El ateísmo de Richard Dawkins
En abril de este año 2024 falleció a los 82 años el ateo norteamericano Daniel Dennet, integrante original de los cuatro miembros del grupo más representativo de los llamados “nuevos ateos”, designados a su vez a manera de broma, a partir de un debate en el 2007, como los “cuatro jinetes del no apocalipsis”, junto con Christopher Hitchens (también fallecido en el 2011 a los 62 años), Sam Harris y Richard Dawkins, el líder indiscutido de los nuevos ateos. Nuevo ateísmo que, en realidad, aparte de su declarada beligerancia hacia la religión en general y su decidida actitud combativa y de denuncia hacia ella, no tiene de nuevo en realidad nada más que su carácter mediático y su acceso a grandes editoriales para divulgar masivamente sus ideas a través de sus libros. De hecho, esta última característica también es compartida por un quinto entre ellos: Victor J. Stenger, fallecido también en 2014 a los 79 años y quien podría muy bien haber sido con justicia un “quinto jinete” del grupo original, sin perjuicio de los demás nombres, no tan mediáticos, que sin ser parte de estos cuatro, también se alinean con el nuevo ateísmo. Sin embargo, ante la muerte del primero de ellos: Christopher Hitchens, el grupo original de cuatro fue completado temporal e incidentalmente por la ex musulmana, política y activista de origen somalí y nacionalizada holandesa Ayaan Hirsi Ali quien, aunque no asistió, estaba también convocada al debate en cuestión del 2007.
Pero entre todos ellos, Richard Dawkins es tal vez el ateo más prominente de la actualidad y sus libros son referente obligado de todos los ateos de hoy que pretenden para su ateísmo un mínimo sustento racional que les permita seguir sosteniéndolo. Pero con todo y ello, el ateísmo de Dawkins y compañía ha dejado siempre mucho qué desear, por lo que, parafraseando un poco las frases de los abuelos, habría que decir aquí que “para ateos, los de antes”, refiriéndonos a otros ateos insignes de la edad moderna como Nietzsche, Freud y Marx. Justamente, de manera reciente Dawkins parece estar retrocediendo o cediendo un poco en sus posturas al respecto o al menos en su beligerancia antiteísta en general y anticristiana en particular al admitir públicamente y de manera expresa algo que ya se le podía apreciar en cuanto a ser un “cristiano cultural” para indicar con esta expresión, en primera instancia, que si lo pusieran a escoger, preferiría todas las veces el cristianismo al islam que invade cada vez más a Europa y que, en sus propias palabras: “… me siento en casa en el ‘ethos’ [es decir, el sentido ético] cristiano” sin que eso implique suscribir, ni siquiera de lejos, las creencias doctrinales cristianas, pero sí su convicción de que: “sería terrible si sustituyéramos [el cristianismo] por cualquier religión alternativa”, considerándola la religión más benigna de todas. Esto sin mencionar la conversión al cristianismo en el 2023 de Ayaan Hirsi Ali, quien consideraba a Dawkins su mentor.
Como biólogo Dawkins suscribe y defiende a capa y espada la teoría darwinista de la evolución en lo que se conoce como “neodarwinismo” y en uno de sus tres más influyentes libros: El relojero ciego, esgrime como consigna victoriosa la frase: “Darwin hizo posible ser un ateo intelectualmente satisfecho”. Pero la verdad es que, más que una consigna victoriosa, esta afirmación lo único que logra es desnudar que las verdaderas motivaciones que impulsan a los ateos a suscribir la teoría de la evolución es su deseo de encontrar algún sustento o fundamento aparentemente científico para su ateísmo previo. Porque aún si la evolución darwinista fuera un hecho demostrado científicamente con fuerza de ley ꟷy hoy por hoy existen cada vez más cuestionamientos científicos a ella, por lo menos en su pretensión de fundamentar el ateísmoꟷ, la evolución como tal no apuntaría de manera necesaria hacia el ateísmo, como lo demuestra el hecho de que existen un buen número de científicos evolucionistas de renombre que son al mismo tiempo creyentes en Dios y practicantes incluso de la religión, sin ver en ello un contrasentido ni mucho menos.
En El relojero ciego Dawkins impugna y desestima la idea de sentido común planteada por el apologista cristiano del siglo XIX William Paley en cuanto a que el hallazgo de un reloj implica de forma intuitiva y necesaria la existencia de un relojero que se tomó el trabajo de fabricarlo con un propósito específico en mente, como lo es el de dar la hora, asimilando al universo y la naturaleza con un enorme y muy complejo reloj cuya existencia y funcionamiento denota la existencia de Dios como el “relojero” encargado de su diseño y fabricación. Por el contrario, Dawkins argumenta que esa idea es aparente y que, en realidad, hemos llegado hasta aquí debido a fuerzas ciegas impersonales y sin propósito alguno como las que guiarían la evolución darwinista. Lo interesante es que muchos científicos tanto o más eminentes que él como por ejemplo el astrónomo Fred Hoyle ꟷa quien nadie podría acusar de esta motivado por una agenda cristiana de la que también fue críticoꟷ consideran la postura de Dawkins como algo tan descabellado a la luz de los más recientes descubrimientos científicos que ni siquiera valdría la pena hablar de ella. Dijo Hoyle al respecto: “Una interpretación de sentido común de los hechos sugiere que un superintelecto ha jugado con la física, y también con la química y la biología, y que no hay fuerzas ciegas de las que valga la pena hablar en la naturaleza”.
Porque lo cierto es que, desde el punto de vista de la ciencia, la presencia de un diseño inteligente en el funcionamiento del universo y la naturaleza es tan evidente que refuerza y otorga nueva vigencia a uno de los argumentos clásicos a favor de la existencia de Dios: el llamado argumento teleológico o del diseño que infiere la existencia de Dios del “telos” o propósito que manifiestan todas las estructuras del universo y la naturaleza que han podido ser estudiadas por la ciencia, incluyendo, por supuesto, al ser humano, cuyo propósito general para el que fue creado de ejercer un dominio responsable sobre la creación de Dios según la Biblia, se desdobla en el propósito particular con el que Dios creó a cada ser humano individual para encajar dentro de ese propósito general en la medida en que rinda voluntaria y humildemente su vida a Cristo con arrepentimiento y fe.
Por el contrario, los nuevos ateos como Richard Dawkins intentan el malabarismo insostenible de desechar a Dios, a la religión en general y al cristianismo en particular, mientras pretenden conservar la moralidad que se desprende de ellos, pues la “moralidad” alternativa a la que su evolucionismo ateo da lugar deja todo que desear, si nos atenemos a los regímenes políticos oficialmente ateos de los que el siglo XX y XXI han sido testigos. En otras palabras, Dawkins quiere conservar su ateísmo y la moralidad cristiana al mismo tiempo, pero desligada de su matriz religiosa y sustentándola únicamente en la precaria y muy voluble racionalidad humana. Dawkins ya había dado indicios claros de su condición de “cristiano cultural” al afirmar en El espejismo de Dios, su obra más conocida que: “No puede negarse que, desde un punto de vista moral, Jesús es una gran mejora con respecto al ogro cruel del Antiguo Testamento” dejando ver aquí que en realidad su animadversión, más que con Cristo, es con Dios tal y como se manifiesta en el Antiguo Testamento, reeditando los ya trasnochados argumentos de Marción, un obispo cristiano de la antigüedad que pensaba de manera similar a Dawkins y fue condenado en su momento como hereje al disociar de esta manera tan drástica y enfrentar entre sí al supuesto Dios del Antiguo Testamento con el Dios del Nuevo Testamento, como si fueran diferentes.
Otra declaración en el mismo sentido hecha en el mismo libro es aquella en la que dijo incidentalmente que: “Incluso la religión afable y moderada ayuda a proporcionar el clima de fe en el que florece el extremismo de forma natural”, pues en su desmesurado, acalorado y descalificador ataque contra la religión señalándola, de manera sesgada y tendenciosa, como la mayor causa de todos los males de la historia humana que, por lo mismo, deberíamos erradicar del todo de la cultura para poder vivir de forma civilizada y en paz; logra tener un momento la cabeza fría para reconocer de manera sobria y lúcida que no todas las manifestaciones religiosas tienen las características extremistas que él atribuye en principio a la religión en general y que, en especial en el cristianismo y sin perjuicio del fanatismo que también se incuba en él, encontramos no obstante expresiones religiosas afables y moderadas, a pesar de que el fanatismo termine con relativa frecuencia enquistándose en ellas y echándolas a perder. Pero lo que Dawkins no logra ver es que cuando esto sucede, no es gracias al cristianismo sino a pesar de él, algo que, por cierto, diferencia también al cristianismo del islamismo en el que sus expresiones extremistas y fanáticas son gracias al islam y no a pesar de él.
Por último, en su libro El gen egoísta, Dawkins intenta conciliar su principio evolucionista de la supervivencia de los más fuertes o mejor adaptados con los innegables actos de altruismo y sacrificio desinteresado a favor de los más débiles protagonizados por la humanidad a lo largo de la historia, diciendo que estos últimos son tan sólo buenos y desinteresados en apariencia, pues en realidad son el producto de un “egoísmo” encubierto que se encuentra agazapado en nuestros genes y del cual no somos conscientes, pero que es en realidad el que dicta todos nuestros actos presuntamente desinteresados previendo un interés para nuestro grupo que nosotros conscientemente no alcanzamos a vislumbrar, pero nuestros genes sí, en una postura tan determinista que hace de nuestro albedrío una farsa y una ilusión nada más. En realidad, lo único cierto en lo que tiene que ver con El gen egoísta y su relación con nuestro albedrío es el reconocimiento de la universalidad del pecado que emana de la doctrina cristiana del pecado original, revelada de muchas maneras en las Escrituras y en la experiencia humana, llevando a Antonio Cuz a pronunciarse de este modo: “Los paralelismos entre los razonamientos de Dawkins y los de de muchos creyentes bíblicos… son evidentes… El «gen egoista» que se transmite de generación en generación equivaldría al pecado original en el que creen tantos cristianos”.
Considero que Dawkins, a pesar de su intención, ayuda a afirmar nuestra fe, dado que mediante argumentos “científicos” muestra que aún los actos más altruístas (incluyendo el sacrificio de la vida misma) tienen como trasfondo un deseo o motivación egoísta, dando un argumento mucho más sólido a versículos como Sal 14:1-3; 53:1-3; Ec 7:20 y Rom 3:9 en adelante.
Es evidente que la ciencia jamás podría tener un argumento en contra de Dios debido a que todas las leyes y fenómenos naturales fueron creados por Él y su estudio únicamente nos permite vislumbrar pequeños destellos de Su infinita gloria, como en este caso si se llegara a afirmar de manera irrefutable la existencia del “gen egoísta” no podría utilizarse como argumento en contra del cristianismo, al contrario, estaría afirmando las Escrituras.
De acuerdo. Pero me parece que atribuir todo acto altruista y desinteresado a un egoísmo encubierto es denigrar también demasiado de la condición humana. El gen egoísta es, ciertamente, la herencia e inclinación universal a la desobediencia que llamamos “pecado original”, pero hemos sido testigos también a lo largo de la historia de actos altruistas, sacrificiales y desinteresados de muchas personas que son dignos de admiración e imitación en los que quienes los llevaron a cabo no ganaban nada para ellos ni para sus seres queridos inmediatos y sería censurablemente malicioso de nuestra parte presumir y atribuir malas motivaciones a estos actos que no son evidentes, ni conocemos. Eso lo único que hace es dejarnos a nosotros mal parados por aquello de que “el ladrón juzga por su condición” y que “el que las hace, se las imagina”. Al fin y al cabo la conciencia del bien y del mal es una información privilegiada que todos los seres humanos poseemos, procedente de Dios y actuar conforme a ella sin más impulso que el sentido del deber y de lo que es correcto no es ni siquiera algo exclusivo de los cristianos. La moralidad es algo que el ateísmo de Dawkins y su compromiso con el evolucionismo darwinista no podrá explicar y que le quedará siempre grande a su teoría del gen egoísta.