Un punto ciego es un fenómeno del sistema ocular que se define como una zona del ojo, en el mismo centro del campo visual, justo donde el nervio óptico se conecta con la retina, en el que se pierde la visión a pesar de tener los objetos en frente de nuestros ojos. De manera semejante, también en el campo de la visión espiritual los creyentes podemos tener puntos ciegos que es necesario identificar para evitarlos hasta donde sea posible. El primer punto ciego en el que podemos incurrir muy fácilmente es obviar lo obvio. A esto se refirió Miguel de Unamuno al advertir: “Hace mucha falta que se repita a diario lo que a diario, de ‘puro sabido’ se olvida”. Los perjuicios que ocasiona el obviar algo que se da por sentado, se ilustran gráficamente con el esfuerzo de poner cercas cada vez más altas, sin tener al mismo tiempo la precaución de cerrar la puerta. Por este camino podemos terminar ocupados y enredados en los detalles marginales del evangelio en perjuicio de lo principal. Los fariseos, por ejemplo, tenían la reputación de ser los conocedores y cumplidores más estrictos y meticulosos de todas las prescripciones legales contenidas en la Ley de Moisés, así como de todas las reglamentaciones adicionales añadidas por varias generaciones de rabinos. Pero al guardar de manera literal, ─y en muchos casos también de manera mecánica─, hasta la letra menuda de la ley, descuidaban y en muchos casos quebrantaban el espíritu de esta misma ley, justificando afirmaciones de este tipo: “El que no está físicamente circuncidado, pero obedece la ley, te condenará a ti que, a pesar de tener el mandamiento escrito y la circuncisión, quebrantas la ley” (Romanos 2:27). El Señor Jesucristo los amonestó con fina ironía y refinado humor al acusarlos de ser “¡Guías ciegos! [que] Cuelan el mosquito pero se tragan el camello” (Mateo 23:24), declarando que el cumplir de manera minuciosa y legítima prescripciones legales como el diezmo, entre otras; no debería ser excusa para descuidar los principios fundamentales del evangelio como la justicia, la misericordia y la fidelidad: “¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas! Dan la décima parte de sus especias: la menta, el anís y el comino. Pero han descuidado los asuntos más importantes de la ley, tales como la justicia, la misericordia y la fidelidad…” (Mateo 23:23)
Pero, por otra parte, también se puede terminar cayendo en el extremo opuesto de descuidar los detalles, como si fueran pequeñeces carentes de importancia. Punto ciego que puede desembocar en lo dicho por Benjamín Franklin: “Una pequeña falta puede engendrar un gran mal”. Esto guarda relación con la inconveniente y antibíblica distinción hecha por el catolicismo romano entre pecados mortales y veniales junto con su correspondiente orden penitencial, pues esta clasificación tiene la particularidad de introducir la perniciosa creencia de que hay “pecadillos” o pecados pequeños que pueden ser tolerados y cometidos sin consecuencias serias. Pero el hecho es que la laxitud ante cualquier pecado consciente y aparentemente trivial e inofensivo; va socavando los principios cristianos y gradualmente da lugar a pecados mayores con consecuencias cada vez más serias, dolorosas y difíciles de resolver o revertir. Vincent Barry dice que, aunque la expresión “No te preocupes por pequeñeces” puede ser un buen consejo si por ello entendemos no ahogarse en un vaso de agua o evitar reacciones desproporcionadas para las circunstancias, hay que tener cuidado de no poner en práctica esta máxima irreflexivamente, ya que entonces deja de ser una pauta para vivir de manera racional y se convierte en una justificación para vivir sin principios. Añade que: “Cuando esto sucede, lo más probable es que nos parezca una pequeñez llevarnos las toallas o los ganchos de un hotel, o la papelería de la oficina. Trivializar lo que codiciamos nos da una excusa para robar impunemente”. La Biblia denuncia de varias maneras este punto ciego, llamándolo “pequeña necedad” en el Eclesiastés: “Las moscas muertas apestan y echan a perder el perfume. Así mismo pesa más una pequeña necedad que la sabiduría y la honra juntas” (Eclesiastés 10:1), “zorras pequeñas” en el Cantar de los Cantares: “Atrapen a las zorras, a esas zorras pequeñas que arruinan nuestros viñedos, nuestros viñedos en flor” (Cantares 2:15) y “un poco de levadura” en el Nuevo Testamento: “Hacen mal en jactarse. ¿No se dan cuenta de que un poco de levadura hace fermentar toda la masa?” (1 Corintios 5:6); “«Un poco de levadura fermenta toda la masa»” (Gálatas 5:9).
El protestantismo evangélico también tiene sus particulares puntos ciegos, debido precisamente a su característico y necesario énfasis en la evangelización, en la fe y en la conversión personal y su correspondiente condenación de las buenas obras como medio de salvación; pues en este contexto uno de los aspectos de la verdad que puede llegar a ignorarse fácilmente en el ámbito protestante son las implicaciones sociales del evangelio tales como el servicio y la acción social, imprescindibles para establecer la tan anhelada justicia social tal y como aparece repetidamente en las arengas y denuncias de los profetas del Antiguo Testamento y en las recomendaciones dadas por los demás apóstoles al también apóstol Pablo de Tarso, cuando escucharon en una de sus visitas a la iglesia de Jerusalén su exposición del evangelio, tal y como lo recibió directamente del Señor, a lo que ellos respondieron, como nos lo informa el propio apóstol, de esta manera: “… no me impusieron nada nuevo. Al contrario, reconocieron… la gracia que yo había recibido… Sólo nos pidieron que nos acordáramos de los pobres, y eso… he venido haciendo con esmero” (Gálatas 2:6-10). Pero tal vez el punto ciego al que ningún creyente escapa no son las manifestaciones evidentes del mal que se dan entre nosotros y que pueden llegar a indignarnos y horrorizarnos, sino sus manifestaciones cotidianas mucho más sutiles que tienen lugar en nuestro propio interior, al decir de Santiago: “¿De dónde surgen las guerras y los conflictos entre ustedes? ¿No es precisamente de las pasiones que luchan dentro de ustedes mismos?” (Santiago 4:1), que se vuelven tan familiares, discretas y domésticas al circunscribirse casi por completo a nuestro más bien anónimo contexto inmediato, que se convierten en puntos ciegos en nuestra visión de la realidad, como si el mal fuera un asunto externo que se encontrara siempre más allá de nosotros. Es por eso que el Señor Jesucristo consideró necesario señalar con especialidad esta fuente de maldad para hacernos conscientes de este punto ciego: “Porque de adentro, del corazón humano, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, el engaño, el libertinaje, la envidia, la calumnia, la arrogancia y la necedad. Todos estos males vienen de adentro y contaminan a la persona” (Marcos 7:21-23)
Buena noche pastor, habla Arturo Muñoz quisiera saber si los estudios bíblicos acá publicados se pueden tomar, y como se hace para la inscripción, gracias
No te entiendo. ¿Te refieres a si se pueden compartir? Si es así, claro que sí, pero remitiendo a las personas a que lo lean aquí mismo, en el blog. En cuanto a la inscripción, lo único que se requiere aquí es suscribirse al blog