La doctrina católica de la inmaculada concepción de la virgen María, que significa que ella, a semejanza de Cristo y a diferencia de todos los demás seres humanos, fue concebida sin pecado original, no tiene sustento bíblico, sino que, por el contrario, es desmentida por las Escrituras, pues como cualquier otra madre israelita, tuvo que presentar sacrificios para su purificación ritual, como lo establecía la ley en estos casos: “… »Esta es la ley concerniente a la mujer que dé a luz un niño o una niña. Pero, si no le alcanza para comprar un cordero, tomará dos tórtolas o dos pichones de paloma, uno como holocausto y el otro como sacrificio expiatorio. Así el sacerdote hará propiciación por la mujer, y ella quedará purificada»” (Levítico 12:7-8), como podemos leerlo en el evangelio: “Así mismo, cuando se cumplió el tiempo en que, según la Ley de Moisés, ellos debían purificarse, José y María llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor. Así cumplieron con lo que en la Ley del Señor está escrito: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor». También ofrecieron un sacrificio conforme a lo que la Ley del Señor dice: «un par de tórtolas o dos pichones de paloma»”. Y como refuerzo de lo anterior, la misma virgen María, cuando bajo la inspiración del Espíritu Santo compuso el cántico conocido como “El Magnificat”, en él admitió necesitar la salvación como todos los demás seres humanos a lo largo de la historia, con la única excepción de Cristo, el Salvador: “Entonces dijo María: ꟷMi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador” (Lucas 1:46-47)
La inmaculada concepción
"Al ofrecer los sacrificios que seguían el dar a luz, la virgen María reconoció su impureza ritual y negó de paso su presunta condición inmaculada”
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