Independiente del hecho de que esté o no ceñida a la verdad, pues de cualquier modo Dios les declara a sus hijos “… «Nunca los dejaré; jamás los abandonaré»” (Hebreos 13:5), la sensación de abandono por parte de Dios experimentada por los creyentes es más común de lo que se cree y puede ser muy sentida, agónica y real cuando Dios parece indiferente a nuestros clamores y desentendido de nuestras aflicciones, que se prolongan así en el tiempo sin hallar el alivio anhelado, llevándonos al límite de nuestras fuerzas y resistencia. El rey David, en medio de las dificultades, sinsabores y zozobras por los que tuvo que pasar durante repetidos periodos de su vida compuso el salmo 22, uno de los salmos mesiánicos más conocido, por anticipar y describir con sorprendente detalle el sufrimiento experimentado por Cristo en la semana de pasión, que en su caso tuvo un cumplimiento literal, pues es evidente que cuando David lo compuso no estaba experimentando estos sufrimientos de un modo literal, sino que expresaba así de manera poética y figurada la forma en que se sentía en medio de su propia aflicción. No es pues irreverente ni pecaminoso, ni denota tampoco falta de fe el hecho de clamar a Dios angustiosamente desde la sensación de abandono, como lo hizo David: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¿Por qué estás lejos para salvarme, tan lejos de mis gritos de angustia?” (Salmo 22:1), y lo experimentó también el propio Jesucristo, el Hijo amado de Dios, apelando a este mismo clamor cuando se sintió abandonado por Su Padre en la cruz
¿Por qué me has abandonado?
"Si aún Jesucristo se sintió en un momento dado abandonado por el Padre, cuánto más no nos sentiremos nosotros en los momentos de crisis en la vida”
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