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Las diferencias de género

¿Trabajo de equipo o batalla de sexos?

Ante el preocupante auge y avance de la ideología de género, el movimiento queer y los logros jurídicos y políticos que ha venido alcanzando y también ante las lamentablemente habituales e indignantes noticias sobre violencia de género que periódicamente se asoman en los medios de comunicación, casi de manera invariable teniendo a las mujeres como víctimas, y la manera como estos dos temas se combinan en noticias como las de varones biológicos que, apoyados en la ideología de género y presumiendo ser mujeres desde el punto de vista psicológico, logran acceso a espacios exclusivos de las mujeres, como baños o cárceles femeninas para perpetrar allí violaciones en su verdadera condición de depredadores sexuales; vale la pena abordar el tema de las diferencias de género desde una perspectiva cristiana apoyada en la Biblia.

Señalar estas diferencias parece una obviedad innecesaria, no obstante lo cual no sobra citar la manera en que la Biblia da razón de ellas desde el comienzo: “… Dios creó al ser humano a su imagen… Hombre y mujer los creó” (Génesis 1:27). La condición humana es, pues, algo compartido por hombres y mujeres por igual de donde no se puede reclamar superioridad para ninguno de los dos géneros o sexos. Por el contrario, la Biblia establece el mismo valor o dignidad para hombres y mujeres, pero no necesariamente los mismos roles. Hay que comenzar a distinguir, por tanto, entre la igualdad de valor que hombres y mujeres comparten y los diferentes roles especialmente adaptados para cada uno de ellos. Ya lo dijo J. H. Yoder: “Igualdad de valor no es identidad de rol”.

Por cierto, la interdependencia y complementaridad entre hombre y mujer en plano de igualdad está también afirmada en la Biblia de este modo: “Sin embargo, en el Señor ni la mujer existe aparte del hombre ni el hombre aparte de la mujer. Porque así como la mujer procede del hombre, también el hombre nace de la mujer; pero todo proviene de Dios” (1 Corintios 11:11-12). No entraremos a definir aquí los roles específicos asignados por Dios a cada género. Baste señalar que la Biblia establece al varón como “cabeza” y a la mujer como “ayuda idónea” y que tanto el machismo como el feminismo son distorsiones de estos roles por acción y reacción respectivamente. En efecto, el machismo no es más que sacrificar la igualdad de valor que existe entre el hombre y la mujer para asignarle arbitrariamente más importancia al rol del hombre que al de la mujer, deformando de paso el ejercicio del mismo al punto de no utilizar su mayor fuerza física para protegerla, sino para dominarla y agredirla de manera culpable. Y como reacción a ello, en el otro extremo del espectro surge el feminismo que en nombre de la igualdad de valor entre el hombre y la mujer suprime la distinción de roles entre ambos.

Veamos, pues, algunas diferencias de género que muestran como el hombre y la mujer están mejor adaptados que su contraparte para desempeñar sus respectivos roles en la sociedad, concentrándonos en las diferencias en la forma de pensar que han sido abordadas por muchos libros seculares, entre los cuales uno de los más recordados es el de John Gray, titulado Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus. Diferencias que no radican en que uno de los dos sea más inteligente que el otro, sino en que cada uno de los dos posee, de manera aguzada, diferentes tipos de inteligencia. Se equivocan, entonces, las mujeres al afirmar que los hombres tienen una sola neurona. No es cierto. El hombre tiene muchas neuronas. Lo que pasa es que todas hacen lo mismo al mismo tiempo, a diferencia de las de las mujeres. Bromas aparte, un informe de la sección de ciencia de Selecciones Readers Digest decía que los hombres tienen más neuronas que las mujeres, pero que ellas tienen más conexiones entre las neuronas que los hombres. Esto parece sugerir que hombres y mujeres poseen diferentes inteligencias: una que depende de la mayor cantidad de neuronas existentes y la otra, de la mayor cantidad de conexiones entre ellas.

Es sabido que la mujer piensa con los dos hemisferios de su cerebro al mismo tiempo, mientras que el hombre sólo puede pensar con uno a la vez. Es por eso que la mujer puede -y de hecho disfruta- atender muchos frentes simultáneos, mientras que al hombre le cuesta trabajo atender más de uno a la vez. Sin embargo, precisamente por eso el talante del hombre está mejor adaptado a la dirección y resolución de problemas específicos que requieren atención casi exclusiva y reconcentrada, algo que al talante femenino le cuesta más trabajo. La mujer prefiere señalarle al hombre aspectos a tener en cuenta que él no había notado, una vez hecho lo cual prefiere que él se ocupe de cada uno de ellos uno a uno hasta el final. Cuando se requiere un pensamiento estrictamente racional la mujer prefiere que el hombre sea el que se ocupe, no porque no pueda hacerlo, sino porque no lo disfruta tanto. Y lo mismo podría decirse del hombre cuando se requiere un pensamiento más intuitivo y emocional que racional. Por supuesto, hay excepciones, pero las excepciones confirman la norma.

En su libro Monólogos el autor cristiano Dante Gebel se refiere con mucha gracia a estas diferencias: “La mujer tiene la enorme capacidad de poder realizar varias cosas a la vez. Ellas pueden preparar la cena, mientras que a la misma vez, ayudan a su niño con la tarea escolar, cambian los pañales del más chiquito, y en ese mismo momento, planchan la camisa de su esposo. En el mismo lapso, el esposo lee el periódico, o mira el partido por televisión, en estado catatónico, enajenado por completo del mundo exterior y sin sospechar que hay vida inteligente a su alrededor”.

Después, al comentar los reproches que las mujeres nos dirigen con frases que comienzan con: “Pero se supone que…” nos dice: “¡Alto! Detengámonos en este punto. Vemos que esta mujer está completamente equivocada, los hombres no nacieron para «suponer» ni para entender «las indirectas», mientras que las mujeres se especializan en ellas… A diferencia de la mujer, cuando el hombre hace una pregunta, no está juzgando, ni tratando de usar indirectas o eufemismos, sólo está pidiendo, lisa y llanamente, que le den información… Él sólo pide información, sólo se mueve por la simple lógica y razón, mientras que la mujer lo hace por sentimientos”. Dicho de otro modo, el hombre le presta más atención a lo que se dice. La mujer, al tono con el que se dice.

Vamos ahora a otro texto, en este caso del periodista francés Guy Sorman, quien en la introducción de su libro Los verdaderos pensadores de nuestro tiempo hace algunas reflexiones muy ilustrativas que pueden explicarse gracias a las diferencias en la forma de pensar entre el hombre y la mujer: “A medida que edificaba mi biblioteca, descubrí que era coja ¿Por qué no había mujeres en ella?… ¿qué prejuicios inconscientes me guiaban? Intenté en varias ocasiones enderezar el timón. Llamé incluso en mi ayuda a algunas feministas… Consulté en vano la lista de los premios nobel. No había nada qué hacer: dicha lista confirmaba mis propias inclinaciones. Con mucha frecuencia, traté de meter a una mujer en una disciplina que no dominaba, simplemente porque era mujer. Abandoné pronto este procedimiento engañoso el día en que comprendí dónde estaba el error.

La propia definición de mi campo de investigación y mis criterios de selección eran los que llevaban a excluir de entrada a las mujeres. Si hubiera elegido a los «verdaderos novelistas» del siglo XX, la mitad hubiera sido seguramente mujeres. Pero lo que yo he llamado arbitrariamente ‘el pensamiento’ es una actividad intelectual de un género muy particular: exige concentrarse durante treinta años en el mismo tema sin verse interrumpido por preocupaciones domésticas y familiares. Pocas mujeres pueden consagrar su vida a una actividad tan exigente, obsesiva incluso”. Así, pues, las mujeres pueden y deben incluso atender intereses tan variados, que no pueden concentrarse con exclusividad en uno sólo. Los hombres podemos hacerlo, no sólo porque venimos mejor adaptados para ello, sino en mayor medida debido a que las mujeres nos lo permiten al cubrirnos muy bien en muchos de los frentes cotidianos que, de no ser por ellas, deberíamos también atender.

Existe una situación típica de las relaciones hombre-mujer que nos define muy bien a ambos. Se dice que un hombre es una persona que si una mujer le dice “no te molestes, yo lo hago”, él la deja hacerlo. A su vez, una mujer es una persona que si le dice a un hombre “no te molestes, yo lo hago” y él la deja hacerlo, ¡ella se enoja! Y de nuevo, un hombre es una persona que si una mujer le dice “no te molestes, yo lo hago” y él la deja hacerlo, y ella se enoja, él pregunta desconcertado ¿y por qué estás enojada? Y por último, una mujer es una persona que si le dice a un hombre “no te molestes, yo lo hago”, y él la deja hacerlo, y ella se enoja, y él pregunta desconcertado ¿y por qué estás enojada?, ella responde: “¡Si no lo sabes, no te lo voy a decir!”. Definitivamente, pensamos diferente. Una misma frase dicha por un hombre y una mujer puede significar cosas distintas. Por ejemplo, la frase “No tengo nada que ponerme” dicha por un hombre significa: “no tengo nada limpio y planchado que ponerme”. En boca de una mujer significa: “no tengo nada nuevo que ponerme”. Por eso hacemos buen equipo. Porque nos complementamos. De otro modo, dejados a nuestra suerte sin el aporte del sexo opuesto, los hombres podemos caer en el extremo de comprar un artículo cualquiera en ¡el doble de su precio normal!, simplemente porque lo necesitábamos en el momento. Mientras que la mujer compra un artículo en la mitad de su precio normal, ¡aunque no lo necesite!, simplemente porque estaba en oferta. Pero tal vez nadie ha podido referirse de manera más excelsa e inspiradora a estas diferencias que el escritor francés Víctor Hugo en la siguiente memorable poesía:

El hombre es la más elevada de las criaturas/La mujer el más sublime de los ideales/El hombre es el cerebro. La mujer es el corazón/El cerebro fabrica la luz; el corazón, el amor/La luz fecunda. El amor resucita/El hombre es fuerte por la razón/La mujer es invencible por las lágrimas/La razón convence, las lágrimas conmueven/El hombre es capaz de todos los heroísmos/La mujer de todos los martirios/El heroísmo ennoblece, el martirio sublima/El hombre es código, la mujer es un evangelio/El código corrige, el evangelio perfecciona./El hombre es un templo, la mujer es un santuario/Ante el templo nos descubrimos. Ante el santuario nos arrodillamos./El hombre piensa, la mujer sueña/El pensar es tener en el cráneo una larva/El soñar es tener en la frente una aureola/El hombre es el águila que vuela. La mujer es el ruiseñor que canta/Volar es dominar el espacio. Cantar es conquistar el alma./En fin, el hombre está colocado donde termina la tierra/La mujer, donde comienza el cielo.

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

2 Comentarios

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  • Que aguda y acertada descripción de los dos géneros que Dios creo. Ausculta y analiza características que están ahí y que no vemos porque somos dados a dar todo por sentado.

  • No podría haberse descrito la verdadera igualdad y al mismo tiempo la diferencia de hombre y mujer con más agudeza y certeza que como lo haces acá.