Los salmos se refieren en varias oportunidades a Dios como la Roca del creyente, la primera de las cuales aparece en el salmo 18: “El Señor es mi roca, mi amparo, mi libertador; es mi Dios, la roca en que me refugio. Es mi escudo, el poder que me salva, ¡mi más alto escondite!” (Salmo 18:2), en el que figura luego dos veces más de las 18 que aparecen en este libro alusivas a Dios, en línea de continuidad con la designación en el mismo sentido que encontramos en Génesis y Deuteronomio y posteriormente en los profetas Isaías y Habacuc. La asociación entre Dios y la roca tiene que ver, por una parte, con la solidez, firmeza, estabilidad y seguridad que una gran roca brinda y, por otra parte, alude en ocasiones concretas a la roca de la peña en el desierto donde Dios proveyó milagrosamente agua para que su pueblo no muriera de sed en él. El Nuevo Testamento afirma en 1 Corintios 10:4 que esta roca en particular tipificaba a Cristo. De hecho, el Nuevo Testamento identifica a Cristo con la Roca por excelencia, señalándolo como aquella profetizada en el Antiguo Testamento en la que la dirigencia de los judíos tropezaría al no reconocerlo y aceptarlo por Quien era: el Mesías anhelado y esperado, tal y como lo anunció el profeta Isaías: “Él será un santuario. Pero será una piedra de tropiezo para las dos casas de Israel; una roca que los hará caer. ¡Será para los habitantes de Jerusalén un lazo y una trampa!” (Isaías 8:14). Y los evangelios finalmente comparan a quienes obedecen a Dios con las personas sabias, sensatas y prudentes que construyen su casa sobre la Roca firme
El Señor es mi Roca
"La roca es una figura muy concreta en las Escrituras para transmitir verdades relativas a Dios y a su relación especial con quienes confían en Él”
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