De todos los personajes destacados en la historia Sagrada, Moisés fue el único que pudo ver a Dios directamente y permanecer con vida, como una concesión excepcional que Dios tuvo con él en ejercicio de su bondadosa y soberana compasión y clemencia: “Y el Señor le respondió: ꟷVoy a darte pruebas de mi bondad, y te daré a conocer mi nombre. Y verás que tengo clemencia de quien quiero tenerla, y soy compasivo con quien quiero serlo…”. Sin embargo, el carácter excepcional de esta experiencia no se explica solo como una concesión especial de Dios para con él, sino que también tiene que ver con la siguiente medida cautelar: “… Pero debo aclararte que no podrás ver mi rostro, porque nadie puede verme y seguir con vida…”. Dicho lo anterior para poner las cosas en la perspectiva correcta, Dios le da la siguiente instrucción: “… »Cerca de mí hay un lugar sobre una roca ꟷañadió el Señorꟷ. Puedes quedarte allí. Cuando yo pase en todo mi esplendor, te pondré en una hendidura de la roca y te cubriré con mi mano, hasta que haya pasado. Luego, retiraré la mano y podrás verme la espalda. Pero mi rostro no lo verás»” (Éxodo 33:19-23), indicando así una visión atenuada de la gloria de Dios que no representó peligro para su vida y marcando una diferencia entre él y todos los profetas posteriores que consistió en que: “Con él hablo cara a cara, claramente y sin enigmas. Él contempla la imagen del Señor” (Números 12:8), haciendo de Él la excepción a la norma citada por el apóstol y subsanada por Cristo: “A Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo… nos lo ha dado a conocer” (Juan 1:18)
Nadie puede verme y seguir con vida
"La cercanía e intimidad de Moisés con Dios fue tal que él es el único personaje bíblico que disfrutó de la visión beatífica sin morir en el intento”
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