Decía Pico Iyer que: “Es posible que nuestra añoranza de paraísos perdidos tenga más que ver con nuestro propio estado de ánimo que con la condición del sitio cuya desaparición lamentamos. Siempre que recordamos los lugares que hemos conocido, tendemos a verlos bañados en el resplandor crepuscular de la nostalgia, una vez que la memoria… ya ha pulido sus contornos ásperos, suavizado sus imperfecciones y alejado la totalidad a un ámbito abstracto y hermoso” En conexión con esto Art Buchwald añade: “Al parecer estamos pasando por un periodo de nostalgia; todo el mundo piensa que el pasado fue mejor. Yo no comparto esa opinión, y recomendaría a todos que no esperen diez años para reconocer que el presente fue magnífico. Si se siente invadido por la nostalgia, finja que hoy es ayer y salga a divertirse en grande”.
Lo cierto es que, no importa que tan sombrío se vea el panorama en un momento dado de la historia, la nostalgia es perjudicial para la vivencia cristiana porque el cristianismo está indisolublemente ligado a la esperanza en un futuro mejor: “Porque en esa esperanza fuimos salvados. Pero la esperanza que se ve ya no es esperanza. ¿Quién espera lo que ya tiene?” (Romanos 8:24); “Ahora, pues, permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor. Pero la más excelente de ellas es el amor” (1 Corintios 13:13). No en vano la Biblia nos previene contra ella en numerosos pasajes tales como Eclesiastés 7:10: “Nunca preguntes por qué todo tiempo pasado fue mejor. No es de sabios hacer tales preguntas”, y Lucas 9:62: “Jesús le respondió: −Nadie que mire atrás después de poner la mano en el arado es apto para el reino de Dios”, entre otros varios. Además, muchas veces la nostalgia es un mecanismo de defensa para no asimilar los inevitables cambios que la vida conlleva. Todo cambio en la vida tiene algo de crítico y la conversión y consecuente vida cristiana no son la excepción y no pueden, por lo mismo, ser idealizados con infantil ingenuidad. Cuando surgen las primeras dificultades para el creyente, −e indefectiblemente surgirán−, éste puede sentirse tentado a mirar atrás con nostalgia.
Para el pueblo de Israel, la liberación de la esclavitud egipcia fue acompañada por el necesario y difícil paso por el desierto, situación que hizo que el pueblo mirara con nostalgia a Egipto, olvidando la dureza de su anterior servidumbre: “Entonces le reclamaron a Moisés: ─¿Acaso no había sepulcros en Egipto, que nos sacaste de allá para morir en el desierto? ¿Qué has hecho con nosotros? ¿Para qué nos sacaste de Egipto? Ya en Egipto te decíamos: ‘¡Déjanos en paz! ¡Preferimos servir a los egipcios!’ ¡Mejor nos hubiera sido servir a los egipcios que morir en el desierto!… ─¡Cómo quisiéramos que el Señor nos hubiera quitado la vida en Egipto! ─les decían los israelitas—. Allá nos sentábamos en torno a las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos. ¡Ustedes nos han traído a este desierto para matar de hambre a toda la comunidad!… Pero los israelitas estaban sedientos, y murmuraron contra Moisés. ─¿Para qué nos sacaste de Egipto? ─reclamaban─. ¿Solo para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestro ganado?… Al populacho que iba con ellos le vino un apetito voraz. Y también los israelitas volvieron a llorar, y dijeron: «¡Quién nos diera carne! ¡Cómo echamos de menos el pescado que comíamos gratis en Egipto! ¡También comíamos pepinos y melones, y puerros, cebollas y ajos!”(Éxodo 14:11-12; 16:3; 17:3; Números 11:4-5). Pero la Biblia es concluyente al respecto cuando dice: “Pero nosotros no somos de los que se vuelven atrás y acaban por perderse, sino de los que tienen fe y preservan su vida” (Hebreos 10:39)
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