Judá no obró, ciertamente, bien en relación con su nuera Tamar. Pero su falta no está propiamente en haberse resistido a entregarla a su hijo menor, Selá, como esposa, en cumplimiento de la costumbre del levirato que lo obligaba a ello en justicia; sino en la doble moral que mostró en su trato con ella cuando quedó embarazada. Y si bien su negligencia en entregarla como esposa a Selá podía tener algún fundamento en sus temores de que también falleciera al casarse con ella, como había sucedido ya de forma sucesiva con sus dos hijos mayores Er y Onán; en realidad esto no sucedió por nada malo que hubiera en Tamar, a la manera de una viuda negra u otras creencias supersticiosas de este estilo, sino que las causas de sus muertes eran imputables a los propios Er y Onán, como podemos leerlo en relación con el primero de ellos en los comentarios a las genealogías: “Hijos de Judá: Er, Onán y Selá. La madre de estos tres era una cananea, hija de Súa. Er, primogénito de Judá, hizo lo malo ante los ojos del Señor, y el Señor le quitó la vida” (1 Crónicas 2:3). Así, aunque no se especifique qué fue lo que hizo mal, sí se afirma que como consecuencia de ello Dios le quitó la vida y no por nada relacionado con Tamar. Y de Onán sabemos también que su maldad consistió en negarse de manera mezquina a brindarle a Tamar hijos, al eyacular en el suelo cada vez que tenía relaciones sexuales con ella para no fecundarla y darle de este modo descendencia. Una descendencia que legalmente, correspondería a su fallecido hermano mayor y no a él, su padre biológico
Tamar, ¿la viuda negra?
“Er y Onán, hijos de Judá, murieron de manera temprana por causas imputables a ellos y no en razón de su sucesivo vínculo matrimonial con Tamar”
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