Si bien es cierto que la disponibilidad y la abundancia de recursos, tanto humanos como materiales, facilitan el logro de muchos de los propósitos perseguidos por las diferentes empresas humanas de manera exitosa a lo largo de la historia; al final de cuentas no son estos los factores más determinantes para llevar a feliz término estas iniciativas. El pueblo de Israel lo comprobó en muchas oportunidades en que sus enemigos los superaban de lejos en armamento y número de soldados, no obstante lo cual pudieron derrotarlos con el respaldo divino, mientras que en otras ocasiones, contando con la ventaja y superioridad militar sobre ellos, fueron sin embargo derrotados debido a que Dios les había retirado Su favor por causa de sus rebeliones y desobediencias a Sus preceptos y mandamientos. El rey David fue el encargado de llevar a Israel a su época de mayor esplendor en la antigüedad, en cuyo momento culminante tomó la iniciativa de emprender un controvertido censo de su ejército, motivado según parece por el anhelo de ostentar y hacer velado alarde de su gran ejército y de su poderío militar, lo cual explicaría en buena parte la desaprobación de Dios a este proyecto y su funesto desenlace final, según lo leíamos en los libros de Reyes y de Crónicas. Es con mucha probabilidad a raíz de este episodio que David aprendió o confirmó algunas de sus más arraigadas y sabias convicciones registradas en los salmos, como la siguiente: “Estos confían en sus carros de guerra, aquellos confían en sus corceles, pero nosotros confiamos en el nombre del Señor nuestro Dios” (Salmo 20:7)
Estos confían en sus carros de guerra
"El rey David aprendió de la manera difícil que la base de nuestra confianza no es la cantidad de carros de guerra ni la caballería que se posea”
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