La realidad de los ángeles se afirma en las Escrituras, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento de varias maneras. Y una de las funciones que desempeñan, conforme a la asignación que la Biblia nos revela en relación con ellos es la siguiente: “El ángel del Señor acampa en torno a los que le temen; a su lado está para librarlos” (Salmo 34:7). La protección y liberación de Dios está, pues, siempre cercana a quienes le temen, por intermedio del “ángel del Señor”. Ahora bien, la figura del “ángel del Señor” es muy particular y especial en las Escrituras por la manera en que se le describe cuando aparece, en términos en que su distinción del propio Dios es difusa, superponiéndose y confundiéndose entre sí al punto que los teólogos sostienen que existe una identificación entre ambos, siendo así que la identidad del “ángel del Señor” es equivalente a la del propio Dios y la diferencia entre Dios y Él es la misma que existe entre el Padre y el Hijo en el seno de la Trinidad divina, por lo que la mayoría de teólogos coinciden en que el “ángel del Señor” sería una prefiguración de Cristo antes de su encarnación como hombre en la persona de Jesús de Nazaret. En consecuencia, la protección y liberación que el “ángel del Señor” nos brinda no sería diferente que la que el propio Cristo nos brinda y garantiza. Sin embargo, sin perjuicio del carácter particular y exclusivo del “ángel del Señor”, también es cierto que Dios: “ordenará que sus ángeles te protejan en todos tus caminos. Con sus propias manos te sostendrán para que no tropieces con piedra alguna” (Salmo 91:11-12)
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