El fenómeno físico de la sombra como producto del bloqueo que un objeto opaco presenta al paso de la luz, ofrece una figura muy útil para la enseñanza de verdades espirituales. En este sentido una sombra puede evocar realidades muy diferentes entre sí. Por una parte, puede brindar abrigo, protección y refugio contra las inclemencias del tiempo y de la vida: “… Por encima de todos estará la gloria del Señor, para protegerlos y defenderlos; les servirá de sombra contra el calor del día y de protección contra la lluvia y la tempestad” (Isaías 4:5-6 DHH); “»”Así dice el Señor omnipotente: »”De la copa de un cedro tomaré un retoño, de las ramas más altas arrancaré un brote, y lo plantaré sobre un cerro muy elevado. Lo plantaré sobre el cerro más alto de Israel, para que eche ramas y produzca fruto y se convierta en un magnífico cedro. Toda clase de aves anidará en él, y vivirá a la sombra de sus ramas” (Ezequiel 17:22-23); “Jonás salió y acampó al este de la ciudad. Allí hizo una enramada y se sentó bajo su sombra para ver qué iba a suceder con la ciudad. Para aliviarlo de su malestar, Dios el Señor dispuso una planta, la cual creció hasta cubrirle a Jonás la cabeza con su sombra. Jonás se alegró muchísimo por la planta” (Jonás 4:5-6). Pero, por otro lado, puede representar situaciones de aflicción, angustia y desesperanza extrema, designadas en la Biblia con expresiones como ésta: “los sacó de las tinieblas y de la sombra de muerte y rompió sus ataduras” (Salmo 107:14 LBLA), evocando con ello la idea de ausencia de luz y de opresiva, agobiante y amenazante oscuridad, puesto que es un hecho que no toda sombra confiere una protección segura y confiable y que muchas de ellas son engañosas para este propósito.
Dios amonestó a su pueblo por acudir a buscar protección bajo sombras equivocadas: “¡La protección de Faraón será su vergüenza! ¡El refugiarse bajo la sombra de Egipto, su humillación!” (Isaías 30:3); “Los extranjeros más crueles lo han talado, abandonándolo a su suerte. Sus ramas han caído en los montes y en los valles; yacen rotas por todas las cañadas del país. Huyeron y lo abandonaron todas las naciones que buscaban protección bajo su sombra… Sus aliados entre las naciones que buscaban protección bajo su sombra también descendieron con él al abismo, junto con los que habían muerto a filo de espada” (Ezequiel 31:12, 17), de donde adquiere su dosis de verdad el viejo refrán que dice: “El que a buen árbol se arrima, buena sombra lo cobija”. En este contexto, el buen árbol por excelencia que produce la mejor sombra es Dios mismo: “El que habita al abrigo del Altísimo se acoge a la sombra del Todopoderoso” (Salmo 91:1); “He puesto mis palabras en tu boca y te he cubierto con la sombra de mi mano; he establecido los cielos y afirmado la tierra, y he dicho a Sión: ‘Tú eres mi pueblo’»” (Isaías 51:16); “Volverán a habitar bajo mi sombra, y crecerán como el trigo. Echarán renuevos, como la vid, y serán tan famosos como el vino del Líbano” (Oseas 14:7). Pero para beneficiarnos de su sombra protectora es necesario acudir “bajo sus alas”, otra evocadora expresión metafórica en las Escrituras que alude a la protección que un ave brinda a sus polluelos cuando se acercan a acogerse a su abrigo y a la que el salmista acude reiteradamente: “Cuídame como a la niña de tus ojos; escóndeme, bajo la sombra de tus alas” (Salmo 17:8); “¡cuán precioso, oh Dios, es tu gran amor! Todo ser humano halla refugio a la sombra de tus alas” (Salmo 36:7); “Ten compasión de mí, oh Dios; ten compasión de mí, que en ti confío. A la sombra de tus alas me refugiaré, hasta que haya pasado el peligro” (Salmo 57:1); “A la sombra de tus alas cantaré, porque tú eres mi ayuda” (Salmo 63:7); “pues te cubrirá con sus plumas y bajo sus alas hallarás refugio. ¡Su verdad será tu escudo y tu baluarte!” (Salmo 91:4).
Pero el punto culminante de la verdad evocada con esta figura lo encontramos en el Nuevo Testamento en boca del Señor Jesucristo en su conmovedor lamento y su sentida advertencia a su pueblo Israel, representado por su amada Jerusalén; lamento y advertencia extensivos a todos los que se resisten a Él: “»¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como reúne la gallina a sus pollitos debajo de sus alas, pero no quisiste! Pues bien, la casa de ustedes va a quedar abandonada. Y les advierto que ya no volverán a verme hasta el día que digan: ‘¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!’»” (Lucas 13:34-35). Pero finalmente, si nos hemos acogido a Cristo y a la sombra de sus alas debemos siempre recordar que, cuando nos hallemos en medio de lo que el salmista llamaba “valle de sombra de muerte” en el versículo 4 del conocido salmo 23, la misma sombra es consecuencia de la luz que brilla más allá y que solo puede ser obstaculizada de forma pasajera: “Es como las flores, que brotan y se marchitan; es como efímera sombra que se esfuma” (Job 14:2); “Todo mortal es como un suspiro; sus días son fugaces como una sombra” (Salmo 144:4), pues el apóstol es concluyente al referirse a la luz de Cristo: “Esta luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no han podido extinguirla” (Juan 1:5). Por lo tanto, es necesario que el creyente camine por la sombra, pero no con el vano propósito de encubrirse ocultándose de la luz, puesto que: “No hay lugares oscuros ni sombras profundas que puedan esconder a los malhechores” (Job 34:22), sino con el fin de contar con la protección más eficaz de todas: “…el Señor es tu sombra protectora. De día el sol no te hará daño, ni la luna de noche…” (Salmo 121:5-8)
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