Todas las restricciones establecidas en el Antiguo Testamento para acceder a Dios, tales como la elección exclusiva de Israel, y dentro de él, la elección de la tribu de Leví y de la familia de Aarón como los únicos facultados para hacerlo y oficiar de mediadores ante Dios, además de que el acceso de cada uno de ellos era limitado a los cada vez más excluyentes atrios del santuario, al lugar santo y al lugar santísimo al que sólo el sumo sacerdote podía entrar una vez al año en el día de la expiación; prescripciones que se unen además a la clasificación entre animales puros e impuros, siendo los primeros los únicos aptos para los sacrificios rituales mientras que los segundos no servían para estos propósitos y eran, por el contrario, fuente de contaminación ritual: “»No comerán la carne ni tocarán el cadáver de estos animales. Ustedes los considerarán animales impuros” (Levítico 11:8); fueron todas prescripciones temporales que el sacrificio de Cristo en la cruz dejó sin efecto, como lo indica el hecho de que, al morir, la cortina del templo que resguardaba el inaccesible lugar santísimo se rasgó en dos, dando libre acceso a Dios a todos los creyentes sin excepción, sean judíos o paganos, como se lo dio a entender Dios a Pedro con la visión del lienzo lleno de animales puros e impuros y la orden: “Levántate, Pedro; mata y come”, a lo cual Pedro replicó: “… ‘¡De ninguna manera, Señor! Jamás ha entrado en mi boca nada impuro o inmundo’”, recibiendo de Dios por respuesta: “… ‘Lo que Dios ha purificado, tú no lo llames impuro’” (Hechos 11:7-9), en alusión a la inclusión de todos los hombres en la iglesia de Dios
Mata y come
"El propósito en la distinción entre animales puros e impuros en la ley mosaica era temporal y una vez cumplido, pierde su vigencia en el evangelio”
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