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Avivamiento

La búsqueda incesante de la Iglesia

Avivamiento es una palabra común del argot cristiano asociada a un estado ideal de la experiencia de fe que toda congregación persigue y anhela alcanzar, constituyéndose así el avivamiento en la meta de la vida práctica de la iglesia, compartida por todos y cada uno de sus miembros. Con todo, al inquirir sobre esto, parece que ningún creyente tiene claridad sobre el significado y las características del avivamiento que nos permitirían identificarlo cuando se presente o se logre alcanzar. Por eso, lo primero que habría que establecer en nuestra búsqueda del avivamiento es ¿en qué consiste? En realidad, definir el avivamiento no es algo tan misterioso y difícil, pues la misma palabra nos da indicios claros sobre su significado. Así, en su sentido más básico, un avivamiento consiste simplemente en intensificar más la vida. De hecho, el avivamiento es la respuesta esperada a todas las oraciones bíblicas por las que los escritores sagrados claman a Dios para que les de vida, los vivifique o los avive.

Ahora bien, la vida anhelada en estos casos no es propiamente la vida biológica aludida con el término griego bios que se da por sentada, sino la vida superior asociada a Dios a la que el griego del Nuevo Testamento se refiere como zoé. El avivamiento no es, pues, la conformidad con esta vida sino la aspiración a alcanzar la calidad de vida superior que se revela en la Palabra de Dios y que únicamente ella puede otorgar. La misma que Cristo anunció en estos términos: “… yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Juan 10:10).

Una vida de calidad

La traducción más habitual del término zoé es “vida eterna”. Pero este término puede ser engañoso, pues parece poner el énfasis en la duración de esta vida y no en su calidad superior, que es su principal característica. Es decir que la vida eterna no es cuestión de cantidad, sino de calidad. Su énfasis no está en el adjetivo “eterno” sino en el sustantivo “vida”. La eternidad será únicamente y en su momento su valor agregado y nada más. En otras palabras, sin Cristo nuestra vida no pasa de ser una mera existencia, pero con Cristo se transforma en vida verdadera. Una vida que se renueva de día en día y que va de gracia en gracia, de gloria en gloria y de poder en poder.

El avivamiento consiste entonces en empezar a disfrutar desde ahora y de manera creciente, a la manera de un aperitivo o de un abrebocas, el festín de vida superior que Cristo nos tiene reservada y que nos revelará por completo en su segunda venida. Pero no hacerlo sólo a título individual y personal, sino a nivel comunitario en la iglesia, de tal manera que la comunidad de los creyentes en general disfrute de esta vida y de la atmósfera a la que ella da lugar y que lo haga de tal manera que esta vida rebose y alcance de una manera favorable incluso al mundo en el que la iglesia se encuentra.

El avivamiento está ligado necesariamente a la lectura, al conocimiento y a la práctica de lo revelado y establecido en la Biblia. Es innegable que cuando una comunidad pone en práctica la Biblia de manera consistente, convencida y comprometida, la calidad de vida de esta comunidad se ve elevada de manera significativa sobre su condición previa, en cumplimiento de la promesa divina: “Recita siempre el libro de la ley y medita en él de día y de noche; cumple con cuidado todo lo que en él está escrito. Así prosperarás y tendrás éxito” (Josué 1:8)

Las emociones y el avivamiento

El problema es que los sectores pentecostales y carismáticos de la iglesia actual se han apropiado del término “avivamiento” para darle un significado diferente, muy afín con sus énfasis doctrinales particulares centrados en algunas de las actividades específicas del Espíritu Santo. Efectivamente, para los pentecostales y carismáticos clásicos el avivamiento consistiría en hallarse siempre en medio de una atmósfera eclesiástica exaltada, con emociones como el llanto a flor de piel, experimentando de manera habitual éxtasis caracterizados fundamentalmente por revelaciones particulares, visiones místicas y por hablar en lenguas y la verificación diaria de la ocurrencia de presuntos milagros de sanidad. Sin mencionar la abundante prosperidad económica que presumiblemente debería alcanzar a todos los miembros de la congregación que se halle en medio de este tipo de avivamiento.

Ahora bien, no se trata de cuestionar ni descalificar necesariamente lo anterior, sino de no hacer de ello la meta de la vida de la iglesia ni limitar el avivamiento a esas manifestaciones de carácter contingente que no pueden, por tanto, convertirse en la “marca de fábrica” de un verdadero avivamiento, sino tan sólo en sus eventuales pero no necesarios acompañantes. Sobre todo porque en un avivamiento centrado en este tipo de manifestaciones la transformación de la conducta moral y el esfuerzo por elevar los estándares éticos de la comunidad para ajustarlos a los requerimientos bíblicos no parece jugar un papel central, cuando en realidad la favorable y visible transformación de la conducta de los creyentes es la “marca de fábrica” del verdadero avivamiento.

El avivamiento y la historia

La Reforma Protestante puede considerarse, si no el único, si un muy particular periodo de avivamiento en la historia de la iglesia que, al irse enfriando y perdiendo su impulso inicial, requirió nuevos avivamientos como los experimentados por Europa y el mundo anglosajón en los siglos XVIII y XIX conocidos como “El gran despertar” (1730-1740 d.C.), con teólogos como Jonathan Edwards y predicadores como los hermanos Wesley y George Whitefield a la cabeza y el “Segundo Gran Despertar” (1790-1840 d.C.), en el que se destacó el predicador Charles Finney. Avivamientos a cuya influencia y favorables transformaciones sociales los historiadores atribuyen que Inglaterra no sufriera el horror de una revolución sangrienta como la de Francia.

De hecho, el historiador J. Wesley Bready, uno de los investigadores de este periodo histórico afirma que: “el avivamiento evangélico… [fue] la nodriza del espíritu y de los valores del carácter que han creado y sostenido las instituciones libres a través del mundo de habla inglesa… [y] la clave moral de la historia anglo-sajona”. Algo que, en honor a la verdad, tenemos que reconocer que no puede decirse del avivamiento pentecostal del siglo XX iniciado en Topeca, Kansas en 1901, y en la Calle Azusa de la ciudad de Los Ángeles, California en el año 1906, a pesar del gran despliegue y proliferación alcanzado hoy por hoy por las iglesias pentecostales en el mundo. En conclusión, el avivamiento que necesitamos es uno que vivifique y transforme para bien la vida de pueblos y naciones y no sólo de la iglesia y que, a la luz del conocimiento de la Biblia, ilustre, convenza y afecte para bien la atmósfera moral de todo un país y que incentive no sólo la oración, la devoción y la piedad de creyentes e iglesia en general, sino también la solidaridad, la creatividad y la excelencia de sus miembros en todo lo que hacen dentro y fuera de la iglesia para alcanzar así la vida abundante que Cristo vino a darnos.

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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