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El relativismo ético y el cristianismo

La Verdad, no tu verdad ni mi verdad

Deliberar sobre la moralidad de nuestra conducta, o dicho de otro modo, reflexionar sobre el carácter bueno o malo de nuestros actos es lo que se conoce como ética. Y ética es una palabra que, contrario a lo que podría pensarse, no pasa de moda. Lo único es que hoy ya no se utiliza en singular, sino en plural. No existe la ética, existen más bien muchas éticas diferentes, cada una de ellas al gusto del consumidor. El intento de conciliar tan diversas éticas ha llevado al prestigioso teólogo católico Hans Küng a emprender un proyecto encomiable pero nada fácil como lo es la búsqueda de una ética mundial que tenga vigencia para todos.

Ahora bien, el cristianismo no puede reducirse a ética, pero si implica y contiene una ética. Pero no una entre muchas, sino la ética por excelencia, con validez universal. Esta declaración puede sonar tan intolerante hoy por hoy que incluso los cristianos se han dejado intimidar y acorralar por el pensamiento secular. Ese mismo que nos ha conducido a la actual confusión y consecuente crisis de valores. A tal punto llega esta intimidación que para que nos los tilden de fundamentalistas ─término decididamente ofensivo en la actualidad─ muchos cristianos sinceros temen hacer afirmaciones absolutas relacionadas con la ética. No cabe duda entonces que cuestionables corrientes de pensamiento actualmente de moda y con nombres tan aparentemente sofisticados y “políticamente correctos” como el pluralismo, el multiculturalismo, el relativismo y el subjetivismo ─sin mencionar el escepticismo─ se han infiltrado en la iglesia de la mano de la cuestionada teología liberal.

Para entender lo que está en juego debemos comenzar por definir términos de manera necesariamente breve, no obstante lo cual veremos la conexión y el refuerzo mutuo entre estos diferentes “ismos” o corrientes de pensamiento actual que se han convertido en ideologías que respiramos desde que nacemos, antes de poder siquiera reflexionar críticamente acerca de ellas:

  • Pluralismo: Dicho de manera sencilla, es la convicción sostenida hoy por muchos en el sentido de que la opinión de todos cuenta y pesa por igual.
  • Multiculturalismo: Es una forma concreta de pluralismo que afirma que todas las culturas son igualmente válidas y respetables y que defiende entonces a ultranza el dicho que afirma: “a donde fueres haz lo que vieres”.
  • Relativismo: Emparentada con los anteriores, tal vez como fundamento de todos ellos, el relativismo es la afirmación de que no existen absolutos, o dicho de otro modo, que no existe el bien y el mal con validez universal sino que todo es relativo o “depende de”.
  • Subjetivismo: Esta palabra define el relativismo más descarado e individualista que afirma que cada persona tiene el derecho de sostener y defender su propia verdad, la cual debe ser respetada por quienes sostienen puntos de vista diferentes e incluso contrarios sobre la verdad.
  • Escepticismo: El escepticismo radical, tal como se entiende hoy popularmente, es la creencia en que no existe ningún conocimiento seguro ni confiable. En realidad, el escepticismo es la pesimista conclusión final a la que debería conducirnos todos los “ismos” definidos anteriormente, una vez despojados de la actitud ingenua románticamente optimista de los que se los ha querido revestir al enmarcarlos dentro del ideal de tolerancia y respeto de la era moderna.

Ahora bien, teniendo en cuenta que la tolerancia bien entendida es una actitud promovida por la Biblia, debemos entonces señalar aquellas cosas rescatables que existen dentro de los anteriores “ismos” que pasan la prueba bíblica, sin tener por ello que suscribirlos o respaldarlos como un todo.

En relación con el pluralismo, el cristianismo está de acuerdo con que toda persona tiene derecho a expresar su opinión, ─ojalá de manera respetuosa─, y a ser escuchada por los demás. Pero esto no significa que toda opinión tenga la misma validez y que no pueda ser discutida, rebatida y refutada por otras opiniones más y mejor sustentadas.

En cuanto al multiculturalismo, el cristianismo también afirma que toda cultura puede y debe ser considerada y evaluada a la hora de hacer aportes a la construcción del bienestar colectivo y global, pues presume que a la luz de la Biblia toda cultura tiene algo que aportar a este proyecto compartido por toda la humanidad, pero no cree que todos los aspectos de las diferentes culturas humanas sean por sí mismos constructivos y estén exentos de crítica, sino que en muchos casos hay aspectos de ciertas culturas que tienen un potencial destructivo que debe ser combatido.

Asimismo el cristianismo le concede al relativismo que no existe ser humano, por capaz, dotado o “ungido” que pueda ser, que pueda ver por sí solo la totalidad de la verdad, sino a lo sumo algunos aspectos más o menos destacados de ella, combatiendo así la actitud soberbia, cerrada y censurablemente dogmática que se ha dado al interior de la religión en general y de la iglesia cristiana en particular a lo largo de la historia, pero al mismo tiempo reconoce que hay aspectos puntuales de la verdad que son tan claros y evidentes para todo observador desprejuiciado que tienen validez universal y no “dependen de”.

En lo que tiene que ver con el subjetivismo, el cristianismo reivindica el valor de las perspectivas particulares de cada individuo humano con base en las experiencias subjetivas vividas en un momento dado por cada persona, que no dejan de ser reales ni pueden ser descalificadas por el simple hecho de que no puedan ser demostradas de manera objetiva, concluyente e indiscutible; pero dista mucho de afirmar que la realidad dependa de la perspectiva o interpretación particular de cada sujeto al punto que haya tantas realidades diferentes como sujetos que las formulan.

Y por último, en lo que toca al escepticismo, el cristianismo reconoce la necesidad de someter a examen las propias creencias y “no tragar entero” ni dejar a otros que “mastiquen” por nosotros, pero sin que esta recomendable actitud inquisitiva nos lleve a concluir que no existe ningún conocimiento seguro y confiable sino todo lo contrario, a corregir y reafirmar continuamente nuestras creencias de manera humilde pero ilustrada al mismo tiempo, con cada vez mayor convicción y conocimiento de causa. De hecho, como lo reconoció un escéptico como Carl Sagan al afirmar: “… de mala gana recurro a mis reservas de escepticismo”, el escepticismo extremo es algo a lo que siempre apelaremos de mala gana, pues implica en muchos casos enfrentarnos en contra de creencias que vienen incorporadas a todo ser humano desde el nacimiento al punto que, al rechazarlas, estaremos atentando contra nuestra misma dignidad humana, deshumanizándonos al negar algo que es esencial a nuestra condición. De ahí que esto no pueda llevarse a cabo sino “de mala gana” pues implica ir en contra de nuestra propia naturaleza.

En realidad todas las corrientes de pensamiento que hemos relacionado y definido son sólo variaciones de la antigua y engañosa declaración de Protágoras cuando afirmó que  “el hombre es la medida de todas las cosas”. El cristianismo sostiene algo diametralmente diferente: Dios es la medida de todas las cosas. Por lo tanto, el hombre no puede ser también la medida de todas las cosas, a no ser que nos refiramos exclusivamente a Dios hecho hombre en la persona de Cristo. Porque cuando el hombre a secas se erige como la medida de todas las cosas la ética pierde el rumbo y se transforma en una simple cuestión de interpretación y de opinión que genera desorden e injusticia a su alrededor.

Tomemos como ejemplo el mal llamado “código ético” de los abogados, respecto del cual Ross Baker pone el dedo en la llaga al hacer la siguiente reflexión: “La mayoría de los abogados y de los estudiosos de derecho sienten que la obligación ética de hacer la mejor defensa posible de su cliente es el más alto principio de la ley… sin  embargo, ¿debe estar por encima de lo que se supone que el sistema se compromete a alcanzar, es decir, la justicia? Por supuesto que no. Si la ética de una buena defensa consiste en oscurecer o en ocultar la verdad, necesita ser revisada, porque en ese caso es inmoral”. En efecto, al dividir la vida humana en tantas diferentes especializaciones profesionales se termina dando lugar al surgimiento de códigos éticos particulares que pierden de vista el objetivo general que la ética persigue que no es otro que el establecimiento de la justicia, incurriendo así en la conducta señalada por Jesucristo en los doctores de la ley de su época al acusarlos de: “… dejar a un lado los mandamientos de Dios para mantener sus propias tradiciones!” (Mr. 7:9).

Adicionalmente, los promotores del relativismo ético y toda su ya mencionada parentela ideológica se refutan a sí mismos, como lo han demostrado ya con impecable rigor lógico muchos acreditados pensadores cristianos, ya que las afirmaciones presuntamente abiertas y flexibles de relativistas, pluralistas y multiculturalistas por igual son tan dogmáticas como las que ellos pretenden refutar por cuenta de la religión. En otras palabras decir: “El dogmatismo está equivocado y debemos estar abiertos a todas las ideas” es tan dogmático como las declaraciones del dogmatismo al que se quiere combatir. Porque, si todo es relativo, ¿por qué habría alguien de suscribir la postura de los relativistas? ¿Cómo pueden ellos reclamar mayor validez para su postura si sostienen que todas las posturas son igualmente válidas? ¿Con qué argumentos pueden convencer a quien piensa que no todo es relativo sin traicionar al mismo tiempo su relativismo? Al fin y al cabo, ¿no indica el más elemental principio de no contradicción que algo no puede ser verdad y mentira al mismo tiempo y en la misma relación? Así, si lo que dicen los relativistas es cierto, entonces lo que dicen quienes combaten el relativismo debe ser mentira y si ellos admiten esto último están contradiciendo su propia postura relativista al hacerlo. Si argumentan a favor de su postura terminan contradiciéndola y si no lo hacen pierden cualquier poder de convicción a favor de ella. Lo mismo puede decirse del escepticismo. Evidentemente, la lógica más básica indica que no todo “depende de”.

No se trata, pues, de mi verdad y de tu verdad, sino de la verdad. Una verdad que no depende del punto de vista de cada cual ni de todos juntos y que es verdad aquí y en la Conchinchina por igual, al margen de que se le reconozca o no como tal. Una verdad que de no tenerla en cuenta para optar más bien por nuestra verdad particular, diseñada de acuerdo a nuestras preferencias, nos llevará más temprano que tarde a estrellarnos dolorosamente contra la realidad del mundo, como el apóstol Pablo cuando se resistía a la verdad dándose “cabezazos contra la pared” (Hechos 26:14). Definitivamente, el hombre no es la medida de todas las cosas. Y debemos agradecer que así sea, pues de lo contrario no habría manera de dirimir diferencias al no poder apelar a una autoridad superior a la humana. La autoridad divina de Aquel que al hacerse hombre se presentó a sí mismo como la Verdad (Juan 14:6) a la cual debemos ajustar y alinear nuestra verdad, para nuestro bien y beneficio temporal y eterno.

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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