El justo juicio de Dios distingue entre justos e impíos, de modo que no existe tal cosa como que “justos paguen por pecadores”, como se afirma popularmente. En primer lugar, porque como la Biblia lo revela, desde una perspectiva absoluta y al margen del evangelio, no hay ni siquiera un justo. Y en segundo lugar, porque en el peor de los casos y desde un punto de vista comparativo, el juicio de Dios va dirigido únicamente a los culpables y quienes son inocentes al respecto no son nunca castigados por Él, pero tal vez sí tengan que asumir consecuencias dolorosas para sus vidas a causa de esto en virtud de su cercanía y relación con los culpables debido a los diferentes vínculos que nos unen a los unos con los otros. Pero en el evangelio Dios justifica a los pecadores que se rinden a Cristo, gracias a Sus méritos y vida sin pecado, quienes entran a formar así parte de Su pueblo. Y Él distingue de tal modo entre Su pueblo justificado, perdonado e indultado gracias a la fe y quienes no forman parte de él, que los libra de Su juicio sobre los impíos, ya sea apartándolos de ellos y poniéndolos a salvo, como lo hizo con Noé y su familia en el diluvio, o con Lot y los suyos en Sodoma y Gomorra; o protegiéndolos y dándoles un trato diferente, como lo hizo con Israel en medio de las plagas dirigidas contra el faraón, pues: “Cuando eso suceda, la única región donde no habrá tábanos será la de Gosén, porque allí vive mi pueblo. Así sabrás que yo, el Señor, estoy en este país. Haré distinción entre mi pueblo y tu pueblo. Esta señal milagrosa tendrá lugar mañana’ “»” (Éxodo 8:22-23)
No habrá tábanos en Gosén
“Aun en medio del juicio generalizado contra los impíos que se endurecen contra Él, Dios tiene presente a su pueblo y lo guarda a través de él”
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