Una de las más clásicas y ancestrales maquinaciones del diablo en contra del pueblo de Dios con el fin de destruirlo ha sido siempre la engañosa infiltración, la primera estrategia utilizada por los enemigos de Israel para impedir a los judíos repatriados la reconstrucción del templo de Jerusalén y la ciudad: “Cuando los enemigos del pueblo de Judá y de Benjamín se enteraron de que los repatriados estaban reconstruyendo el templo del Señor, Dios de Israel, se presentaron ante Zorobabel y ante los jefes de familia y les dijeron: ꟷPermítannos participar en la reconstrucción, pues nosotros, al igual que ustedes, hemos buscado a su Dios y le hemos ofrecido holocaustos desde el día en que Esarjadón, rey de Asiria, nos trajo acá” (Esdras 4:1-2). Zorobabel rechazó esta ayuda con firmeza, pues sabía de la hipocresía de estos pueblos paganos y de sus palabras engañosas y era consciente de que su verdadero propósito no era ayudar, sino impedir la reconstrucción trabajando desde adentro para obstaculizar y frustrar este logro. Pero en la iglesia la infiltración es imposible de evitar en un sentido absoluto, pues el Señor Jesucristo nos reveló que el trigo y la mala hierba crecen juntos y que no es conveniente tratar de arrancar esta última antes del tiempo de la cosecha, para no correr el riesgo de estropear el trigo, sin mencionar también que hasta nueva orden, incluso los creyentes auténticos y sinceros se encuentran infiltrados por “la carne” o la naturaleza pecaminosa que los acecha y puede hacer presa de ellos en el momento menos pensado si bajan la guardia ante ella
La destructiva infiltración
“La infiltración es el primer recurso de los enemigos de Dios para socavar y estropear su obra en el mundo destruyéndola desde adentro hacia afuera”
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