En la llamada “línea mesiánica” de descendencia que conduce desde Adán hasta Cristo en cumplimento del llamado “protoevangelio”, es decir la primera y más temprana promesa del mesías que aparece en la Biblia en Génesis 3:15, identificándolo como un descendiente de la mujer que aplastaría finalmente la cabeza de la serpiente o Satanás; se destacan Noé, Sem y Abraham, tal como aparecen en las generalogías bíblicas: “Adán, Set, Enós, Cainán, Malalel, Jared, Enoc, Matusalén, Lamec, Noé… Sem… Éber… y Abram, que es también Abraham” (1 Crónicas 1:1-4, 24-27). Y es que con ellos la promesa del protoevangelio se va estrechando hasta concretarse en un pueblo en particular, pues aunque luego del diluvio todos los pueblos de la tierra proceden de Noé, la línea mesiánica sólo lo hace a través de su hijo Sem, que da origen a los pueblos semíticos, entre los que se destacan los hebreos (por Éber) o israelitas (por Jacob o Israel), al punto que el odio a los judíos (por Judá) se conoce como antisemitismo. Y, por supuesto, con Abraham como descendiente directo de Sem, Dios se introduce de forma expresa en la historia humana y elige a un hombre y su descendencia para realizar sus propósitos salvadores. Así, el amplio alcance inicial del protoevangelio en el propósito de identificar quién es el que finalmente le dará cumplimiento, se estrecha aquí drásticamente, pues la elección y consecuente promesa a Abraham desecha y excluye a cualquier otra raza, pueblo o nación que no proceda directamente del patriarca a quien le fue dada la promesa
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