En el contexto del esquema ético de la Biblia que establece que, para que una acción sea calificada buena sin reservas desde la óptica de Dios, debe no sólo estar de acuerdo con los preceptos divinos, sino también proceder de buenas motivaciones y obedecer a buenas intenciones; esquema al cual debemos, por tanto, prestarle atención en todos sus tres aspectos; parece ser que las motivaciones e intenciones pueden tener algo más de prioridad e importancia que las acciones en sí mismas y que, si las primeras son correctas en un momento dado, Dios puede disculpar que las acciones que les siguen no estén del todo conformes con sus mandamientos, como podemos leerlo en relación con la iniciativa del rey Ezequías de volver a celebrar la pascua conforme a la ley, con el siguiente resultado: “En efecto, mucha gente de Efraín, de Manasés, de Isacar y de Zabulón participó de la comida pascual sin haberse purificado, con los que transgredieron la Ley. Pero Ezequías oró así a favor de ellos: «Perdona, buen Señor, a todo el que se ha empeñado de todo corazón en buscarte a ti, Señor, Dios de sus antepasados, aunque no se haya purificado según las normas del santuario». Y el Señor escuchó a Ezequías y perdonó al pueblo” (2 Crónicas 30:18-20), circunstancia que busca hacernos conscientes de que Dios mira antes que nada nuestros corazones examinando las motivaciones e intenciones que albergamos en él, pero que no nos autoriza tampoco para pasar por alto de manera impune y desafiante las maneras correctas de hacer también las cosas, como Dios manda
La pascua sin haberse purificado
“Dios puede disculpar eventualmente que no hagamos las cosas justo como Él lo estableció si nuestras motivaciones e intenciones son las correctas”.
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