Una de las primeras actividades recomendables e imperativas en el día a día de la vida del creyente es la apelación temprana a Dios en oración, en lo posible antes de emprender cualquier otra actividad, conforme al ejemplo provisto por el rey David al respecto cuando se dirigía a Dios de este modo: “Presta atención a mis súplicas, Rey mío y Dios mío, porque a ti yo oro. Por la mañana, Señor, escuchas mi clamor; por la mañana te presento mis ruegos y quedo a la espera de tu respuesta” (Salmo 5:2-3). Así, pues, nuestras oraciones, ruegos, súplicas y clamores diarios a Dios en el marco de nuestra fe y de las devociones que Él nos inspira y espera de nosotros ꟷcomo lo es también la lectura y estudio regular de la Bibliaꟷ, deberían ser algo que se da por sentado en la vida de todo creyente. El desenvolvimiento y desenlace del día junto con sus actividades debería ser, de manera consecuente, un tiempo de espera y de expectativa en el que estemos en condiciones de experimentar Su presencia con nosotros y de identificar y agradecer sus respuestas, por sutiles o inadvertidas que puedan ser, a nuestros clamores matutinos, comenzando por el hecho de seguir vivos, de contar con buena salud, de tener un techo que nos proteja y cobije junto con una cama cómoda y caliente, de tener alimentos en nuestra mesa y de contar con la compañía de nuestros seres queridos alrededor de nosotros, algo que lamentablemente no todos pueden disfrutar, incluyendo entre ellos a un significativo número de creyentes que se encuentran pasando por situaciones aflictivas en algunos de estos frentes
Por la mañana escuchas mi clamor
"La diligencia en nuestras labores incluye el aprovechar bien el día encomendándonos a Dios en oración cada mañana a la espera de Su respuesta”
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