Si bien Dios mostró claramente su fidelidad y buena voluntad hacia Su pueblo al favorecer su regreso a su territorio para reconstruir su capital, Jerusalén, junto con sus muros y el templo; esta labor no estuvo exenta de dificultades logísticas acrecentadas por la oposición y las latentes hostilidades de los pueblos vecinos enemigos de Israel, por lo cual Dios levantó también a los llamados profetas postexílicos ꟷes decir, posteriores al exilioꟷ, dentro de los que sobresalen Hageo y Zacarías, para reconfortar y fortalecer al pueblo en los momentos en que el desánimo amenazaba con hacer presa de ellos, tentándolos a abandonar este monumental y arduo proyecto con pronóstico reservado debido a los grandes desafíos que debían enfrentar día a día para llevarlo a feliz término, haciéndoles saber a través de ellos que Dios no los abandonaba sino que continuaba velando por ellos, respaldando sus esfuerzos y concediéndoles Su gracia para remover los obstáculos que surgían en el camino: “Los profetas Hageo y Zacarías, hijo de Idó, profetizaron a los judíos que estaban en Judá y Jerusalén, en el nombre del Dios de Israel, que velaba por ellos. Entonces Zorobabel, hijo de Salatiel, y Jesúa, hijo de Josadac, se dispusieron a continuar la reconstrucción del templo de Dios en Jerusalén. Y los profetas estaban con ellos ayudándolos” (Esdras 5:1-2). Situación que confirma la afirmación del Nuevo Testamento de que, el que profetiza, más que predecir el futuro: “… habla a los demás para edificarlos, animarlos y consolarlos” (1 Corintios 14:3), las tres características que definen a la profecía
Se dispusieron a continuar la reconstrucción
“En los momentos de desánimo ante la oposición, Dios vela por nosotros y viene en nuestro auxilio a reconfortarnos y fortalecernos con Su Palabra”
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