¿Aliados o enemigos?
Una de las mayores fuentes de ataques contra el cristianismo surge de una ideología muy difundida entre los científicos y los filósofos modernos que recibe el nombre de naturalismo. El naturalismo consiste en la creencia en que todo lo que sucede en este mundo y en el universo en general obedece a causas naturales susceptibles de ser investigadas, explicadas y comprendidas en su momento, en la medida en que la ciencia avance y logre ir llenando cada vez más todas las brechas o agujeros que aún existen en el conocimiento humano. Una gran mayoría de los científicos de hoy profesan la fe naturalista y llevan a cabo su trabajo y sus investigaciones bajo el supuesto de que todo tiene finalmente una explicación natural. Para ellos la naturaleza lo es todo y más allá de ella no existe nada. De igual modo, un gran número de filósofos refuerzan el naturalismo de los científicos con otra ideología que goza de una gran acogida en el pensamiento secular: el materialismo. La creencia en que la materia es todo lo que existe y que todos los seres del universo, incluyéndonos a los seres humanos, debemos nuestra existencia a las meras propiedades de la materia. La evolución darwinista es uno de los resultados de estas creencias. Sin embargo, dado que la física cuántica ha desvelado el mundo de las partículas elementales que constituyen la materia como algo tan misterioso y casi espiritual, pues la esencia de la realidad material termina siendo casi del todo intangible, los materialistas se declaran cada vez más naturalistas y nada más, por la imposibilidad cada vez mayor de definir la materia con la concreción que les gustaría.
Y dado que el cristianismo afirma la existencia de un mundo sobrenatural, es decir que existe más allá de la naturaleza y asimismo sostiene la existencia de una realidad espiritual más allá de la materia, salta a la vista la razón por la cual la ciencia naturalista y la filosofía materialista se oponen al cristianismo y lo atacan, procurando ridiculizarlo y dejarnos expuestos a los cristianos como personas ignorantes, supersticiosas y crédulas, una suerte de especie en vías de extinción. Los naturalistas y materialistas, como es apenas obvio, suelen ser o ateos o agnósticos, éste último un nombre reservado para los ateos que no se atreven a “salir del closet” y quieren disimular su ateísmo, para utilizar una expresión muy en boga en la actualidad. Mientras que los cristianos somos teístas, o más exactamente, monoteístas, por lo que el conflicto o enfrentamiento parece ser inevitable. Pero la pregunta que debemos hacernos, más allá del conflicto en mayor o menor grado inevitable, es la siguiente: ¿es cierto que la afirmación de una realidad sobrenatural y espiritual, por oposición al mundo meramente natural y material de la ciencia y la filosofía modernas, es un producto de la ignorancia y la irracionalidad de los creyentes y está, por lo tanto, mandada a recoger? Eso es lo que vamos a establecer en esta conferencia.
Para comenzar debemos decir que científicos y filósofos naturalistas y materialistas se equivocan cuando caracterizan −y yo diría más bien que caricaturizan mediante la recurrente falacia del “hombre de paja”− a los cristianos como personas irracionales, ignorantes y crédulas que todo lo explican apelando a lo sobrenatural y a lo espiritual. No es cierto. Lamentablemente, hay un buen número de cristianos actualmente que encajan en esta descripción. Justamente, muchos de quienes no manifiestan ningún tipo de interés por estos temas apologéticos, sino que los desdeñan y hasta descalifican. Pero no todos los cristianos tienen este perfil, ni ahora, ni mucho menos a lo largo de la historia. De hecho, tanto la ciencia moderna como la filosofía a lo largo de la historia tiene una deuda enorme con el cristianismo, pues sin el decisivo aporte del pensamiento de cristianos convencidos y comprometidos, la ciencia y la filosofía estarían muy lejos de haber avanzado todo lo que han avanzado hasta los días de hoy. Pero eso da para otra u otras conferencias al respecto para ilustrarlo y tratarlo en detalle, por lo que, para no desviarnos, debemos continuar omitiendo, por lo pronto, este tema relacionado.
Los cristianos, si bien es cierto que afirmamos la existencia de una realidad espiritual y sobrenatural que converge en Dios, no por eso negamos la existencia y las propiedades de la materia y la naturaleza. De hecho, los cristianos creemos en dos tipos de causas de todos los fenómenos del universo: la Causa Primera y las causas segundas. Dios es la Causa Primera de todo. La materia y la naturaleza pueden muy bien ser las causas segundas de una gran mayoría de los fenómenos que ocurren en el universo. Y esto no anula ni la existencia, ni la actividad de Dios, la Causa Primera actuando siempre, ya sea de manera directa como actor principal en el escenario o tras bambalinas, detrás del escenario, dirigiendo a los actores que protagonizan la escena. Como actor, Dios sería la Causa Primera actuando directamente. Como director de escena, Dios sería la Causa Primera actuando indirectamente a través de las causas segundas, los actores que se encuentran en el escenario.
Porque lo que los cristianos sí afirmamos es que Dios es al final la causa de todo: ya sea de manera directa como Causa Primera, o de manera indirecta a través de las causas segundas. Una confesión cristiana muy divulgada y muy correcta: La Confesión de Fe de Westminster lo expresa de manera muy acertada con estas palabras: “Dios desde la eternidad, por el sabio y santo consejo de su voluntad, ordenó libre e inalterablemente todo lo que sucede. Sin embargo, lo hizo de tal manera, que Dios ni es autor del pecado, ni hace violencia a la voluntad de sus criaturas, ni quita la libertad ni contingencia de las causas segundas, sino más bien las establece…”. Más adelante añade: “Dios, el Gran Creador de todo, sostiene, dirige, dispone, y gobierna a todas las criaturas, acciones y cosas, desde la más grande hasta la más pequeña, por su sabia y santa providencia, conforme a su previo conocimiento infalible y al libre e inmutable consejo de su propia voluntad, para la alabanza de la gloria de su sabiduría, poder, justicia, bondad y misericordia. Aunque con respecto al previo conocimiento y decreto de Dios, causa primera, todas las cosas suceden de modo infalible e inmutable, sin embargo, por la misma providencia las ha ordenado de tal manera, que ocurren según la naturaleza de las causas segundas, sea necesaria, libre o contingentemente”. ¡Lo dicho! La naturaleza y la materia, causas segundas, pueden explicar de manera directa muchas de las cosas que suceden sin tener que referirlas de manera inmediata a Dios, sino refiriéndolas a Él tan sólo de manera indirecta o mediada por las causas segundas.
Los cristianos podemos y debemos, entonces, aceptar las explicaciones de la ciencia que se basan en el funcionamiento de la naturaleza o en las propiedades de la materia e incluso podemos incursionar en el campo de la ciencia sin que por ello estemos traicionando nuestra fe o nuestras convicciones y creencias en un mundo espiritual y sobrenatural centrado en Dios como el Creador y Gobernante de todo lo que existe. Y al aceptar este tipo de explicaciones e incluso proveerlas, si es que somos científicos cristianos, estamos demostrando que no hay una oposición irreconciliable entre la ciencia y la fe, como quieren hacerlo ver los científicos naturalistas y los filósofos materialistas de manera calumniosa. Pero también dice la Confesión de Fe de Westminter que: “Dios en su providencia ordinaria hace uso de medios; a pesar de esto, Él es libre para obrar sin ellos, sobre ellos y contra ellos, según le plazca”. ¡Aquí es donde les duele a los científicos y filósofos naturalistas y materialistas, ateos o agnósticos por igual! ¡Aquí es donde les “tocan el nervio”! ¡Aquí es donde saltan visiblemente molestos! Porque aceptar las explicaciones naturales y materiales provistas por ellos no nos obliga a descartar de nuestro panorama las explicaciones sobrenaturales y espirituales procedentes de nuestra fe bíblica que se encuentran siempre en el trasfondo.
Dicho de otro modo, el hecho de reconocer que los milagros, sucesos de evidente origen sobrenatural, no sean algo frecuente en la historia sino algo más bien excepcional −pues los milagros son por definición algo extraordinario y no algo ordinario o cotidiano− no significa tener que negar la posibilidad misma de los milagros, como lo pretenden ellos. Porque por el hecho de que los milagros no sean algo habitual −algo con lo que los cristianos sensatos tenemos que estar de acuerdo a despecho del milagrerismo en el que caen muchas iglesias cristianas pentecostales que nos brinda tan mala prensa a todos los cristianos en general− eso no significa que los milagros no existan ni se puedan dar eventualmente en la historia. Pero eso es lo que ellos pretenden: que al aceptar sus explicaciones naturalistas −algo que ya les hemos concedido que podemos y debemos hacer en muchos casos− desechemos entonces las que proceden de nuestra fe, como si fueran incompatibles o irreconciliables. Y esto no es de ningún modo necesario. No sólo porque no existen argumentos concluyentes que nos obliguen a ello, sino también porque a la luz de los recientes descubrimientos científicos, no conviene hacerlo.
Para entender mejor la anterior afirmación debo referirme de nuevo a la acusación que los científicos y filósofos naturalistas y materialistas nos suelen dirigir. Dicen ellos que los cristianos somos, además de ignorantes, supersticiosos y crédulos; también irracionales. O por lo menos irrazonables. Es decir que no pensamos de manera racional y lógica. ¿Será cierta esta acusación? Bueno, en algunos casos sí. Gente necia, irracional o irrazonable la encontramos tanto fuera como dentro del cristianismo. Porque para ser necio no se necesita ser cristiano. Y los cristianos que son necios e irrazonables lo son a pesar de su cristianismo y no gracias a Él. Pero dejando de lado estos casos que no son representativos, lo cierto es que los más recientes descubrimientos científicos en el campo de la física, la química, la astronomía, la biología, la genética, la neurología y la psicología, para no mencionar las ciencias sociales sino únicamente las ciencias naturales, demuestran que las creencias de los cristianos están muy lejos de ser irracionales, sino que cuentan cada vez más con el apoyo de la ciencia rectamente entendida, si es que los científicos quieren seguir siendo considerados personas racionales y razonables, como se jactan y presumen de serlo. Cobra vigencia una frase memorable de Charles Colson que dice: “Hay circunstancias en que es más racional aceptar una explicación sobrenatural y es irracional ofrecer una explicación natural”.
¡Ese es exactamente el punto! El naturalismo y el materialismo se aliaron para hacernos creer que toda explicación natural es siempre por fuerza racional, mientras que toda explicación sobrenatural sería siempre irracional, y por lo tanto inaceptable. Pero como les venía diciendo, parece ser que a raíz del avance de la ciencia y los callejones sin salida a los que está llegando de la mano de la teoría del “Big Bang”, de la física cuántica, del descubrimiento y desarrollo de la biología molecular que llevó, a su vez, al descubrimiento del ADN, a la decodificación del genoma humano y a poder estudiar esa “caja negra” que fue la célula hasta ya entrado el siglo XX; la ciencia está viéndose empujada a reconocer que insistir en explicaciones naturalistas para esclarecer misterios tales como el origen del universo, el origen de la vida y el origen del ser humano, desemboca inexorablemente en necia y fantasiosa irracionalidad; mientras que referir estos misterios a un Dios Creador, sobrenatural, sabio y poderoso, es la explicación más racional a los dilemas planteados por la ciencia actual.
Porque irónicamente, de insistir en su pretensión de explicarlo todo sin referencia a Dios y a lo sobrenatural, la razón termina extraviada sin remedio en el laberinto de la irracionalidad a la que pretendía combatir. Como quien dice, la razón termina siendo víctima de su propio invento. Lo dicho por el apóstol Pablo se aplica, entonces, a los científicos naturalistas y a los filósofos materialistas de hoy: “A pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se extraviaron en sus inútiles razonamientos, y se les oscureció su insensato corazón. Aunque afirmaban ser sabios, se volvieron necios” (Romanos 1:21-22). De hecho fue todo este panorama actual el que llevó a un científico de la estatura del francés Louis Pasteur a declarar: “Un poco de ciencia aleja de Dios, mucha ciencia acerca a Dios”. Y más recientemente el científico alemán Werner von Braun denunciaba así la irracionalidad y necedad de los científicos naturalistas y los teólogos sobrenaturalistas por igual al declarar: “Encuentro tan difícil entender a un científico que no advierte la presencia de una racionalidad superior detrás de la existencia del universo, como lo es comprender a un teólogo que niega los avances de la ciencia”.
Con estos dos botones de muestra: Pasteur y von Braun, queda claro que para ser científico no se requiere ser naturalista, así como ya dejamos establecido que para ser cristiano no se requiere ser una persona cerradamente sobrenaturalista que ignora o desdeña las explicaciones naturales y las propiedades de la materia descubiertas por la ciencia y no las toma en cuenta, sino que prefiere explicarlo todo refiriéndolo directamente a la misteriosa actividad sobrenatural y espiritual de Dios exclusivamente. Pero si esto no fuera suficiente, el científico más emblemático del siglo XX y para muchos, de la historia humana; el judío alemán Albert Einstein, sostenía lo siguiente: “La ciencia sin religión es coja, la religión sin ciencia es ciega”. Es famosa también su frase para explicar la precisión y el orden que se observa en el universo y que se manifiesta en todas las elegantes y complejas leyes matemáticas que nos permiten comprender su funcionamiento. Para explicar este hecho Einstein dijo escuetamente que. “Dios no juega a los dados”. Es decir que es obvio al observar y estudiar el universo que Dios no ha dejado nada al azar. Movido por esta convicción, Einstein también creía que: “Sólo existen dos maneras de vivir la vida: una es como si nada fuese un milagro, y la otra, como si todo lo fuera”. No en vano explicaba también su sorpresa ante ese minucioso orden reflejado por el universo, un orden que los seres humanos podemos descubrir, estudiar y comprender diciendo: “Lo más incomprensible del universo es que sea comprensible”.
Pero volviendo a su frase anterior tenemos que estar de acuerdo en que, en efecto, sólo existen estas dos maneras de vivir la vida. Y nosotros elegimos en cuál de las dos maneras vamos a vivirla. Así, pues, los científicos naturalistas y los filósofos materialistas, ateos y agnósticos por igual y ciegos por su propia voluntad a la realidad de Dios, viven como si nada fuese un milagro. Pero el creyente, gracias a la más amplia visión que su fe en Dios le brinda, vive como si todo lo fuera, obteniendo la facultad de ver la bondadosa mano de Dios, la Causa Primera, interviniendo de forma decisiva en el funcionamiento de la naturaleza y la materia, las causas segundas. Al fin y al cabo, como lo dijera el periodista Lee Strobel al considerar los descubrimientos de la ciencia moderna: “El funcionamiento cotidiano del universo es, en sí mismo, una clase de milagro continuo. Las «coincidencias» que permiten que las propiedades fundamentales de la materia ofrezcan un medio ambiente habitable son tan improbables, tan inverosímiles, tan elegantemente orquestadas, que requieren de una explicación divina”.
En este orden de ideas, un saludable escéptico como el periodista de ciencia Fred Heeren hizo en cierta oportunidad la siguiente confesión: “Me resulta muy difícil creer que alguna vez en el pasado haya ocurrido un milagro. Con todo, aquí estamos, pruebas vivientes de que, de algún modo en el pasado, todo tuvo que haber salido de la nada… y no hay medio natural de que algo así ocurra… Esto me coloca en algo así como un dilema. Por un lado, no creo en milagros, pero por el otro todo el universo es al parecer un milagro enorme e indescriptible”. Y si esto no fuera suficiente, escuchemos al astrónomo Robert Jastrow quien cierra con broche de oro y una buena dosis de honesto candor estas reflexiones: “Para el científico que ha vivido con su fe en el poder de la razón, la historia acaba como una pesadilla. Ha escalado las montañas de la ignorancia, está a un tris de conquistar el pico más alto y cuando logra trepar por la roca final se encuentra con una cuadrilla de teólogos que llevan siglos allí sentados”. En últimas, la conclusión más racional parece ser entonces que la ciencia termina donde la Biblia comienza: “Dios, en el principio, creó los cielos y la tierra” (Gén. 1:1).
Y quiero cerrar esta conferencia comentando algunas cosas que el gran apologista cristiano del siglo XX, C. S. Lewis, autor de las Crónicas de Narnia que están siendo llevadas al cine, expone con irrefutable contundencia en uno de sus libros, titulado justamente: Los milagros. Argumenta él con impecable lógica que el propio pensamiento humano es ya en sí mismo un hecho milagroso que requiere una explicación sobrenatural. Y así sea a regañadientes, la neurología y la psicología están llegando hoy a las mismas conclusiones. Dicho de otro modo, el simple hecho de que nosotros estemos hoy aquí pensando, ya sea elaborando y dictando esta conferencia en mi caso, o escuchándola y comprendiéndola en el caso de ustedes (espero); ese ya es un hecho que no se puede explicar por causas naturales ni por las meras propiedades de la materia. El hecho de que pensar sea algo habitual y cotidiano para todos y cada uno de nosotros nos hace darlo por sentado y olvidar que este hecho es un hecho maravilloso que requiere en últimas una explicación sobrenatural. Tal vez no sea un milagro en estricto rigor, pues los milagros se definen, entre otras cosas y como ya lo dijimos, por ser algo excepcional y extraordinario que sucede muy ocasionalmente, algo que no podemos aplicar a nuestro pensamiento cotidiano. Pero aún así es un hecho sobrenatural que apunta a Dios y nada más que a Él como el Ser que nos otorga la facultad de pensar.
Precisamente, C. S. Lewis propone al siguiente sabio arreglo entre la ciencia y la fe: “La teología dice en efecto: «Admite a Dios y con Él el riesgo de unos pocos milagros y yo, a cambio, ratificaré tu confianza en una uniformidad con respecto a la aplastante mayoría de los acontecimientos»… La teología nos ofrece un compromiso satisfactorio que deja al científico en libertad para continuar sus experimentos y al cristiano para continuar sus oraciones”. Como ven, contrario a lo planteado por los científicos naturalistas y los filósofos materialistas, lo natural y lo sobrenatural o lo material y lo espiritual no se oponen ni son incompatibles entre sí, sino que se necesitan y se complementan mutuamente. Respondiendo entonces la pregunta del título de la conferencia: el naturalismo de muchos científicos extremistas y el sobrenaturalismo de muchos cristianos también extremistas hacen de unos y otros enemigos porque el naturalismo y el sobrenaturalismo se oponen entre sí de manera necesaria, pues son posturas extremas, estrechas y mutuamente excluyentes. Parafraseando al pastor Darío Silva-Silva en su libro El Reto de Dios, el sobrenaturalismo menosprecia a la ciencia, pero el naturalismo la sobrevalora. Y el cristiano equilibrado no debe ni menospreciarla ni sobrevalorarla. Los cristianos no tenemos, pues, que ser sobrenaturalistas cerrados, sino que podemos ser personas sensatas que aceptan las explicaciones naturales siempre y cuando éstas provean la mejor, la más racional y la más comprobada comprensión del fenómeno estudiado. Pero no tenemos que actuar así en todos los casos, pues hay hechos cuya más racional explicación es la explicación sobrenatural que lo refiere a Dios. Y en este contexto lo natural y lo sobrenatural no son enemigos, sino aliados en el marco de un cristianismo bíblico maduro, ilustrado, incluyente y bien entendido. Gracias por su atención.
Pastor Arturo, gracias por la conferencia y por estudiar estos temas tan importantes dentro del ámbito cristiano en la actualidad.
Lewis en su libro Los Milagros que usted nombra en su conferencia también nos dice que los milagros son muchas veces imperceptibles porque se ajustan de una manera tan apropiada a la misma naturaleza que se incorporan sin saber en qué momento sucedieron. Esto pasa con sanidades físicas en donde los médico (ateos) creen que se cambiaron los resultados iniciales en un error humano. Es decir, que los milagros se mimetizan muy bien en su nuevo camino y por eso ni siquiera percibimos el momento en que sucedieron. Por tanto, los milagros no funcionan para la conversión de una persona atea. Ellos creerán que fue un error o cualquier otra cosa, menos un milagro.
De nuevo muchas gracias por su profundidad en estos temas y por abrirnos este espacio para conocer mejor De Dios y sus caminos.
Gracias por tu aporte Paola