En la historia de Israel y más exactamente durante el periodo de la monarquía en el que la figura del rey surge y cobra relevancia, el punto más elevado y culminante que sirve de referente para todos los reyes posteriores es el reinado de David y de su hijo Salomón. Pero ya para el reinado de Salomón comienzan a surgir grietas imperceptibles, injusticias y descontentos latentes que se hicieron evidentes durante el reinado de su hijo Roboán, capitalizados en su momento por Jeroboán, uno de los rivales políticos del ya fallecido Salomón. Su hijo fue, entonces, quien tuvo que lidiar con ellos sin lograr acertar al hacerlo, desencadenando así la división del reino por su mal manejo de estos descontentos: “Roboán fue a Siquén porque todos los israelitas se habían reunido allí para proclamarlo rey. De esto se enteró Jeroboán, hijo de Nabat, así que volvió de Egipto, que es adonde había huido del rey Salomón. Cuando lo mandaron a buscar, él y todo Israel fueron a ver a Roboán y le dijeron: ꟷSu padre nos impuso un yugo pesado. Alívienos usted ahora el duro trabajo y el pesado yugo que él nos echó encima; así le serviremos a usted” (2 Crónicas 10:1-4). El éxito de Salomón como gobernante y la riqueza y esplendor de su reinado disimuló y atenúo, entonces, uno de los grandes lunares de su gobierno, muy típico, además, de todas las monarquías a lo largo de la historia, como lo fueron los altos impuestos y el trabajo forzado que impuso sobre su pueblo para llevar a cabo todo su programa de construcciones y la consolidación de su reinado y toda su burocracia en perjuicio del pueblo
Grietas y resquebrajamientos
“El éxito puede disimular y atenuar por un tiempo las cosas que van mal, pero las grietas y resquebrajamientos saldrán a la luz tarde o temprano”
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