Ante la inminente división del reino a instancias de Jeroboán, quien rompió con el joven rey Roboán y se puso al frente de los ejércitos de las diez tribus del norte de Israel, este último tomó la siguiente decisión para tratar de evitarlo: “Roboán llegó a Jerusalén y movilizó a las familias de Judá y de Benjamín, ciento ochenta mil guerreros selectos en total, para hacer la guerra contra Israel y así recuperar el reino…”. Sin embargo, en el transcurso de todo esto: “… la palabra del Señor vino a Semaías, hombre de Dios, y le dio este mensaje: «Diles a Roboán, hijo de Salomón y rey de Judá, y a todos los israelitas que están en Judá y en Benjamín, que así dice el Señor: ‘No vayan a luchar contra sus hermanos. Regrese cada uno a su casa, porque es mi voluntad que esto haya sucedido’». Y ellos obedecieron las palabras del Señor y desistieron de marchar contra Jeroboán” (2 Crónicas 11:1-4). De este modo, se impidió un derramamiento de sangre innecesario entre los miembros de la misma nación que no hubiera, además, modificado el estado de las cosas en el sentido de evitar la división inminente del reino ya anunciada y decretada por Dios, como un juicio sobre Salomón por su abandono de Dios en favor de los ídolos de las naciones paganas que lo rodeaban. Todo lo cual nos trae a la memoria una vez más la famosa “oración de la serenidad” formulada por Reinhold Niebuhr que dice así: “Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia”
Aceptar lo que no puedo cambiar
“A veces suceden cosas que no deseamos y que consideramos equivocadas, pero que no vale la pena intentar reparar, pues suceden por decisión de Dios”
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