la fuente de bronce y el altar de los sacrificios resguardando el lugar santo y el lugar santísimo del acceso del pueblo. En los salmos, el rey David expresa de muchas formas su convicción al respecto: “Anhelo con el alma los atrios del Señor; casi agonizo por estar en ellos” (Salmo 84:2)
Los atrios del Señor
"No solo el lugar santo y el lugar santísimo del santuario son lugares de santidad, privilegio y bendición, sino también los atrios mismos alrededor”
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