En medio de las vicisitudes que caracterizaron su vida, el rey David se dirigía a Dios de este modo, evocando las realidades del desierto en el que en ese momento se encontraba: “Oh Dios, tú eres mi Dios; yo te busco intensamente. Mi alma tiene sed de ti; todo mi ser te anhela, cual tierra seca, sedienta y sin agua” (Salmo 63:1). De este modo David no sólo expresaba su lealtad y fidelidad a Dios reconociéndolo como su Dios con exclusividad, por encima de los ídolos o dioses de los pueblos paganos a su alrededor, sino que también manifestaba que su razón de ser o la vocación principal de su vida en medio de todas sus actividades y responsabilidades cotidianas era la búsqueda de Dios, como debería serlo también para todo auténtico creyente en la iglesia, pues paradójicamente, la búsqueda de Dios no concluye con el encuentro con Él en la conversión a Cristo y la rendición a Él en arrepentimiento y fe, sino que es justo a partir de este momento que la búsqueda se inicia verdaderamente y se prolonga durante el resto de nuestras vidas. Adicional a esto, David confirma lo ya dicho en cuanto a que los anhelos de nuestra alma no hacen referencia en la Biblia meramente a las necesidades o expectativas “espirituales” que podamos experimentar, como algo que concierne únicamente a nuestro componente inmaterial, sino que involucran a todo nuestro ser, incluyendo nuestro cuerpo material, declaración corroborada finalmente por Agustín cuando exclamó: “Tú nos hiciste para ti mismo, y nuestro corazón no hallará reposo hasta que encuentre descanso en Ti”
Mi alma tiene sed de ti
"Los anhelos más sentidos y profundos del alma humana son anhelos que ni este mundo presente con todas sus abundancias puede llegar a satisfacer”
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