El buen rey Josafat fue uno de los que se dice expresamente que se preocupó por la educación del pueblo y emprendió iniciativas concretas con este propósito: “En el tercer año de su reinado envió a sus magistrados ꟷBenjail, Abdías, Zacarías, Natanael y Micaíasꟷ, para que enseñaran en las ciudades de Judá. Y con ellos, a los levitas Semaías, Netanías, Zebadías, Asael, Semiramot, Jonatán, Adonías, Tobías y Tob-adonías; y con los levitas, a los sacerdotes Elisama y Joram. Ellos enseñaron en Judá, llevando consigo el libro de la Ley del SEÑOR. E hicieron una gira por todas las ciudades de Judá, instruyendo al pueblo” (2 Crónicas 17:7-9). De hecho, gracias a la educación promovida por la lectura y el estudio de la Biblia los judíos son y han sido a lo largo de la historia uno de los pueblos y naciones con uno de los mayores niveles de alfabetización, destacándose en todos los campos del saber humano. El cristianismo heredó esta preocupación por la educación, al punto que F. Coppée dijo en su momento en relación con la cultura occidental que: “Cuanto nos queda aún en materia de virtud lo debemos por herencia o por educación, al Cristianismo”. La educación cristiana tiene, pues, grandes desafíos en la iglesia, como lo son contrarrestar la doble moral y la superstición, equilibrar la emotividad con la racionalidad y el conocimiento, reconciliar y poner la academia al servicio de la predicación, involucrar a los laicos en la educación cristiana de calidad, y encarnar la doctrina cristiana en la cultura actual mediante un componente educativo apologético
Ellos enseñaron el libro de la ley
“Los buenos y prósperos gobiernos deben incluir siempre la educación e instrucción del pueblo en general alrededor del temor de Dios y sus preceptos”.
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