La labor de los cantores no estaba ordenada en la ley como una de las funciones propias de sacerdotes y levitas en el culto formal en el santuario portátil del desierto durante el éxodo, establecido luego en Siló durante la conquista de la tierra prometida. Sin embargo, parece ser que esta actividad alrededor del culto a Dios fue surgiendo espontáneamente entre el pueblo en cabeza de los levitas como una más de sus funciones para concretar la que sería una de las expresiones naturales de las devociones del pueblo dirigidas a Dios, ya sea por iniciativa propia o por el ejemplo y la influencia de las religiones paganas de Egipto o de Canaán. Por eso, si bien fue el rey David con su talento y elevada sensibilidad musical, que justificó llamarlo el: “dulce cantor de Israel” (2 Samuel 23:1), el que concibió, diseñó y estableció formalmente toda la liturgia musical incluida y llevada a cabo en el templo de Jerusalén, responsabilizando de ella a levitas talentosos y especializados en esta labor y brindando en los salmos canónicos ꟷla mitad de ellos compuestos por él mismoꟷ el himnario que serviría de materia prima a los cantores para su actividad; lo cierto es que David reglamentó y organizó una actividad que los levitas ya llevaban a cabo desde antes, pues: “Estos fueron los que David puso a cargo del canto en el Templo del Señor, desde que se colocó allí el arca. Ellos ya cantaban en la Tienda de reunión, delante del santuario, antes de que Salomón edificara el Templo del Señor en Jerusalén. Luego continuaron su ministerio según las ordenanzas establecidas” (1 Crónicas 6:31-32)
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