Las fuerzas desatadas de la naturaleza han sido siempre un motivo de temor por parte del ser humano que ha sido testigo muchas veces a lo largo de la historia de cómo, a pesar de sus avances tecnológicos y su control sobre estas fuerzas para la obtención de evidentes y maravillosos beneficios por parte de la cultura humana, como sucede por ejemplo, con los paneles que aprovechan la energía solar, los sofisticados molinos de viento modernos para aprovechar la energía eólica, las centrales nucleares y las hidroeléctricas, entre otras; cuando la naturaleza se sale de curso destructivamente no hay creación humana capaz de refrenarla. La fuerza desbordada del agua en sus diversas formas, como las tormentas en las que se combina con el viento, los tsunamis y las inundaciones, ha sido especialmente temida por la muerte, el caos y la enorme destrucción que puede dejar a su paso, por lo que la Biblia siempre ha hecho referencia al control y dominio de Dios sobre la fuerza del agua para ilustrar Su poder superior a todo lo que existe, afirmando Su dominio sobre las aguas primigenias que, en los relatos mitológicos sobre el origen del mundo de los pueblos paganos e idólatras, siempre han representado una amenaza y un sinónimo del caos que acecha al mundo. Por eso la inspirada declaración de David es consoladora y tranquilizadora: “La voz del Señor está sobre las aguas; resuena el trueno del Dios de la gloria; el Señor está sobre las aguas impetuosas” (Salmo 29:3), como lo demostró cabalmente el Señor Jesucristo al calmar con su voz la tormenta en el Mar de Galilea
La voz del Señor está sobre las aguas
"El declarado dominio que Dios ejerce sobre las aguas y su capacidad de destrucción manifiesta Su poder sobre el desorden y el caos amenazantes”
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