La buena disposición de Dios para con los hombres es expresada por el cronista de manera inspirada con estas palabras dirigidas por el profeta Jananí al rey Asá, en medio de la reprensión a la que se hizo merecedor por haber acudido a pactos con el rey de Siria en vez de haber acudido a Dios para consultarle sobre el curso de acción más adecuado en este caso: “El Señor recorre con su mirada toda la tierra y está listo para ayudar a quienes le son fieles. De ahora en adelante tendrás guerras, pues actuaste como un necio»” (2 Crónicas 16:9). Ciertamente, independiente de la situación particular del rey Asá, nada de lo que sucede en este mundo con ninguno de nosotros se esconde ante la mirada de Dios, pero la mirada divina es mucho más que una mirada meramente inquisitiva e inquisitorial, si se quiere, que es como muchos lamentablemente la entienden; sino que es ante todo una mirada dispuesta y deseosa de intervenir de manera favorable y decisiva en nuestras vidas, en la medida en que encuentre en nosotros la actitud correspondiente de reconocimiento y sujeción a Él y la disposición a brindarle nuestra principal lealtad a Él. Dios no ha sido, pues, nunca reacio a manifestar Su gracia y Su favor a los hombres y si así nos ha llegado a parecer por momentos no es por causa de Él sino por causa de nosotros mismos y nuestras reservas, dudas y consecuentes infidelidades hacia Él que nos impiden cumplir de una forma satisfactoria la condición de fidelidad recíproca que Él espera y demanda de nuestra parte en correspondencia a Su fidelidad para con nosotros
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