Ya hemos establecido que la valentía a la que Dios nos llama en las Escrituras no debe confundirse con la temeridad irreflexiva y desafiante de quien no rehúye batallas que ni siquiera vale la pena pelear y que la valentía auténtica implica, de hecho, en muchos casos emprender la huida bajo ciertas circunstancias concretas, sin que esto nos califique como cobardes, sino más bien como personas sensatas y sabiamente prudentes. Establecido, pues, lo anterior, debemos ahora decir que los escapismos de todo tipo sí son señales de cobardía por parte de quien acude a ellos. Escapismos que no son más que intentos infructuosos por rehuir o eludir nuestras responsabilidades en este mundo delante de Dios cuando éstas pueden llegar a tornarse demasiado pesadas y agobiantes por momentos, haciendo difícil sobrellevarlas en el curso de esos lapsos de la vida en que ésta puede llegar a sentirse más como una obligación que como una bendición. Dentro de estos escapismos se encuentran todas las adicciones a sustancias que alteran la conciencia y nos conducen a percepciones distorsionadas de la realidad, tales como el abuso del alcohol y el consumo de drogas narcóticas y alucinógenas, que pueden concluir en el escapismo más extremo y definitivo, como lo es el suicidio. El rey David sorteaba la tentación de recurrir a escapismos refugiándose en Dios para encontrar en Él la fortaleza para seguir asumiendo sus responsabilidades de la manera correcta, pues: “En el Señor hallo refugio. ¿Cómo se atreven a decirme: «Huye al monte como las aves»?” (Salmo 11:1)
En el Señor hallo refugio
"Los creyentes no son imprudentes, temerarios ni provocadores, pero sin que eso implique que huyan atemorizados de sus responsabilidades en el mundo”
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