Apuntes escatológicos
En días recientes venía considerando el tema de la petición de señales a Dios y la respuesta de Jesucristo a estas peticiones en el evangelio, dirigiendo nuestra atención a la llamada “señal del profeta Jonás” ꟷque tipificaría la muerte y resurrección de Cristo y su permanencia de tres días y tres noches en la tumba, a semejanza de Jonás en el vientre del gran pezꟷ, como la única y suficiente que requeriríamos de Su parte para validar su identidad y su mensaje, siendo cualquier otra simple añadidura. Y a la par me sentía confrontado por la exhortación que Cristo dirige a su iglesia para que esté en condiciones de “discernir las señales de los tiempos”, del mismo modo en que discernimos en el cielo con relativa facilidad las señales metereológicas que nos permiten predecir el tiempo. Porque lo cierto es que, por cuenta de la pandemia del Covid19 estamos viviendo tiempos convulsionados, inciertos y sombríos que parecen exacerbar todas las problemáticas que el mundo enfrenta, circunstancias en las cuales los cristianos solemos pedir y anhelar con mayor fuerza el regreso de Cristo para poner orden y restaurar todas las cosas, estableciendo la justicia plena en la tierra e iniciar así la edad de oro que la Biblia anuncia de muchas formas y que se prolongará por toda la eternidad con la incuestionable presencia del mismo Dios entre nosotros.
En este contexto, la invasión de Rusia a Ucrania con la nueva guerra a la que esto da lugar, parece ser la gota que rebosa la copa en este panorama sombrío y que confirmaría, sin duda, que todo va cuesta abajo en este mundo. Pero lo cierto es que este episodio, sin dejar de censurar y lamentar la guerra y sus habituales injusticias, tragedias humanas y consecuentes derramamientos de sangre, no es más que una oportunidad adicional para que Occidente, con Estados Unidos a la cabeza, satanice aún más a la ya humillada Rusia en virtud del frustrado expansionismo político de la otrora poderosa Unión Soviética y el colapso por ella experimentado a finales del siglo pasado, que dejó a Estados Unidos como el vencedor de la guerra fría, circunstancia aprovechada por el Tío Sam para hacernos creer que su sociedad y su estilo de vida son el modelo a seguir, pues habrían pasado ya la prueba de la historia, pues el colapso de la Unión Soviética confirmaría esta engañosa apreciación.
El asunto es que, no contentos con esto, los países occidentales siempre con USA a la cabeza se han empeñado en humillar y aislar cada vez más a una Rusia comprensiblemente ávida de glorias pasadas, no sólo en relación con la Unión Soviética, sino con el Imperio anterior de la Rusia zarista que muchos parecen olvidar, baluarte histórico, por cierto, de la rama ortodoxa de la cristiandad, que ha emergido de nuevo en Rusia, luego del colapso del comunismo ateo represor y perseguidor, bajo los sucesores del emblemático Mijail Gorbachov con su perestroika y su glasnot, incluyendo al denostado y en gran medida dictatorial Vladimir Putin. Vistas las cosas de este modo, sin ser prorrusos y así no compartamos su decisión de invadir a Ucrania, no puede negarse que, desde el punto de vista geopolítico, Putin no está haciendo nada arbitrario ni caprichoso, sino simplemente procurando impedir de forma algo desesperada el aislamiento creciente al que Occidente quiere someterlo con la OTAN como punta de lanza, para lo cual existen razones históricas de peso que le darían la razón en relación con Ucrania, ligada estrechamente con Rusia desde siglos atrás.
De la mano de esta satanización de Rusia llevada a cabo por Occidente con ocasión del surgimiento de la formalmente atea Unión Soviética y el enfrentamiento ideológico por la hegemonía mundial que se hallaba detrás de la guerra fría, el occidente ligó la idea de democracia y de capitalismo al ideal de gobierno y de sistema económico avalado por la Biblia, estrategia que le ayudó a estigmatizar a Rusia por cuenta de su pasado soviético ateo, dictatorial y expansionista. Y si bien ésta no es una visión necesariamente errada, no deja de ser simplista, pues ni Estados Unidos es actualmente el ejemplo de democracia ideal, sino más bien de todos los peligros que acechan detrás de ella y de sus versiones decadentes ya anunciados y denunciados por C. S. Lewis en sus libros, y en especial en su ensayo El diablo propone un brindis, ni mucho menos el caballero que en su blanco corcel salva al mundo al aplastar a Rusia que seguiría siendo la representación de la bestia negra que amenaza todos los valores occidentales, algo que requiere muchas y muy urgentes matizaciones, pues ni Estados Unidos ha sido ni es actualmente, con mayor razón, lo que pretende, ni Rusia tampoco lo que se quiere hacer ver de ella. Algo que China, mientras tanto, aplaude calladamente, pues todo esto juega a favor de sus intereses hegemónicos, ya no sólo en el campo económico sino también en el militar.
Pero más allá de estas consideraciones más o menos acertadas por parte de alguien que no pretende ser experto en temas geopolíticos, sino que trata tan sólo de discernir adecuadamente las “señales de los tiempos”, todo esto me lleva a recordar las diversas interpretaciones y salidas en falso de la escatología cristiana en mis más bien 34 cortos años de haberme convertido y adentrado en estos temas. Quisiera destacar tan sólo tres de estas salidas que sobresalen y de las que tengo clara memoria. En primer lugar, la equiparación generalizada que los “escatólogos” de hace treinta años hacían entre el gobierno del anticristo y su liderazgo sobre una colación de diez reyes, con la naciente Comunidad Económica Europea que en ese momento contabilizaba momentáneamente entre sus miembros a 10 países. Siempre me pareció extraña esta identificación, en primer lugar, por dejar por fuera a Estados Unidos, la primera potencia mundial, y a otros destacados epicentros de poder político como China y la misma Rusia. Y también por ignorar a todos los demás países que la visión primer mundista y eurocentrista de la política ha llamado “Tercer mundo”. Identificación que comenzó a irse, además, al traste, cuando la CEE aceptó a su decimoprimer miembro y a todos los demás que han seguido desde entonces.
En segundo lugar, la identificación de Israel con la higuera de Mateo 24:32 de la que deberíamos aprender la lección de que los tiempos finales se encuentran cerca. Más exactamente, la restauración nacional de Israel como estado en el año 1.948, que sería, entonces, la señal de que el regreso de Cristo era ya cercano y se hallaba a las puertas. Porque, para cuando escuché esta interpretación por primera vez ꟷque nunca me pareció, ni me sigue pareciendo muy convincente exegéticamente hablandoꟷ ya habían pasado 40 años de este hecho y hoy ya van 70 años sin que Cristo regrese, lo cual es un lapso que me parece ya muy extenso como para sostener que la segunda venida de Cristo tendrá lugar de manera inmediata a este episodio de la historia reciente.
Y por último está la identificación de Rusia, en los tiempos de la Unión Soviética, con el ejército de Gog y Magog tal y como lo describe el profeta Ezequiel y el mismo libro del Apocalipsis, enemigo de Israel que arrasaría con él, antes de que Dios mismo interviniera a su favor para, a su vez, derrotarlo y restaurar a Israel a su condición ideal. Algo que, actualmente, está muy lejos de ser verdad, pues Rusia tal vez mantenga a su alrededor un aura de protagonismo geopolítico dependiente, como ya lo señalamos, de glorias pasadas que, en la realidad, ya está muy lejos de tener, pues económicamente hablando es superada de lejos, no sólo por Estados Unidos y China, sino por casi todas las naciones más relevantes de Occidente y su protagonismo desproporcionado tal vez se deba sólo a su arsenal nuclear, en momentos en que la misma empobrecida Ucrania le está ofreciendo una férrea resistencia, haciendo que Rusia, más allá de su sobredimensionado impacto mediático, se vea abocada cada vez más a ser un personaje de segundo orden en la geopolítica mundial, algo que Putin quiere a toda costa evitar.
Lo único cierto es que, en medio de todo esto lo que se vislumbra es un cambio de epicentro geopolítico, en el que el nuevo centro de poder tal vez ya no esté en Occidente, sino en el oriente asiático, pero no propiamente en Rusia, sino en una China de bajo perfil que capitaliza todo esto a su favor y gana así en una Rusia empujada a ello por Occidente, a un aliado que no sería nada natural desde el punto de vista histórico ni ideológico ꟷmás allá de las coincidencias comunistas entre China y la antigua URRSꟷ haciendo de Rusia una especie de idiota útil para los intereses de China y también para los de Estados Unidos en su intento de utilizarla para tender una cortina de humo a sus problemas internos y externos en su innegable y creciente decadencia y declive hegemónico en el mundo. Amanecerá y veremos en este intento de “discernir las señales de los tiempos” en estas visiones que no pretenden ser dogmáticas, sino tan sólo medianamente responsables y reflexivas en nuestro deber de estar a la altura de lo que Dios espera de nosotros, su iglesia. Ya volveremos sobre esto en otras entradas posteriores.
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