La angustia es esa sensación de aflicción, congoja y ansiedad intensa que nos despiertan las circunstancias adversas de la vida que amenazan con superar nuestra capacidad para sobreponernos a ellas, entre las cuales encontramos el sentimiento de culpa que nos generan los pecados concretos y particulares que cometemos y que nuestra conciencia nos señala, y con mayor razón cuando afrontamos sus consecuencias indeseables y penosas, llevando a David a exclamar: “Estoy por desfallecer; el dolor no me deja un solo instante. Voy a confesar mi iniquidad, pues mi pecado me angustia” (Salmo 38:17-18). Pero el existencialismo también nos recuerda que existe otra angustia a la que designó como “angustia existencial” para diferenciarla de la primera, que consiste en una sensación vaga, ꟷde baja intensidad, pero permanenteꟷ, de incomodidad, inadecuación y extrañamiento, que nos impide estar del todo a gusto en este mundo por bien que en apariencia nos vaya y nos encontremos en él, como la sensación que experimenta un expatriado que añora su patria a la que vagamente recuerda. Una especie de inquietud sin causa precisa que tiende una sombra sobre todo lo que hacemos. Una angustia sorda y crónica que se halla siempre en el trasfondo que hunde sus raíces también en la caída en pecado de nuestros primeros padres y su consecuente expulsión del jardín del Edén y de la presencia de Dios, angustia que solo el perdón y la aceptación de Dios en el evangelio resuelve cuando acudimos a Él arrepentidos, confesando humildemente nuestros pecados a Él
Mi pecado me angustia
"La angustia existencial del ser humano no obedece a sus eventuales circunstancias adversas y dolorosas, sino al peso del pecado sobre su conciencia”
Deja tu comentario