La epístola de Santiago declara: “Así también la lengua es un miembro muy pequeño del cuerpo, pero hace alarde de grandes hazañas. ¡Imagínense qué gran bosque se incendia con tan pequeña chispa! También la lengua es un fuego, un mundo de maldad entre nuestros órganos. Contamina todo el cuerpo y, encendida por el infierno, prende fuego a todo el curso de la vida” (Santiago 3:5-6). En efecto, la lengua tiene un poder más grande del que su tamaño permitiría prever, pues da lugar a procesos crecientemente constructivos o destructivos por igual que exceden de lejos los cálculos iniciales. Uno de sus aspectos destructivos más censurables es el que tiene que ver con la calumnia o el falso testimonio contra nuestro prójimo que destruye su honra de manera gratuita, malintencionada y perversa, mencionada expresamente por el salmista cuando enumera las características de la persona íntegra describiéndola como aquella: “que no calumnia con la lengua, que no le hace mal a su prójimo ni le acarrea desgracias a su vecino” (Salmo 15:3). La calumnia, en efecto, inicia procesos destructivos que crecen como bola de nieve, en lo que hoy se designa como “matoneo”, pues a los calumniadores los siguen los murmuradores que divulgan subrepticia y soterradamente, por debajo de cuerda, falsedades cada vez mayores de sus víctimas y encuentran resonancia en los chismosos que se deleitan en escucharlas y amplificarlas, razón que explica las condenaciones que la Biblia dirige no sólo en contra de los calumniadores, sino también de los murmuradores y chismosos
Prende fuego a todo
"Los calumniadores son ladrones del buen nombre de las personas que encienden el fuego que los murmuradores luego avivan y los chismosos propagan”
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